Tribuna:

Errores catalanistas

Mucha agua ha subido y bajado por el Nervión desde el día en que a un publicista nacido a orillas de ese río le dio por reprochar a los nacionalistas catalanes su afán por atraer a sí a los demás españoles". "Les place que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán", amonestaba el vasco, y añadia, "Aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euskéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano".No fue aquella la mejor tarde del publicista porque todavia agregó algo que luego no han...

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Mucha agua ha subido y bajado por el Nervión desde el día en que a un publicista nacido a orillas de ese río le dio por reprochar a los nacionalistas catalanes su afán por atraer a sí a los demás españoles". "Les place que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán", amonestaba el vasco, y añadia, "Aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euskéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano".No fue aquella la mejor tarde del publicista porque todavia agregó algo que luego no han dejado de echarle en cara los enemigos de la doctrina por él fundada: "Los catalanes", escribió en un artículo que había titulado Errores catalanistas, y que vería la luz el 31 de octubre de 1894, "quisieran que no sólo ellos, sino también todos los demás españoles establecidos en su tierra, hablasen catalán, [mientras que] para nosotros sería la ruina que los maketos residentes en nuestro territorio hablasen euskera".Cien años después, esa diferencia que Sabino Arana consideraba sustancial entre el nacionalismo vasco y el catalán ha desaparecido. Pero ha surgido otra, y es que a los nacionalistas catalanes les molesta que quienes no lo son hablen de sus cosas, mientras que a los herederos de Arana. les encanta que de Miranda para abajo murmuren sobre ellos.

En los dos periódicos nacionalistas que actualmente se editan en Euskadi, la columna destinada a comentar losartículos de opinión y editoriales de la prensa de Madrid ocupa un lugar estelar. Es una de las secciones más leídas por las clientelas respectivas: les place escandalizarse de las cosas que sobre ellos dicen los opinantes madrileños -o asimilados-, y acotar sus comentarios con otros tan castizos como ese de llamar a uno de ellos "perro guardián del imperio". Necesitan el espejo; saber cómo son vistos, verse retratados: para intentar ser dignos del retrato.Los catalanes nacionalistas ya han superado esa fase. Lo que digan y escriban en Madrid les preocupa sólo relativamente, y eso es en realidad lo más preocupante. Sería ofenderle suponer que Pujol no es consciente de que mantener indefinidamente abierto el proceso constituyente autonómico tiene efectos desestabilizadores para el sistema político. Lo que pasa es que, también sabe que la excitación que produce esa situación resulta funcional para sus intereses. En el mejor de los casos, esa inestabilidad favorece la satisfacción de sus demandas, a la vez que le permite ir alejando el horizonte de lo considerado satisfactorio. En el peor, surgen sentimientos de desconfianza hacia Catalaña que afianzan su posición como defensor genuino de ese territorio frente a la incomprensión exterior: se carga de razón (y menea la cabeza como diciendo: ¿veis cómo son?)

Para que el nacionalismo no ganase jugando cualquiera de las dos cartas sería preciso que sus rivales le hicieran pagar sus errores políticos. Como ese de intentar condicionar la resolución del Tribunal Constitucional advirtiendo que si se pronuncia de manera equivocada "ni España ni la Comunidad Europea nos interesarían". ¿Nadie recuerda las indeseables consecuencias (también para Cataluña) del proceso que se abrió, ahora hace 60 años, con motivo del conflicto entre el Parlamento y el Tribunal de Garantías Constitucionales a propósito de la ley de contratos de cultivo?

Pero que alguien, haga pagar al catalanismo sus errores será improbable mientras ni siquiera una persona tan inteligente como Raimon Obiols entienda hasta qué punto está ofendiendo a muchos de sus votantes cuando, con sinceridad y aire deportivo, dice no recordar cómo se dice passerells en el otro idioma: en el único que conoce la mayoría de los pardillos que le escuchan en los mítines y le votan cada cuatro años, herederos de aquellos que a comienzos de siglo levantaron el vuelo tras la bandera del orgulllo plebeyo que enarboló otro publicista, éste llegado de Madrid, que respondía al nombre de Alejandro Lerroux.

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