Crítica:CINE

Intercambio de identidades

Tanto Las dos orillas (1987), primer largometraje del sevillano Juan Sebastián Bolláin, como Dime una mentira (1992), su segunda y reciente incursión en el terreno del cine comercial, están protagonizadas por sus sobrinas Icíar y Marina Bolláin. El problema de ambas producciones es que esta, en principio, buena idea se desaprovecha por completo.

Icíar Bolláin es una actriz con gran atractivo personal, que además acostumbra a trabajar en películas un tanto insólitas dentro de la producción nacional y con un encanto especial. Enfrentarla a su hermana gemela Marina Bollái...

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Tanto Las dos orillas (1987), primer largometraje del sevillano Juan Sebastián Bolláin, como Dime una mentira (1992), su segunda y reciente incursión en el terreno del cine comercial, están protagonizadas por sus sobrinas Icíar y Marina Bolláin. El problema de ambas producciones es que esta, en principio, buena idea se desaprovecha por completo.

Icíar Bolláin es una actriz con gran atractivo personal, que además acostumbra a trabajar en películas un tanto insólitas dentro de la producción nacional y con un encanto especial. Enfrentarla a su hermana gemela Marina Bolláin es especialmente curioso por ser muy parecidas, resultar imposible distinguirlas por separado y muy difícil conseguirlo cuando están juntas. Lo que ocurre es que siguen estando muy lejos del terreno donde puedan moverse al unísono con facilidad y obtener buenos resultados.

Dime una mentira

Dirección: Juan Sebastián Bolláin. Guión: Manuel Marinero, Gregorio Roldán, Juan Sebastián Bolláin.Fotografía: Ángel Luis Fernández. España, 1992. Intérpretes: Icíar Bolláin, Marina Bolláin, Miky Molina, Pedro Mari Sánchez, Magüí Mira. Estreno en Madrid: Luchana, Ideal.

Dime una mentira está mucho mejor rodada que Las dos orillas; tiene un perfecto acabado técnico, aspecto en el que destaca la excelente fotografía de Ángel Luis Fernández. Pero ambas están basadas en historias demasiado simples, en guiones casi inexistentes. De manera que puede decirse que mientras Icíar y Marina Bolláin son dos actrices interesantes y Juan Sebastián Bolláin un director que progresa de película en película, los tres son malos argumentistas, en la medida que firman la idea original de la película Dime una mentira.

María es hija de una costurera, ayuda a su madre, tiene un novio que toca el clarinete y se aburre. Irma es actriz, está cansada de su profesión y le gustaría cambiar de vida. Un día se conocen, quedan fascinadas por su parecido físico y deciden intercambiar sus identidades. El resultado es que Irma le quita el novio a María y María se queda con un papel que debía haber interpretado Irma.

Historia muerta

Esta historia que, como cualquier otra, podía haber dado lugar a una buena película, no funciona porque muere en sí misma. No tiene ninguna trascendencia, carece del más mínimo desarrollo. De manera que, por mucho que se empeñen sus protagonistas, tanto las hermanas Icíar y María Bolláin, como un Miky Molina que, por las propias necesidades de la historia, aparece demasiado aprisionado entre ellas, los personajes sólo son unos bocetos excesivamente alejados de tener algo de vida propia.Rodada a medio camino entre el documental y la comedia de equívocos, Dime una mentira carece de atractivos dramáticos propios y resulta larga a pesar de no serlo. La culpa es de su argumento mínimo, de un guión donde en cada escena los personajes resumen lo que ha ocurrido en la anterior y plantean lo que va a suceder en la siguiente, de un director que pierde demasiado tiempo en describir los decorados donde transcurre la mínima acción y, sobre todo, de que Icíar y Marina Bolláin apenas salen juntas.

Dado su enorme parecido, deberían aparecer siempre en el mismo plano, logrando efectos que cuestan millones cuando los dos personajes idénticos son encarnados por el mismo actor, se llame Jeremy Irons o Victoria Abril.

Desgraciadamente, Icíar y Marina Bolláin comparte muy pocas escenas, y además suelen estar rodadas por el tradicional sistema del plano y contraplano, que les quita toda su posible fuerza en este sentido. Y además pasan media película entrando y saliendo de sitios o recorriendo con parsimonia unos decorados, muy bien seleccionados por Gonzalo Gonzalo, que se salen bastante de lo habitual, pero acaban teniendo un protagonismo excesivo.

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