Crítica:CINE

Mujeres enamoradas

Una mujer sigue a otra, la observa, la mira entre la envidia y el odio. La sigue; miradas furtivas mientras la otra se prueba un sostén, mientras saluda a amigos. La alcanza en un bar y en los lavabos se consuma el drama: lanza sobre la cara de la joven una botella de ácido fluorhídrico que resulta mortal. Por fin podrá estar tranquila: esa chica de lozana belleza ya no se interpondrá más entre ella y su hombre. ¿Fue así realmente el "crimen del ácido", que conmocionó a Barcelona entre finales de 1987 y los primeros meses de 1988, cuando por fin fue detenida la agresora? Poco importa. Lo ciert...

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Una mujer sigue a otra, la observa, la mira entre la envidia y el odio. La sigue; miradas furtivas mientras la otra se prueba un sostén, mientras saluda a amigos. La alcanza en un bar y en los lavabos se consuma el drama: lanza sobre la cara de la joven una botella de ácido fluorhídrico que resulta mortal. Por fin podrá estar tranquila: esa chica de lozana belleza ya no se interpondrá más entre ella y su hombre. ¿Fue así realmente el "crimen del ácido", que conmocionó a Barcelona entre finales de 1987 y los primeros meses de 1988, cuando por fin fue detenida la agresora? Poco importa. Lo cierto es que Carles Balagué ha sabido extraer de él un notable punto de arranque para su última película, sin duda la más interesante de su filmografía.Dicen los que saben de páginas de sucesos que el crimen no fue como aquí se cuenta. Poco importa; lo que interesa es que el cineasta ha operado un desplazamiento del punto de vista de la narración, del vértice natural del triángulo -el hombre deseado por las dos mujeres- hacia una de ellas, y que de ese cambio obtiene buenos dividendos.

Mal de amores

Dirección: Carles Balagué. Guión: Balagué y Pérez Merinero. Espafia, 1933. Intérpretes: Ángela Molina, Juanjo Fluigcorbé, Ariadna Gil. Cines: Minicines y Parquesur.

Mal de amores arranca casi con timidez y se toma su tiempo -tal vez demasiado- en hacer creible a su heroína. El pulso del director es vacilante en la primera parte del filme, aunque cuando aborda lo cutre su soltura se hace mayor. Pero cuando realmente entra en materia, cuando muestra el proceso de desgradación a que lleva el amor a la protagonista ahí gana enteros: le ocurre algo parecido a Amantes de Vicente Aranda, cuyo tercio final es de lejos lo mejor de la película.

También a Balagué lo que más le interesa es mostrar justamente ese final de una relación que une a los dos amantes con el vínculo inexorable de la locura, de la muerte y ahí está lo mejor de la película. Ahí también queda de manifiesto la extrema funcionalidad de la narración, sin alardes; la paciencia del trabajo con los actores. Cierto que podría haber sido mejor si su guión hubiese debido explorar sugerencias y personajes sólo esbozados de pasada. Pero no cabe duda que se erige en un buen ejemplo a seguir, no sólo por aquello de reverdecer la tradición del cine policíaco en Cataluña sino porque es una alternativa inteligente a tanta comedia descafeinada, tonta y sin interés como ha producido el cine catalán en los tres últimos años.

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