Crítica:ÓPERA: BARBARA HENDRICKS

Una artista ejemplar

La Asociación Filarmónica de Madrid presentó el viernes a la soprano Bárbara Hendricks (Arkansas, 1948), una de las muy grandes artistas de la lírica, que estuvo, además, acompañada por el pianista sueco Staffan Scheja, premio Busoni y formado, como la cantante, en la Julliard School of Music.La voz de Hendricks es admirable por su brillo, su color y su amplitud, pero sobre ella se alza una inteligencia y un saber capaz de ensalzar a todos los autores a través de una contención de sus recursos, un dominio de la dicción y el fraseo y una soberbia elegancia que cualifica su arte de singular nobl...

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La Asociación Filarmónica de Madrid presentó el viernes a la soprano Bárbara Hendricks (Arkansas, 1948), una de las muy grandes artistas de la lírica, que estuvo, además, acompañada por el pianista sueco Staffan Scheja, premio Busoni y formado, como la cantante, en la Julliard School of Music.La voz de Hendricks es admirable por su brillo, su color y su amplitud, pero sobre ella se alza una inteligencia y un saber capaz de ensalzar a todos los autores a través de una contención de sus recursos, un dominio de la dicción y el fraseo y una soberbia elegancia que cualifica su arte de singular nobleza. Al principio, puede parecer incluso excesivo el control y la mesura de la cantante, pero pronto nos sentimos atrapados por esos mismos valores en unas versiones pensadas, sentidas y realizadas sin recurso convencional ni, mucho menos, engañoso. El talento y el hacer de Hendricks pertenece al mundo artístico de las cosas verídicas que, al fin y a la postre, poseen una fuerza suprema e irresistible.

Asociación Filarmónica de Madrid

B. Hendricks (soprano); S. Scheja (pianista). Obras de Schubert, Strauss, Berg, Schoenberg y Poulenc. Auditorio Nacional. Madrid, 14 de enero

Como la soprano norteamericana, su colaborador, el pianista Scheja, hace lied en intensa unión, ideológica y expresiva, con la voz poética transfigurada en música. Quizá, dadas las características del auditorio, todo habría ganado con un poco más de potencia pianística, sin esa relatividad de segundo término que, a veces, parecía determinar las excelentes ejecuciones de Scheja. Todo esto no son sino tiquismiquis superperfeccionistas, pues lo cierto es que gozamos de una noche de alta música, refugio saludable en medio de las oleadas de sinfonismo monumental que nos invaden.

Las propinas fueron inevitables por insistentemente solicita das, como si cuantos nos encontrábamos en la sala quisiéramos evitar que aquello tuviera fin: tanta es la belleza que alberga el arte sensible y racional de Barbara Hendricks y Staffan Scheja.

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