Cartas al director

Nostalgia del Cid

Soy una joven de 23 años que este último fin de semana, alejándome de la belleza contaminada que me ofrece día tras día mi ciudad, mi Madrid, halléme sin saberlo, pero esperándolo, en tierras de Soria; tierras todavía pobres, sobrias y elementales, y a las que aún no ha llegado el soplo vivificador de las modernas técnicas agrarias. Según me iba acercando a Berlanga de Duero, vi a lo lejos dibujado el perfil que aparece dominado por las altas siluetas del Cerro del Castillo, con la antigua fortaleza protegiendo la villa, y la colegiata acogiendo a su alrededor las casas humildes de los labrado...

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Soy una joven de 23 años que este último fin de semana, alejándome de la belleza contaminada que me ofrece día tras día mi ciudad, mi Madrid, halléme sin saberlo, pero esperándolo, en tierras de Soria; tierras todavía pobres, sobrias y elementales, y a las que aún no ha llegado el soplo vivificador de las modernas técnicas agrarias. Según me iba acercando a Berlanga de Duero, vi a lo lejos dibujado el perfil que aparece dominado por las altas siluetas del Cerro del Castillo, con la antigua fortaleza protegiendo la villa, y la colegiata acogiendo a su alrededor las casas humildes de los labradores. Escuchando el blanco silencio que producen las aguas del río Escalote, un sentimiento de serenidad y sosiego nos traslada a un vertiginoso pasado de magnificiencia y esplendor de lo que un día fueron Berlanga y tantos otros pueblos de España. La tristeza nace cuando retornamos al presente y surge ante nuestros ojos la cruda realidad de lo que el transcurso del tiempo y el abandono de los hombres han legado a nuestra era. Al entrar en la colegiata, los muros me pedían a gritos que la pasividad de tantos ojos ante su deterioro se trasegase en despertar mi estímulo y sensibilidad ante tanta belleza que, en breve, podría sucumbir. La impotencia me inunda, y lo único que está en mis manos para poder transmitir el fiel deseo de estas voces apagadas de tantos monumentos y pueblos que en España corren el peligro de extinguirse es esta humilde y firme petición de que consideren que esa cultura que se está perdiendo, una vez borrada, nunca se podrá recuperar, y en la historia de España faltarán testimonios concretos que confirmen lo que los libros nos cuentan. Y que cuando pasen los años, haya gentes que, igual que yo, sentadas a los pies del castillo tengan el privilegio de sentir la alegre nostalgia de ver al Cid cabalgando por los campos de Castilla, se admiren ante la arquitectura y el arte encerrado en tantos monumentos que los españoles fuimos capaces de crear y que ahora tenemos la obligación de conservar. Así conseguiremos que todavía existan poetas que se inspiren en las mismas tierras que suscitaron el primer poema en lengua castellana, El cantar del Mío Cid. Éste es mi deseo y exigencia. Quiero creer que el clamor de tantos pueblos, personificado en mis palabras, no pase inadvertido y avive el interés de realizar hechos concretos.-

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