Reportaje:EXCURSIONES MONASTERIO DE EL ESCORIAL

A media hora de casa

A veces, objetos inconmensurables como el sol o como el océano nos pasan inadvertidos. Igual ocurre con el monasterio de El Escorial, que lo tenemos a media hora de casa, pero lo visitamos de Pascuas de un año bisiesto a Ramos de otro. Para más inri, los fogones de la villa serrana suelen distraernos con judiones, codornices y otras viandas de no menos sustancia y ya se sabe que, en contra opinión de Unamuno, los madrileños podemos, morir sin pisar esta "meca de los españolizantes", mas no de hambre.Un plan para no despistarse puede consistir en echar una tortilla y unos chorizos en la ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

A veces, objetos inconmensurables como el sol o como el océano nos pasan inadvertidos. Igual ocurre con el monasterio de El Escorial, que lo tenemos a media hora de casa, pero lo visitamos de Pascuas de un año bisiesto a Ramos de otro. Para más inri, los fogones de la villa serrana suelen distraernos con judiones, codornices y otras viandas de no menos sustancia y ya se sabe que, en contra opinión de Unamuno, los madrileños podemos, morir sin pisar esta "meca de los españolizantes", mas no de hambre.Un plan para no despistarse puede consistir en echar una tortilla y unos chorizos en la tartera y despachárselos en los merenderos de la vecina Herrena. O, si se tercia, en el mismísimo jardín de los Frailes, cuyos sinuosos parterres parecen provocar a la monótona fachada de mediodía. Dicen que este liso paredón de 300 ventanas y cero omamentos representa el no va más de la severidad escurialense. Puede ser. También es verdad que tanta economía es sólo eso, fachada, y que, a juzgar por los tizianos, códices, mármoles y tapices del interior, Felipe II y compañía debieron de tener un concepto de la austeridad similar, al del barón Thyssen.

Muchas de las joyas artísticas en que invirtieron los sobrios Austrias se hallan, desde hace una década, reunidas y colgadas de las paredes del museo de pinturas. Los top ten de los siglos XV, XVI y XVII se codean en sus ocho salas: El Bosco, Van der Weyden, Veronés, Tintoretto, Bassano, Ribera, Velázquez, Zurbarán, Valdés Leal... Y, por supuesto, El Greco, cuyo Martirio de san Mauricio, y la Legión Tebana preside la sala séptima -pese a que, -según la crónica, no le hacía tilín el rey fundador de El Escorial.

A lo que no le hacía ascos Felipe II era a las reliquias, que compraba al por mayor y pagaba a tocateja, llegando a reunir más de 7.000 en el monasterio. Entre ellas, una rodilla de san Sebastián, una costilla de san Albano y un brazo de san Vicente Ferrer, que el monarca requirió en su lecho de muerte. Muy menguado por el tiempo y las rapiñas, el grimoso catálogo se exhibe envasado en los altares 3 y 28 de la basílica, y no deja de ser una anécdota dentro de esta apabullante obra de piedra berroqueña que es una de las más altas glorias -92 metros hasta la cúpula- de Madrid.

En descargo de Felipe II y de su dudoso gusto hay que decir que lo tuvo excelente en cuestión de lecturas. La biblioteca es de órdago a la grande: el Códice Virgiliano, los manuscritos de san Agustín, las Cantigas_de Alfonso X el Sabio, los textos árabes que no quemó Cisneros... En total, 40.000 volúmenes colocados de pie -disposición novedosa para la época-, pero con los cantos hacia fuera, como si, conscientes de su codicia, le dieran la espalda al visitante, quien de buena gana se quedaría a vivir sin otro alimento que su ciencia, bajo la bóveda pintada por Pellegrino Tibaldi.

El frío del panteón

Donde nadie en su sano juicio desearía pasar una sola noche es en el panteón de los reyes. Será sugestión, pero hace un frío anormal y encima huele a rancio. Se nota a la legua que el funcionario del patrimonio encargado de custodiar los mármoles finales está deseando que llegue la hora del relevo. La idea de que en los anejos pudrideros se haya descompuesto buena parte de nuestra realeza -aquí yacen desde Carlos I hasta Alfonso XIII y desde la emperatriz Isabel hasta María Cristina- no debe contribuir a fortalecer su presencia de ánimo. A título de curiosidad, señalar que problemas de ingeniería y de fondos demoraron la construcción del recinto. En 1654, 70 años después de que Juan de Herrera diera por concluido el monasterio, lo inauguraba Felipe IV.Los diversos patios, el claustro, los palacios de los Austrias, las salas capitulares, la de las Batallas... Son tantas las felicidades que depara El Escorial que no es de extrañar que, a su lado, cualquier obra de la naturaleza nos pase inadvertida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Visitantes, al tren

Dónde. El Escorial queda a 49 kilómetros de la capital, con acceso por la autopista de La Coruña y desvío a la altura de Las Rozas (M-505). Una alternativa al coche o al autobús (Consorcio de Transportes, teléfono 580 19 80) es el tren de cercanías, que sólo cuesta 350 pesetas y además ofrece vistas como las del monte de El Pardo.Cuándo. El horario de visitas del monasterio es, en invierno, de 10.00 a 11.3.30 y de 15.00 a 18.00 (lunes cerrado). Y del 15 de abril al 15 de octubre, de 10.00 a 13.30 y de 15.30 a 18.30.

Quién. Patrimonio Nacional facilita la visita. Para cualquier duda, llamar a la delegación en el monasterio, teléfonos 890 59 02-03-0405. La Oficina de Turismo se encuentra en el número 10 de la calle de Floridablanca, teléfono 890 15 54. Cuánto. El precio de la entrada es de 750 pesetas y da derecho a visita con guía de los palacios, panteones, salas capitulares, biblioteca y museos de pintura y arquitectura. Hay. una entrada más económica sólo para la basílica, los panteones y la biblioteca.

Y qué más. La mejor opción para comer es el Charolés (calle de Floridablanca, 24, teléfono 890 59 75), especializado en carnes rojas. El Batán (carretera Vieja de la Silla de Felipe II, teléfono 890 56 28) ofrece judiones, arroz con liebre y caza. Supereconómico el menú de La Olla (calle de Floridablanda, 30, teléfono 896 12 04).

Archivado En