Crítica:CINE

Los riesgos de la divulgación

"El budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación; no para mí, pero sí para millones de hombres". Autor de un delicioso libro de introducción al budismo, Jorge Luis Borges resumió así su interés por Buda y su doctrina. La frase bien podía haber sido acuñada por el agnóstico Bernardo Bertolucci, el mismo que, hace casi 25 años, adaptó al argentino en La estrategia de la araña, no por casualidad todavía uno de sus mejores filmes. El de Parma se acercó al budismo por azar para encontrar allí, dice, antes un filosofia de la inteligencia que una religión proselitista. Interesad...

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"El budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación; no para mí, pero sí para millones de hombres". Autor de un delicioso libro de introducción al budismo, Jorge Luis Borges resumió así su interés por Buda y su doctrina. La frase bien podía haber sido acuñada por el agnóstico Bernardo Bertolucci, el mismo que, hace casi 25 años, adaptó al argentino en La estrategia de la araña, no por casualidad todavía uno de sus mejores filmes. El de Parma se acercó al budismo por azar para encontrar allí, dice, antes un filosofia de la inteligencia que una religión proselitista. Interesado, decidió apartarse de la habitual línea de sus preocupaciones cinematográficas para adentrarse por senderos ciertamente procelosos que, con paso seguro, pretendió sortear como el mismo Siddhartha: por el camino del medio, el justo camino. Con resultados más que discutibles. El pequeño Buda es muchas cosas a la vez. Un filme de divulgación, una obra destinada a los niños que tiene en ellos a sus protagonistas, una actualización desde occidente de la iconografía búdica, una película de aventuras mitológicas con efectos especiales, y por encima de todo y a pesar de las declaraciones del propio cineasta, una hagiografila religiosa que nunca cuestiona los hechos y milagros de Siddhartha en su camino hacia el nirvana. El resultado es un desconcertante patchwork que oscila entre la estética kitsch de la historieta piadosa que le es contada al niño Jesse, y la explicación de manual de algunos de los conceptos centrales de la cosmogonía búdica.

El pequeño Buda

Dirección. Bernardo Bertolucci.Guión: Mark People y Rudy Wurlitzer, según una historia de B. Bertoluci. Fotografia: Vittorio Storaro. Música: Ryuichi Sakarnoto. Producción: Jeremy Thomas y Francis Bouygues, Francia-Gran Bretafía-Italia-Japón, 1993. Intérpretes: Keanu Reeves, Ying Ruocheng, Chris Isaak, Alex Wiesendanger, Bridget Fonda. Estreno en Madrid: cines Vaguada, Cid Campeador, Imperial e Ideal (V. O.).

Dos son los aspectos que sorprenden en un cineasta tan inteligente como es habitualmente Bertolucci a la hora de construir un filme. Uno es no haber reparado en el problema insoluble que ha tenido que afrontar el cine estadounidense a la hora de realizar sus aproximaciones hagiográficas -es decir, glorificadoras y por ende acríticas- a la personalidad de Cristo: a pesar de contar con una gran historia de amor, pasión y muerte, nunca nadie, ni siquiera Nicholas Ray en Rey de reyes, logró obviar los aspectos más chocantes y kitschs de la tradición cristiana: un respeto paralizante, cuando no un sentimiento de acatamiento místico, han podido siempre sobre la grandiosidad de la peripecia humana.

Abdicación

Otro, imperdonable en el autor que siempre ha sido Bertolucci, es el haber abdicado del rigor narrativo que una historia como la de Siddhartha necesitaba. Ciertamente, si lo que el italiano pretendía hacer un digest apto para todos los públicos, y tal como está el mercado, mal se podía autoexigir la sobriedad expositiva que él mismo encontró en los autores que le han servido de inspiración en su camino búdico-fílmico, desde el Rossellini de Francesco, giuglare di Dio hasta el Renoir de El río o, en un sentido general, el Antonioni al que se homenajea en las secuencias de Seattle. Pero no es menos cierto que su elección, esa historieta contada hasta con el apoyo de la truculencia de los efectos especiales, da pruebas de una más que evidente debilidad argumental, hasta el punto que cuando se presenta la culminación de la búsqueda del alma transmigrada del Lama Dorja, su resolución huele irremediablemente a apaño de guión, aún cuando Bertolucci intente explicarla a la luz de una ortodoxia que es cuando menos exótica e incomprensible.Ni solvente película de aventuras para niños, ni aproximación rigurosa a un personaje clave en la historia de las religiones, ni filme de autor ligado a su trayectoria. Por seguir el camino del medio, Bertolucci ha perdido todo lo bueno que cada una de las otras opciones le permitía: riesgos que a veces tiene el optar por el camino más fácil.

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