Hungría, a la sombra del oso ruso

Budapest teme que Occidente ceda a Moscú un 'derecho de injerencia' sobre sus antiguos satélites

ENVIADO ESPECIALLos húngaros celebraron hace unos días el aniversario del levantamiento de 1956, la primera gran insurrección nacional en Europa contra la hegemonía soviética. El 4 de noviembre conmemorarán el 37º aniversario del fin de aquel sueño de independencia. Los tanques del Ejército Rojo aplastaron toda resistencia, y reimplantaron la pax soviética, que se prolongó seis lustros más.

De nada sirvieron los llamamientos desesperados de los resistentes húngaros a Occidente, especialmente a EE UU, a cumplir sus promesas de ayuda, reiteradas entre incitaciones a la rebelión ant...

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ENVIADO ESPECIALLos húngaros celebraron hace unos días el aniversario del levantamiento de 1956, la primera gran insurrección nacional en Europa contra la hegemonía soviética. El 4 de noviembre conmemorarán el 37º aniversario del fin de aquel sueño de independencia. Los tanques del Ejército Rojo aplastaron toda resistencia, y reimplantaron la pax soviética, que se prolongó seis lustros más.

De nada sirvieron los llamamientos desesperados de los resistentes húngaros a Occidente, especialmente a EE UU, a cumplir sus promesas de ayuda, reiteradas entre incitaciones a la rebelión antisoviéticva por las emisoras en húngaro de Radio Europa Libre. Occidente se limitó a lamentarse por la invasión soviética, como haría en 1968 con la invasión de Praga. Desde entonces húngaros y checos no han podido deshacerse de la sospecha de que, al igual que al repartir Europa en zonas hegemónicas tras la II Guerra Mundial, Occidente les traicionó para no destruir sus relaciones con Moscú.

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La reciente cumbre de la OTAN en Travemünde, que rechazó categóricamente el ingreso en la OTAN a los países centroeuropeos, ha reavivado este resentimiento contra Occidente. Polonia, Hungría y la República Checa han solicitado reiteradamente su ingreso en la OTAN, que consideran la única forma de acceder a ciertas garantías de seguridad ante la cada vez más inquietante situación en Rusia y Ucrania y la guerra en los Balcanes.

Esto parecía verosímil en agosto pasado, cuando el presidente ruso, Borís Yeltsin, de visita en Polonia, declaró que Moscú no objetaría al ingreso en la OTAN de todos estos países. Un mes más tarde, sin embargo, Yeltsin enviaba una carta a líderes occidentales en los que vetaba esta ampliación al Este de la Alianza.

Las palabras de consuelo de la cumbre de Travemünde a los aspirantes rechazados, invitándoles a una "cooperación militar limitada", y la forzada y nada sincera satisfacción del ministro de Exteriores, Geza Jezsensky, que calificó la solución como "paso positivo", no ocultan la impresión general, aquí, en Budapest, al igual que en Praga y Varsovia, de que, una vez más, Occidente está dispuesto a reconocer a Moscú ciertos derechos sobre la política de seguridad de estos países.

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Estos temores se ven agravados por el convencimiento de que el veto al ingreso de los Estados centroeuropeos en la OTAN no parte del propio Yeltsin sino del Ejército.

En conversaciones confidenciales, fuentes gubernamentales húngaras acusan a Occidente de aceptar, con el rechazo de su solicitud de entrada en la OTAN, que Moscú vuelva a tener derechos hegemónicos sobre estos países que hace tan sólo cuatro años lograron acabar con el imperio soviético en media Europa. "Occidente está ayudando al renacimiento de una nueva doctrina Breznev ", el principio de la soberanía limitada de los entonces países satélites de la URSS, que justificaba la intervención política, económica y militar en los terriorios vecinos a la URSS.

En Praga, después de la reunión de Travemünde, el presidente checo, Václav Havel, tuvo durísimas palabras para Occidente, a quien acusó de abandonar a Centroeuropa en un limbo de seguridad para no irritar a Moscú.

El Ejército ruso ya ha demostrado en las antiguas repúblicas soviéticas que, si bien aceptó su independencia política, no está dispuesto a renunciar a éstas como espacio militar propio. Con intervenciones nada disimuladas en Azerbaiyán y Georgia, obligó a estas dos repúblicas a retornar a la Confederación de Estados Independientes (CEI). En este Ejército, al que Yeltsin debe ahora la victoria sobre sus rivales, pervive el concepto de la seguridad de un cordón sanitario, profundamente arraigado desde el asalto alemán sobre la URSS en 1941. Este cordón lo forman por imperativos geográficos Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría.

Pal Dunay, analista en cuestiones de seguridad de la universidad Lorana Eötvös, señala que la OTAN tiene que ponerle claros límites a la intervención de Rusia en las ex repúblicas soviéticas. "Si no, estoy realmente procupado de que Occidente nos traiga de nuevo a los rusos".

Las fuentes húngaras comprenden la reticencia occidental a "garantizar la seguridad" de países que, con problemas fronterizos y de minorías, y algunos con una crónica inestabilidad, podrían arrastrar a la OTAN a conflictos y poner en grave peligro la cohesión de la alianza. Sin embargo, califican de "miope" este miedo, ya que los conflictos son más probables con estos países si permanecen en un limbo de seguridad, una vez que ya no existe en los Balcanes concepto alguno de seguridad colectiva. Hungría tiene dos vecinos, Eslovaquia y Rumanía, con los que las relaciones oscilan entre la frialdad y la hostilidad abierta. Los tres han gastado fuertes sumas en armamento en el último año.

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