Editorial:

El hambre

DE LOS 2.000 millones de seres humanos que padecen en algún momento una forma u otra de: malnutrición, 190 millones son niños, y de éstos, 14.600.000 mueren de hambre cada año, a razón de 40.000 al día. Cifras escalofriantes que hablan por sí solas de un panorama que, para resultar desolador, no requiere ya el recurso a plañideras y moralizantes comparaciones con la dieta de los países desarrollados. El hambre no tiene razón de ser.Días atrás se celebró en Roma la Conferencia Internacional sobre Nutrición (CIN). En su transcurso, las 160 delegaciones participantes (las de los países miembros d...

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DE LOS 2.000 millones de seres humanos que padecen en algún momento una forma u otra de: malnutrición, 190 millones son niños, y de éstos, 14.600.000 mueren de hambre cada año, a razón de 40.000 al día. Cifras escalofriantes que hablan por sí solas de un panorama que, para resultar desolador, no requiere ya el recurso a plañideras y moralizantes comparaciones con la dieta de los países desarrollados. El hambre no tiene razón de ser.Días atrás se celebró en Roma la Conferencia Internacional sobre Nutrición (CIN). En su transcurso, las 160 delegaciones participantes (las de los países miembros de las dos entidades patrocinadoras, la FAO y la OMS) intentaron, una vez más, hacer balance del hambre en el mundo y el catálogo de sus posibles remedios. Nada nuevo. Sólo una situación que mejora lentamente en términos globales. Las conclusiones de la conferencia han sido la usuál e inútil retahíla de píos deseos (la Declaración sobre la Nutrición, firmada por los participantes, "tendrá consecuencias" indudables, puesto que supone "la extensión de la conciencia del problema") y decisiones ( "prometemos hacer todo lo posible para eliminar antes del fin de esta década el hambre y las muertes por hambre").

En las condiciones actuales, el mundo no es capaz de poner remedio acelerado a la malnutrición; es difícil que la comunidad internacional establezcáprogramas de ayuda eficaces, pese a que, según la CIN, el "fin de las divisiones ideológicas" debería hacer desaparecer "los pretextos para no actuar". Y es que únicamente mecanismos de desarrollo que son forzosamente lentos son capaces de enderezar -como ha ocurrido- la situación en las zonas subdesarrolladas. En todas, menos en África y los países más pobres del cinturón de naciones que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza absoluta.

Así, aunque parezca mentira decirlo, la situación ha mejorado considerablemente. Si en 1970 la insuficiencia alimentaria afectaba de manera constante a 941 millones de personas, en 1990 la cifra era de sólo 786 millones; una disminución doblemente significativa si se tiene en cuenta la explosión demográfica ocurrida en esas dos décadas. A estos efectos, es interesante comprobar que, según datos de la FAO, las curvas de incremento de consumo de quilocalorías por persona y día siguen con bastante fidelidad la evolución del desarrollo económico por regiones; incluso se aprecia la influencia inmediata de crecimientos cíclicos de la economía, como el cuasi-despegue latinoamericano al final de la década de los setenta; la interrupción de éste a partir de 1980 supuso el inmediato incremento de la malnutrición en la población.

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Y es que la malnutrición y las hambrunas están directamente ligadas a fenómenos sustancialmente políticos propios de cada uno de los países que las padecen. Amartya Sen, en un artículo publicado en la revista Claves, demuestra que la causa más directa de las hambrunas que han asolado a las naciones más pobres a lo largo del siglo XX no ha sido la depauperación de la población, sino la ausencia de democracia y libertad. Es la falta de información y de oposición política la que impide la aplicación de los remedios, relativamente sencillos, necesarios para prevenir las hambrunas. Lo mismo puede predicarse de la malnutrición. Lo que más influye en su extensión y pervivencia es la tiranía política, la existencia de guerras civiles, la corrupción en las clases dirigentes.

No quiere decir esto que la comunidad desarrollada debá abandonar a los países más pobres a su suerte, sino, más bien, que operaciones como la que se está llevando a cabo en Somalia no pueden ser más que esporádicas y aplicadas a casos de extrema angustia y penuria. Los planes a largo plazo que serán, en última instancia, los que pongan remedio permanente a los problemas de nutrición en el mundotienen más que ver con el fomento del desarrollo económico en un marco democrático que con la introducción de pequeños parches de ayuda temporal. La responsabilidad de la comunidad internacional, efectivamente basada en el "fin de las divisiones ideológicas", es doble; por una parte, el aseguramiento de que se acaban las trabas al comercio (objetivo perseguido por el GATT) para que así mejoren los ingresos de los subdesarrollados, y, por otra, la presión en pro de los derechos humanos y la desaparición de la inestabilidad política en los países más pobres. Sólo así podrán éstos contemplar con seriedad un desarrollo económico racional, única forma de mejorar, en última instancia, sus niveles de vida y bienestar.

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