Crítica:

Duelo de rostros (1)

El fugitivo

Dirección: Andrew Davis. Guión: Jed Stuart y Davis Twohy, basado en la serie teleVisiva del mismo título creada por Roy Huggins. Fotografía: Michael Chapman. Estados Unidos, 1993. Intérpretes: Harrison Ford, Tommy Lee Jones, Sela Ward, Joe Pantoliano, Andreas Katsulas, Jeroen Krabbe. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Coliseum, Cid Campeador, Amaya, Juan de Austria, Novedades, Aluche, Florida, Albufera y (en v. o.) Califomia.

Uno de los motivos -evidente por lo que no es un asunto de gusto o de opinión y está por tanto fuera de discusión- de la eficacia e...

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El fugitivo

Dirección: Andrew Davis. Guión: Jed Stuart y Davis Twohy, basado en la serie teleVisiva del mismo título creada por Roy Huggins. Fotografía: Michael Chapman. Estados Unidos, 1993. Intérpretes: Harrison Ford, Tommy Lee Jones, Sela Ward, Joe Pantoliano, Andreas Katsulas, Jeroen Krabbe. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Coliseum, Cid Campeador, Amaya, Juan de Austria, Novedades, Aluche, Florida, Albufera y (en v. o.) Califomia.

Uno de los motivos -evidente por lo que no es un asunto de gusto o de opinión y está por tanto fuera de discusión- de la eficacia emocional y de la superioridad en audiencia del cine estadounidense sobre el europeo proviene del lugar y de la función que en él se da al intérprete dentro de las jerarquías creativas de una película. En una buena parte del buen cine norteamericano, el actor no sólo en cuanto presencia estrella o fetiche, sino también en cuanto inteligencia, rostro y carne humana oficiante del ritual creador de la ficción- es el depositario supremo de la armazón formal y del crecimiento secuencial de la película. Es él quien teje el hilo del interés y lo convierte en tejido, es decir en forma. Y el cine es, sobre todo, forma: cómo antes que qué.

El cine europeo -todavía muchas veces erosionado y casi siempre lastrado por la impostura, cada día en mayor descrédito, del llamado cine de autor, que reduce su alcance y su eficacia tiende a convertir al actor en simple instrumento pasivo del voluntarismo del director de la película, erigido falsariamente (porque en realidad se trata de una treta o recurso de venta apoyado en un nombre o un renombre: el fetiche del director-estrella) en único autor de ella.

Y esto le conduce a colocar al actor en una (catastrófica para el resultado final) situación subordinada respecto del director, lo que daña la credibilidad de un arte que requiere la primacía de la fisicidad para conmover a la gente.

Hay dos buenas y recientes películas estadounidenses que -sin ser nada del otro mundo, sobre todo la segunda, y precisamente por eso- arrojan luz sobre las consecuencias de esta inversión de papeles. Son In the Line of Fire, que llegará pronto y que nos permitirá volver sobre este complejo asunto, y El fugitivo, que ya está aquí.

No son obras geniales; no crean nuevos modelos estilísticos ni rompen -en Europa, desde que murió Andrei Tarkovski tampoco ninguna película lo ha hecho- refritos estériles. Pero funcionan, y muy bien, mediante una exacta combinación ensamblada en un juego relojero admirablemente urdido y dosificado- de inteligencia para que dos actores de talento representen con capacidad de arrastre los comportamientos de los hombres comunes en una situación no común; y de olfato para que los espectadores nos sumerjamos, a través de los rostros oficiantes, en los meandros de esa situación límite y la vivamos en carne viva, haciendo interiormente nuestros los vaivenes mágicos de la tensión de su trepidante aventura.

Los rostros oficiantes de El fugitivo son el del archiconocido, y no obstante en cada nueva película inédito, Harrison Ford; y otro menos sonoro pero de sorprendente potencia expresiva, el de Tommy Lee Jones (recuerden su enorme personaje Ferry en JFK), que da una portentosa réplica irónica a la seriedad de Harrison Ford, hasta el punto de que no es fácil acordar quién lleva las riendas en la desenfrenada carrera entre perseguido y perseguidor sobre la que discurre este emocionante filme: una apretada reconstrucción de aquel mito televisivo de los sesenta del médico fugado Richard Kimble y la terca sombra de sus talones del teniente Gerard, de la policía de Chicago.

Sin enfrentarse nunca, ambos bordan un dúo perfecto de antagonistas inseparables, de los que siguen encendidos en la memoria cuando la pantalla se apaga, y que están avalados por otros incontables duelos de rostros que componen uno de los más ricos legados del clasicismo californiano a la historia del cine.

Derroche de talento

El fugitivo condensa en dos horas la vasta trama argumental de una serie televisiva que desarrolló variantes argumentales en alrededor de un centenar de horas. Es un trabajo de escritura, de dirección y de montaje sagaz, transparente y eficacísimo, que permite a estos dos actores-creadores ofrecernos un derroche de talento y de fuerza identificadora casi hipnótica.

Aparece Harrison Ford y deslumbra, pero le sigue Tommy Lee Jones, echa un jarro de agua fría sobre esa hoguera encendida y se hace amo de la pantalla, para que, en la escena siguiente, Ford se vea obligado a superarse a sí mismo y recuperar el mando del relato, un relato que, apoyado en este duelo de rostros en permanente relevo, no da respiro y que convierte a este filme en eslabón nuevo de la vieja cadena del cine negro hollywoodiense.

Divertida y tensa aventura que, sin crear nada nuevo, recrea con altura y nobleza cine por su edad viejo pero por su solvencia no sometido a la erosión del tiempo.

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