Crítica

El arte emboscado

Miguel Ángel Blanco (Madrid, 1958) es uno de los más personales y coherentes artistas que han surgido en nuestro país durante los frenéticos y alocados últimos años. Más aún: autodidacta y solitario, este joven que ha vivido y vive lejos del mundanal ruido, porque ha vivido y vive donde crea: en el bosque, que es el lugar y el tema de su inspiración artística, ha tenido, tiene y presumiblemente tendrá todas las dificultades imaginables para ser popular, lo que ciertamente contradice todos los baremos estéticos hoy socialmente vigentes.A estas alturas, no creo tampoco que esto le importe más de...

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Miguel Ángel Blanco (Madrid, 1958) es uno de los más personales y coherentes artistas que han surgido en nuestro país durante los frenéticos y alocados últimos años. Más aún: autodidacta y solitario, este joven que ha vivido y vive lejos del mundanal ruido, porque ha vivido y vive donde crea: en el bosque, que es el lugar y el tema de su inspiración artística, ha tenido, tiene y presumiblemente tendrá todas las dificultades imaginables para ser popular, lo que ciertamente contradice todos los baremos estéticos hoy socialmente vigentes.A estas alturas, no creo tampoco que esto le importe más de lo preciso a Miguel Ángel Blasco, pero, con todo, a mí si me preocupa no advertir de antemano con lo que el circunstancial espectador no avisado se puede enfrentar, cuando, como ahora, tiene la oportunidad de contemplar parte de su obra, más allá de modos y modas al uso. En este sentido, el tema de la presente exposición es también el bosque y tratado nuevamente a través de sus hermosos libros-cajas, que atesoran las huellas y trazos personales de una vivencia convertida en gesto y los propios materiales de la naturaleza. La vivencia de lo mismo, cuando es intensa y se dispara, a partir de materiales que atesoran los más íntimos secretos donde la vida suele más natural -hóndamente- florecer, produce, empero, obras siempre distintas, y así no ha podido por menos volver a ponerse de manifiesto con esta obra última de M. A. Blanco.

Miguel Angel Blanco

Galería Columela, Lagasca 3, Madrid, del 17 de septiembre al 30 de octubre de 1992.

¿Cómo explicarlo? No es fácil ciertamente, pero sí al menos quiero subrayar dos incidencias ahora particularmente reveladoras: por una parte, la profundización dialéctica entre la mayor dimensión pictórica de los elementos naturales del bosque que Blanco recoge en sus paseos y emplea, moldeados, en sus estuches, y la mayor naturalización de sus gestos pictóricos; más, asimismo, por otra, esa cada vez más patente estilización oriental de sus dibujos, como corresponde a quien siente la naturaleza como un acontecimiento, el único acontecimiento poético que el hombre puede contemplar sin extrañeza si emprende el intrincado camino de la sabiduría, ese bosque sin sendas.

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