Crítica:ARTES

Exaltación romántica

A menudo olvidamos cuán enrevesada y turbadora puede llegar a ser la ironía. Su lucidez abismal puede constituirse, desde esos dos límites opuestos de la conciencia de la modernidad, en la risa satánica de Baudelaire, que "hiela y retuerce las entrañas", o en esa otra gélida inmutabilidad duchampiana. Pero puede también adoptar formas menos intempestivas e implacables.La quiebra del prestigio de la modernidad ha dado lugar a innumerables chistes historicistas y a un impúdico saqueo de las formas del pasado. En ese sentido, la renuncia al papel heroico de la vanguardia rara vez ha incurrido en ...

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A menudo olvidamos cuán enrevesada y turbadora puede llegar a ser la ironía. Su lucidez abismal puede constituirse, desde esos dos límites opuestos de la conciencia de la modernidad, en la risa satánica de Baudelaire, que "hiela y retuerce las entrañas", o en esa otra gélida inmutabilidad duchampiana. Pero puede también adoptar formas menos intempestivas e implacables.La quiebra del prestigio de la modernidad ha dado lugar a innumerables chistes historicistas y a un impúdico saqueo de las formas del pasado. En ese sentido, la renuncia al papel heroico de la vanguardia rara vez ha incurrido en la ingenuidad de una enésima sustitución por arquetipos perdidos, pero tampoco ha sabido siempre plantear el escalofrío de ese tiempo que hoy nos desgasta, negándonos toda redención desde ambos extremos.

Ramiro Fernández Saus

Galería Estampa. Justimano, 6. Madrid. Hasta el 10 de julio.

Eso es, de hecho, lo que confiere un especial encanto a la apuesta, melancólica y sensual, de la pintura de Ramiro Fernández Saus (Sabadell, 1961). Centrada anteriormente en la metáfora, más escueta, del paisaje, se abre hoy, con estas escenas y bodegones de objetos, a una formulación más compleja y -a mi juicio- más certera. Y buena parte de ese atractivo nace del contraste entre el aparente candor de su abandono a la sensualidad más inmediata de la pintura y al contagio de ciertos motivos, y el hecho de que su elección responda a una estrategia infinitamente más sofísticada y perversa.

Así, no es precisamente casual que sus referencias se orienten hacia la tradición romántica, tanto en sus temas como en el propio lenguaje pictórico, esa embriagante y turbulenta gestualidad pasional, que evoca la manera abocetada de un cierto Fragonard, de Delacroix y Gericault. Lenguaje y motivo se funden así en un mismo énfasis pasional, teatralización de un anhelo que, no en vano, se desliza alegremente hacia las fronteras del kistch más empalagoso, ese límite que para Hermann Broch era el destino ineludible de toda la exaltación romántica.

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