Las entrañas del crimen

Los análisis del Instituto de Toxicología pueden decidir la libertad o la condena

El forense que pretende indagar más sobre una muerte recurre al Instituto de Toxicología de Madrid, y el policía que quiere conocer el arma que mató a un apuñalado, y el juez en busca de un violador. Las vísceras, los esqueletos y las muestras de esperma se acumulan en el mismo edificio de cinco plantas en busca de algún científico que aclare el crimen. Un total de 110 investigadores emitieron desde allí el año pasado 2.250 informes para Madrid valiéndose de una maquinaria que Sherlock Holmes agradecería como regalo de cumpleaños. Pelos, arena en un zapato, cualquier molécula expuesta a las le...

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El forense que pretende indagar más sobre una muerte recurre al Instituto de Toxicología de Madrid, y el policía que quiere conocer el arma que mató a un apuñalado, y el juez en busca de un violador. Las vísceras, los esqueletos y las muestras de esperma se acumulan en el mismo edificio de cinco plantas en busca de algún científico que aclare el crimen. Un total de 110 investigadores emitieron desde allí el año pasado 2.250 informes para Madrid valiéndose de una maquinaria que Sherlock Holmes agradecería como regalo de cumpleaños. Pelos, arena en un zapato, cualquier molécula expuesta a las lentes de sus microscopios pueden ocasionar años de condena o la libertad de un detenido."El cadáver es como un libro abierto al que el tiempo le va arrancando las hojas". Con esa frase, el profesor de medicina forense Manuel Pérez de Pepinto trataba de explicar a sus alumnos que las vísceras pueden ofrecer una información enciclopédica sobre las causas de una muerte, pero sólo hasta cierto tiempo. Uno de sus alumnos aventajados, Manuel Sancho, director del Instituto de Toxicología de Madrid, explica las diversas formas en que los días y las noches deshojan un cuerpo sin vida: en verano, la putrefacción es más rápida; en el agua se conservan mejor los cuerpos...

Tras las pruebas químicas biológicas, los ordenadores cumplen el resto del trabajo. Los cráneos que se descubren en cualquier páramo acaban en los ordenadores del instituto. En la pantalla se superpone la imagen de la calavera y la fotografía más reciente del que se supone fue propietario de la osamenta.

200 tubos de semen

En los armarios del instituto se amontonan más de 200 tubos con muestras de semen a 80' bajo cero a la espera de sus propietarios. En 1991, los analistas forenses españoles pudieron brindar con champaña: aunque llegaba con dos dos años de desfase respecto a Estados Unidos, por fin estallaba la revolución del ácido desoxiribonucleico (ADN) en España. Hasta entonces las pruebas se basaban en estudios de los grupos sanguíneos, con lo cual una muestra de semen podría pertenecer a uno de cada tres varones. Con los análisis carísimos de ADN se podría llegar a una probabilidad de una persona entre un billón.Hace tres meses, las pruebas obtenidas a través de los microscopios abrieron las celdas de un africano que llevaba más de una semana en la prisión de Carabanchel. Lo mismo ocurrió con el famoso violador del ascensor, aquel joven de Alcorcón que se pasó 10 meses en la cárcel hasta que un científico del instituto comprobó que el ADN de su semen no guardaba ninguna relación con el que mostraban las bragas de las violadas.

Pero el tiempo que emplean en solventar un caso impacienta a los familiares de los implicados. Tal es el caso de Susana Ruiz, la chica de 17 años que fue hallada en un descampado de San Blas hace tres meses. La familia aún desconoce la causa de la muerte. Y tampoco le han informado sobre los restos que había en las vísceras. "No diré cuál fue nuestro dictamen porque la juez me advirtió de que era secreto sumarial", se excusa Sancho, "sólo diré que si el abogado de la familia no está convencido, puede solicitar a la juez otros análisis, y nosotros los haremos".

Jamás se hacinaron tantos periodistas ante el instituto como cuando encontraron al magnate de la prensa británica Robert Maxwell, muerto bajo las aguas donde navegaba su yate.

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Cuando la prensa amarilla del Reino Unido ya hacía cábalas sobre sus posibles asesinos, los responsables de este organismo -dependiente del Ministerio de Justicia- reconstruyeron su última cena, seis horas antes de la muerte: la ingestión de un té con limón dos horas antes y, ¡sorpresa!, un ataque al corazón que le sobrevino al borde del yate y provocó su caída. Nada de culpables: el estudio de los pulmones reveló que no hubo muerte por ahogamiento. Fue un análisis minucioso que ningún investigador británico se atrevió a desmentir, a pesar de que muchos revisaron concienzudamente todos los informes.

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