Tribuna:

Toros y modo de vida

En el camino hacia la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, conforme se viene del aeropuerto a la izquierda, se puede contemplar una construcción circular, pintarrajeada de color entre rosa y butano, de la que dicen que se levantó con el propósito de que sirviera de coso para la celebración de festejos taurinos. Se levanta aislada, en un desnivel del terreno desprovisto de vegetación, y, según recuerdo, a una cierta distancia de las edificaciones más próximas (talleres, naves industriales, almacenes y demás ejemplos de esa tipología constructiva que nada tiene que ver con los aspectos más exal...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En el camino hacia la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, conforme se viene del aeropuerto a la izquierda, se puede contemplar una construcción circular, pintarrajeada de color entre rosa y butano, de la que dicen que se levantó con el propósito de que sirviera de coso para la celebración de festejos taurinos. Se levanta aislada, en un desnivel del terreno desprovisto de vegetación, y, según recuerdo, a una cierta distancia de las edificaciones más próximas (talleres, naves industriales, almacenes y demás ejemplos de esa tipología constructiva que nada tiene que ver con los aspectos más exaltantes de la vida humana).Según parece, época hubo en que allí se celebró alguna corrida y, según cuentan, algún empresario se arruiné en el empeño. Pero hoy son pocos los que guardan memoria de aquellos hechos y nadie, desde luego, parece pensar que aquel edificio tenga que servir para nada, ni nadie siente ninguna nostalgia de lo que no es ni ha sido nunca.

En Huelva, por ejemplo, también construyeron una plaza de toros a lo lejos, en medio de las marismas que rodean la ciudad. Allí sigue, como una ruina monumental levantada al desatino, mientras la fiesta ha vuelto a sus lugares de siempre, cabe el puerto y so los cabezos urbanos en los que se asentaron los primeros onubenses.

En Sevilla, la Plaza de Toros se levanta en medio de una maraña de calles por las que todos los días bulle la vida; protege sus espaldas con el tapiz de la Catedral y con la guarda de la Giralda; y enfrenta sus portales a las aguas del río padre de Andalucía, aguas que fueron camino para todas las cosas de interés que hasta aquí llegaron y que fueron testigo de todas las miradas hacia atrás de quienes de aquí tuvieron que irse. En Sevilla, la plaza de toros forma parte de la historia personal y del paisaje vital de todos sus habitantes; tiene su relieve justo en esa línea del cielo que define, para tantos y tantos, a esta ciudad; y constituye un lugar de convocatoria para sus hijos en las fechas en las que la vida, año tras año, renace y explota en colores.

Los modos de vida son definidos, también, por el medio en que se desenvuelven los humanos. A lo mejor, también, los sevillanos somos tan afectos a lo efímero, ponderamos tanto el detalle, degustamos con tanta fruición las vísperas y nos fundimos tan fácilmente en lo sublime porque tenemos la plaza de toros en el cogollo de nuestro tejido vital. A lo mejor es también por eso: porque, en el centro, en los medios de nosotros, tenemos un ruedo mágico en cuyo corro se puede entrever la eternidad de vez en cuando. Porque son los momentos, sí; son los momentos los que hacen que el hombre se sienta eterno.

es profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Sevilla.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En