Crítica

Latinoamérica, elogio de la modernidad

Organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, esta impactante aproximación a la memoria del arte contemporáneo en Latinoamérica inicia su andadura como broche de los actos del pabellón de la ciudad de Sevilla en los fastos del 92. Más allá de la retórica de los lazos sanguíneos y las hermandades patrias, en esto como en tantas cosas, lo cierto es que -salvo por algunas individualidades míticas y otros vínculos ocasionales- el arte latinoamericano contemporáneo nos resulta un continente desdibujado en el detalle y, aún peor, no siempre bien recordado en lo que, de hecho, sabemos o debi...

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Organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, esta impactante aproximación a la memoria del arte contemporáneo en Latinoamérica inicia su andadura como broche de los actos del pabellón de la ciudad de Sevilla en los fastos del 92. Más allá de la retórica de los lazos sanguíneos y las hermandades patrias, en esto como en tantas cosas, lo cierto es que -salvo por algunas individualidades míticas y otros vínculos ocasionales- el arte latinoamericano contemporáneo nos resulta un continente desdibujado en el detalle y, aún peor, no siempre bien recordado en lo que, de hecho, sabemos o debiéramos saber.La afirmación vale, con matices distintos, para las dos partes que desempeñan en esta ocasión el papel de receptores: la del público español que recibe ahora, en su primera etapa, el itinerario de esta muestra, y la estadounidense, destinataria final de la exposición.

Artistas latinoamericanos del siglo XX

Estación Plaza de Armas. Sevilla. Hasta el 12 de octubre.

El tema del arte latinoamericano del siglo XX es, con todo, un asunto complejo, en la medida en que, globalmente, se ajusta con dificultad a los tópicos generales a los que tendemos a asimilar el devenir de lo moderno.

De ahí, entre otras, una de las causas que han tendido a propiciar esa desidia en nuestra atención, típica del recelo -algo sabemos, en carne propia, los españoles- que acompaña al sambenito de lo diferente.

De ahí que me parezca particularmente oportuna la sugerente visión aportada por la muestra presentada en Sevilla. Y ello a sabiendas de su carácter -por razones y desde perspectivas múltiples- incuestionablemente polémico.

Hay, por ejemplo, ausencias notables, más chocantes en un balance tan amplio. Se me ocurren, a vuela pluma, nombres como los de Pettoruti, Szyszlo, Obregón, Gironella o Rojo; con todo, el propio catálogo habla, sin detallar razones, de ausencias "ajenas a la voluntad de la empresa". Sin embargo, la cuestión de fondo es otra.

De modo consciente, pese a la apariencia exhaustiva de su recorrido, el comisario de la exposición, Waldo Rasmussen, ha elegido, como estrategia, una mirada sesgada a la hora de proponernos esta lectura secular del arte latinoamericano. Sesgo que afecta, a veces de modo indisociable, tanto al argumento teórico como a la selección de artistas.

Evita, por ejemplo, y así lo declara de modo explícito, todo énfasis en aquellos aspectos manifiestamente étnicos del arte latinoamericano, propiciados a menudo por otras aproximaciones cuya inclinación por lo exótico -no menos reduccionista, en ese sentido- condena al arte latino al límite de sus estereotipos más pedestres.

Toda lectura es, desde luego, excluyente. En este caso, como el propio Rasmussen declara en el catálogo, antes que la óptica del historiador, obligado a reseñar la totalidad de los hechos, la suya ha sido la del organizador de exposiciones, libre para elegir sus bazas entre aquellas que ilustran mejor un argumento. Puede que, en ese sentido, su discurso no diga toda la verdad, pero tampoco miente.

La memoria artística latinoamericana no se reconocerá, tal vez, aquí por entero, pero sí reconocerá, en lo esencial, la presencia de sus páginas clave.

Referencias cosmopolitas

La muestra elige una mirada manifiestamente exterior; lee, por así decir, el arte latinoamericano siguiendo los parámetros del devenir de las vanguardias de nuestro siglo.No rehúye lo específico -bien al contrario, saca a la luz, y valora en cuanto a tales, las diferencias, apoyándose en sus puntos más fuertes-, pero tiende siempre a volver, en la estructura de la muestra, al punto de referencia cosmopolita. Viene a decimos que "ha habido y hay un gran arte latinoamericano contemporáneo" a la manera como, desde el discurso internacional, entendemos la medida de lo contemporáneo.

Y los nombres y la cuidada selección de obras sobre los que se apoya la exposición resultan, en todo momento, convincentes, aun de un modo brillante y cautivador. Enmascara, por supuesto, así una realidad que es, finalmente, más conflictiva, con matices más complejos, y seguramente no tan luminosa.

Pero el efecto es, desde luego, impactante y, con seguridad, positivo, pues, mostrándonos aquel arte latinoamericano que mejor desafía el envite de una perspectiva internacional, abre tras él la puerta al fascinante laberinto real de la latinidad.

Con los adelantados de la vanguardia -el Rivera cubista, Barradas, Tarsida do Amaral, Xul Solar o Segal-, con la singularidad de un Figari o un Reverón, con los tres muralistas paradigmáticos, -con Frida Kahlo y María Izquierdo, con Matta y Lam, Torres García y su escuela, el arte concreto del Cono Sur, Tamayo, los grandes cinéticos o Botero, los hitos de este itirierario avalan con contundencia, paso a paso, esa lógica de la modernidad.

Pero la muestra cierra también su argumento dedicando una particular atención a los nombres y tendencias más recientes, con una selección atractiva, cuyos puntos fuertes se encuentran, a mi entender, en propuestas como las de Liliana Porter, Kuitca, Galán, Ray Smith y Alfredo Jaar.

La exposición quiere señalar con ello que, antes que una secuencia de casos memorables, excepciones en el tiempo, el arte latinoamericano es un flujo fértil y, sobre todo, una presencia entre los ejes de tensión del presente.

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