Editorial:

El placer de leer

EXCESO DE títulos (más de 40.000 en 1992), tiradas cortas, bajo índice de lectura, escasa permanencia de las novedades en las librerías, o sea, lo de siempre, los males endémicos del mundo editorial español. Pero este año tenemos una buena noticia: se consolida la tendencia, iniciada hace ya tiempo, de que en nuestro país cada vez interesan más los autores españoles. Editores, libreros y distribuidores coinciden en que funcionan mejor las editoriales que tienen un buen catálogo de escritores españoles. La tendencia se inició a mediados de los años ochenta con el llamado boom de la nueva...

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EXCESO DE títulos (más de 40.000 en 1992), tiradas cortas, bajo índice de lectura, escasa permanencia de las novedades en las librerías, o sea, lo de siempre, los males endémicos del mundo editorial español. Pero este año tenemos una buena noticia: se consolida la tendencia, iniciada hace ya tiempo, de que en nuestro país cada vez interesan más los autores españoles. Editores, libreros y distribuidores coinciden en que funcionan mejor las editoriales que tienen un buen catálogo de escritores españoles. La tendencia se inició a mediados de los años ochenta con el llamado boom de la nueva narrativa española. Ciertamente, a finales de la década se publicó demasiado e indiscriminadamente, pero, poco a poco, las cosas se sosegaron, los editores fueron más exigentes y apoyaron con fuerza a los buenos autores.Esta tendencia equipara España al resto de los países comunitarios, en los que, desde siempre, ha habido, en primer lugar, un interés por la producción literaria autóctona y, después, por las traducciones. Un comportamiento editorial que no se basa tanto en una autosatisfacción por lo propio como una reivindicación de aquello que, más por ser buena literatura que por serlo de España, merece la pena.

Ayer se inauguró oficialmente la Feria del Libro de Madrid. Un acontecimiento anual que potencia la lectura. Pero estas festividades, como el Día de Sant Jordi, el 23 de abril, o como las numerosas ferias que se celebran por toda España, no deberían ser ocasiones únicas de acercarse al libro. Que éste no es incompatible con el uso del ordenador y con otros soportes audiovisuales -y que no lo es lo demuestra el hecho constatado de que los adolescentes son el grupo de edad con mayor interés por la lectura- debería constituir una manifestación cotidiana de aprecio a la cultura. Las librerías están abiertas todo el año y siempre hay tiempo para leer.

Un tiempo que será bien empleado si cuando se coge un libro no se hace por obligación cultural, sino buscando los placeres que encierra. Porque en la letra impresa y en el ejercicio de leer y manipular un texto siempre ha habido una sensación de deleite y de placer muy especial. Y tan poderosa al mismo tiempo como para ridiculizar los anuncios que pronostican con ciega monotonía su liquidación y a los que parece inspirar más la fantasía que un análisis serio de la evolución real de las demandas sociales.

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El mercado español del libro, con índices de lectura más bajos que los de cualquier nación europea desarrollada, todavía está lejos de haber alcanzado su techo. De un lado, la industria editorial española, un tanto caótica y frágil, pero enormemente viva, está necesitada de reestructuraciones y de cambios en su sistema de comercialización. De otro, las deficiencias del soporte cultural en España siguen siendo un freno a la expansión del hábito de lectura: escasez de bibliotecas públicas, insuficiencia de estímulos sociales a la afición por el libro y, desde luego, planes institucionales en su defensa y promoción faltos de ambición y prodigiosamente enclenques y que caen en el olvido apenas iniciados.

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