¿Quién es el jefe?

La proliferación de bandas armadas irregulares complica el escenario militar en Bosnia

ENVIADO ESPECIALUn oficial de las Fuerzas de Protección de la ONU (Unprofor) se dirige a un puesto avanzado, en una zona de Bosnia dominada por croatas y musulmanes, para resolver un problema de paso de convoyes. Se acerca a un control de carretera donde se encuentra media docena de hombres armados y pregunta: "¿Dónde está el jefe? Necesito hablar con él". El capitán de los cascos azules asiste asombrado a las posteriores discusiones entre los soldados. Al final responden que nadie sabe quién es el jefe. Los cuarteles generales funcionan en Bosnia, pero la cadena de mando se ha roto. La prolif...

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ENVIADO ESPECIALUn oficial de las Fuerzas de Protección de la ONU (Unprofor) se dirige a un puesto avanzado, en una zona de Bosnia dominada por croatas y musulmanes, para resolver un problema de paso de convoyes. Se acerca a un control de carretera donde se encuentra media docena de hombres armados y pregunta: "¿Dónde está el jefe? Necesito hablar con él". El capitán de los cascos azules asiste asombrado a las posteriores discusiones entre los soldados. Al final responden que nadie sabe quién es el jefe. Los cuarteles generales funcionan en Bosnia, pero la cadena de mando se ha roto. La proliferación de facciones armadas, las dificultades en las comunicaciones, los litigios internos y la escasa disciplina amenazan con la libanización de la guerra de los Balcanes.

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El mismísimo general Ratko MIadic, máximo responsable militar de los serbios de Bosnia, tuvo que cuadrar recientemente a un cabo díscolo que se negaba a permitir el paso de unos ingenieros civiles que acudían, provistos de los correspondientes permisos, a reparar una subestación eléctrica en los alrededores de Sarajevo.Mientras los jefes y los, oficiales de los tres ejércitos en contienda cuentan, en general, con una excelente formación obtenida en las academias del antiguo Ejército yugoslavo o en cursos en el extranjero, la eficacia y la disciplina de las tropas a sus órdenes deja mucho que desear. Legiones de reservistas, voluntarios y jóvenes inexpertos movilizados para la guerra se mueven desaliñados y confusos por los escenarios de los combates y por la retaguardia. Con un armamento obsoleto y más fervor patriótico que estrategia militar, unidades y destacamentos cometen errores imperdonables para cualquiera que haya estudiado los fundamentos de cómo conquistar una ciudad o cómo interceptar una ruta de abastecimientos.

La escalada de la guerra no ha hecho sino empeorar más las cosas. Desde esta perspectiva, la posibilidad de una intervención militar auspiciada por la ONU aparece como un proyecto descabellado y sin ninguna opción de éxito. En la práctica, habría que desplegar una compañía de cascos azules, en cada localidad conflictiva de esta Bosnia-Herzegovina habitada por 4,5 millones de personas, estriada de montañas con cumbres de más de 2.000 metros y recorrida por ríos que sortean grandes desfiladeros.

¿200.000 'cascos azules'?

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Ningún responsable militar de Unprofor se atreve a ofrecer una cifra de los soldados que serían necesarios para formar una fuerza de interposición. Ni siquiera los diplomáticos que han dirigido las negociaciones de paz como Cyrus Vance y David Owen han logrado aventurar cuántos cascos azules deberían garantizar un hipotético alto el fuego entre serbios, croatas y musulmanes. Se barajan cifras de 100.000 o 200.000 soldados, pero no dejan de ser puras especulaciones.

"Si no fuera porque he presenciado directamente los dramas y la barbarie de este conflicto, podría decir que la guerra en los Balcanes se asemeja a las parodias del Ejército, de Pancho Villa o a los diálogos de humor negro de Gila". El teniente coronel español de las fuerzas de la ONU que desgrana con ironía estas impresiones de la guerra es un experto de Estado Mayor en operaciones especiales y ha recorrido durante los últimos seis meses, palmo a palmo, toda la región de Sarajevo. "Ya no es posible generalizar ningún análisis en esta maldita contienda. Todo se reduce ya a cuestiones personales, a puras venganzas avivadas por el odio y las rencillas", añade el teniente coronel.

Basta viajar por las accidentadas carreteras bosnias para observar centenares, quizá miles de viviendas que han sido literalmente arrasadas por palas excavadoras o han sido rociadas con gasolina y calcinadas.

Cuando uno de los bandos en conflicto logra expulsar a sus enemigos de una localidad, comienza una planificada e implacable limpieza étnica. Pueblos enteros han sido barridos del mapa, ya no existen. Si algún día llega la paz, una parte de Bosnia nunca más podrá regresar a sus hogares. Sencillamente sus casas han sido pasto de las llamas o de la piqueta.

Antes de la destrucción, los vencedores, da igual que sean serbios, croatas o musulmanes, se habrán llevado todo lo que hayan encontrado a su paso en las viviendas: desde el televisor en blanco y negro o los electrodomésticos hasta las cortinas y los utensilios de cocina.

En un país donde los semáforos o las normas de circulación sólo significan un vago recuerdo de tiempos civilizados, transitan muchos vehículos sin matrícula. Que nadie piense que esto forma parte del explicable caos que una guerra pro duce en la retaguardia. La inmensa mayoría de los coches y camiones sin identificar han sido lisa y llanamente robados a sus antiguos propietarios antes de que escaparan. Porque la limpieza étnica se ejecuta sin contemplaciones y los condenados a deambular como refugiados de guerra huyen de las zonas de combate apenas con lo puesto.

Los infinitos controles militares diseminados por toda Bosnia están gobernados por jóvenes bisoños y de gatillo fácil. Son capaces de provocar, por ejemplo, un serio altercado con una caravana de coches que regresa de celebrar una boda, cerca de Konjic, en una más de las imágenes surrealistas que se suceden en este conflicto sin orden ni concierto.

El juego de la guerra

No hace falta ser un experto en asignaturas castrenses para comprobar que los mandos serbios, croatas y musulmanes se revelan incapaces ya de controlar la multitud de grupos para militares que han surgido tras casi un año de guerra. Como botón de muestra, los bares y las cantinas de Bosnia suelen cerrar a las siete de la tarde para evitar que las consecuencias de una juerga terminen por dirimirse con disparos de fusiles Kaláshnikov.

Los niños han aprendido también a convivir con la guerra. Imitan los aires guerreros de sus hermanos mayores, visten ropas militares y se han acostumbrado al paso de los convoyes y al estruendo de los bombardeos. Las calles de Bosnia se ven permanentemente invadidas por pequeños que, sin posibilidad de ir a unas escuelas convertidas en cuarteles o almacenes, entretienen su ocio con la contemplación del trágico espectáculo. Tienen miradas de cansancio, pero también de rabia porque ya han aprendido a odiar. Si la guerra se prolonga, ellos se convertirán, sin duda alguna, en el relevo de los que ahora caen muertos o resultan heridos en el combate.

Las guerras en Croacia y en Bosnia-Herzegovina han venido a llover sobre mojado. Durante 36 años, desde el final de la II Guerra Mundial hasta su muerte, en 1980, el mariscal Josip Broz Tito formó uno de los ejércitos comunistas mejor preparados de Europa. El concepto de que la defensa del país era una tarea de todos ocupaba el primer plano. Quizá lo que nunca imaginó el viejo Tito es que sus paisanos utilizarían las armas los unos contra los otros.

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