Crítica:CINE

Cambio de enemigo

En 1990, La caza del Octubre Rojo dio a conocer, tras la sombra protectora, casi majestuosa, de Sean Connery, al analista de la CIA Jack Ryan, nacido de la pluma de Tom Clancy, un escritor de best-sellers convertido por el cine en multimillonario. Ryan tenía entonces los rasgos de Alec Baldwin, y ese trabajo le valió justamente una fama imprevista. La película fue un un éxito torrencial, mucho más del esperable. De forma que ya tenemos a Ryan otra vez con nosotros: ahora es Harrison Ford, y conviene habituarse a su rostro, puesto que ha firmado un contrato con Paramount para ser ...

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En 1990, La caza del Octubre Rojo dio a conocer, tras la sombra protectora, casi majestuosa, de Sean Connery, al analista de la CIA Jack Ryan, nacido de la pluma de Tom Clancy, un escritor de best-sellers convertido por el cine en multimillonario. Ryan tenía entonces los rasgos de Alec Baldwin, y ese trabajo le valió justamente una fama imprevista. La película fue un un éxito torrencial, mucho más del esperable. De forma que ya tenemos a Ryan otra vez con nosotros: ahora es Harrison Ford, y conviene habituarse a su rostro, puesto que ha firmado un contrato con Paramount para ser Ryan en no menos de tres películas, por las que obtendrá la escalofriabte cifra de 2.000 millones de pesetas. Todo un récord, qué duda cabe.¿Cuál es la clave del interés por el personaje? Ante todo, la rentabilidad: los 20.000 millones de pesetas recaudados por la primera parte en la, digamos, saga Ryan son un argumento de peso. Pero, más allá de esto, la dirección en que parecen apuntar los productores no es otra que la búsqueda de un nuevo personaje-río -James Bond está a la baja y ya no hay quien lo levante-, heroico sólo cuando debe serlo, astuto e inteligente, sí, pero, ante todo -así están los tiempos-, buen padre de familia. Que la ficción lo presente jugando al Monopoly en Londres con su esposa e hija -lo han acompañado allí para estar con él mientras da doctas conferencias sobre la ex URSS: ¿qué otro analista de la CIA ha sido visto en similar conipañía?-, o que el relato se clausure con una secuencia en que la familia unida espera saber el sexo de un nuevo vástago encamino son argumentos que despejan cualquier duda sobre nuestro hombre.

Patriot games

Dirección: Philipp Noyce. Guión: W. Peter Iliff y Donald Stewart, según la novela de Tom Clancy. Fotografía: Donald M. McAlpine. Música: James Horner. Producción: Mace Neufeld y Robert Rehme para Paramount. EE UU, 1992. Intérpretes: Harrison Ford, Anne Archer, Patrick Bergin, Sean Bean, Thora Sirch, James Fox, James Earl Jones, Richard Harris. Estreno en Madrid: Carlos III, Aragón, España, Excelsior, Proyecciones, Peñalver, Avenida, Renoir (Cuatro Caminos).

Un personaje para los nuevos tiempos: muerto y enterrado el fantasma comunista, la CIA, a la que ahora nuestro hombre está sólo episódicamente unido, deberá buscarse otros enemigos los obtiene, por obra y gracia la acción cívica de Ryan al enfrentarse, solo y desarmado , todo un comando terrorista.

Pero lo que llama poderosamente la atención de Patriot games, más allá de lo que constituye normalmente el caldo decultivo de las novelas de Claney (es decir, la documentada información militar que suministra en sus novelas), y sobre todo si se compara el filme con su antecesor, es la extrema endeblez de su trama argumental y la parca, casi inexistente, caracterización psicológica de los personajes. De hecho, el filme articula una peripecia prácticamente única y monocorde que desarrolla casi hasta la extenuación. De lo que se trata es de contar el calvario de una familia asediada, toda una reiteración en el cine americano actual que cabe ver como una metáfora mayor: la de un país a la defensiva, temeroso del curso que toma un mundo que controla militarmente, como es público y notorio, pero sobre una base económica extremadamente endeble. De los pavores externos pero también de los miedos internos, nacen estas ficciones, que hay que ver mucho más como fungibles, olvidables pasatiempos con fondo de terror que como artefactos con voluntad de supervivencia artística.

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