49º FESTIVAL DE VENECIA

Jack Lemmon y Harrison Ford convierten malos filmes en espectáculos apasionantes

Glengarry Glen Rose es una buena comedia dramática de David Mamet, que ha llevado a la pantalla, de manera tópica, convencional y plana, un director simplemente correcto llamado James Foley. Patriot Games es una novela de acción, un thriller político resultón, y muy vendible, escrito por el popular Tom Clancy y ahora llevado a la pantalla por Philliph Noyce: resultado peor que mediocre. Pero la primera tiene dentro a Al Pacino, a Ed Harris y, sobre todo, a Jack Lemmon. Y la segunda, a Harrison Ford.

La primera está en concurso y la segunda, en proyección especial fuera de competició...

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Glengarry Glen Rose es una buena comedia dramática de David Mamet, que ha llevado a la pantalla, de manera tópica, convencional y plana, un director simplemente correcto llamado James Foley. Patriot Games es una novela de acción, un thriller político resultón, y muy vendible, escrito por el popular Tom Clancy y ahora llevado a la pantalla por Philliph Noyce: resultado peor que mediocre. Pero la primera tiene dentro a Al Pacino, a Ed Harris y, sobre todo, a Jack Lemmon. Y la segunda, a Harrison Ford.

La primera está en concurso y la segunda, en proyección especial fuera de competición. Cine archisabido y lleno de trucos. Pero el genio de sus intérpretes le impide a uno escaparse de la sala e irse a limpiar los ojos bajo las lloviznas que han venido con ellos al Lido veneciano. Ver a estos gigantes de la creación cinematográfica, aunque sea en películas menores, es un gran espectáculo.Glengarry Glen Rose es el nombre de una pequeña oficina, de vendedores neoyorquinos, de agentes inmobiliarios de poca monta, cuya rentabilidad se hace cada día más escasa, a medida que se hace más y más profundo el abismo de la dramática recesión económica que hoy zarandea a Estados Unidos. Hay en el drama de David Mamet que lleva este título, ecos de la legendaria visión de la gran crisis del 29 que Arthur Miller urdió en su Muerte de un viajante. Existe una inquietante relación entre aquella catástrofe y algo que se masca en la vida cotidiana de los estadounidenses de hoy. Un modelo de vida y de sociedad es corroído por una carcoma, por un desgaste humano inexorable, que derrumba infinidad de vidas y caracteres anónimos.

El cine norteamericano de última hora, con su capacidad de bote pronto, que le hace superior al de cualquier otro país en velocidad de respuesta a las incógnitas y las sacudidas de la vida social, parece obsesionado por este grave asunto. En todos los festivales encontramos abundantes películas de raro e intenso pesimismo y violencia crítica: algo no funciona en las tripas del gigante. americano y el cine refleja compulsiva y apresuradamente.

Este apresuramiento se percibe en Glengarry Glen Rose, que es una película interesante pero deficiente, pues no supera la estructura teatral de donde procede. En cuanto cine, carece de estilo e identidad. Pero (y ésta es otra peculiaridad inimitable del cine de Hollywood) dentro de ella está el rostro de Jack Lemmon, que construye con maestría portentosa a un personaje en el umbral de su definitiva derrota y lo hace tan en carne viva, y de manera tan estremecedora, como Fredric March lo hizo en la deficiente versión que Laszlo Benedek hizo hace décadas de Muerte de un viajante.

Talento de celuloide

Es Jack Lemmon más que un objeto cinematográfico: es cine en sí mismo e impone su talento al celuloide que lo captura, aunque esté organizado por manos e imaginaciones de segunda fila, como las de James Foley. Y su diálogo con Al Pacino y Ed Harris adquiere así energía creadora de primer orden, con escenas de las que ponen la carne de gallina a quien sepa y quiera entender la hondura de la autoría que un actor de genio puede imprimir en una película que no le pertenece y que es indigna de él.Jack Lemmon está aquí, en Venecia, y su figura de viejo risueño y apacible contrasta con el desgarro con que le vimos actuar anoche en la pantalla de Palazzo del Cinema. Dicen que ha llegado aquí para entregar uno de los grandes premios. Pero es, posible que este viejo e insobornable radical tenga que subir el sábado dos veces al podio de los triunfadores: a dar ese premio para el que ha sido traído aquí y a recoger el suyo propio.

Otro tanto ocurre, y de manera más pronunciada en la un poco pésima Patriot Games, porque Harrison Ford ha de mostrar su incalculable talento interpretativo sobre. la apoyatura de una composición literaria de rango muy inferior a la de Mamet, que sostiene a Glengarry Glen Ros. Patriot Games es, hablando en cristiano, una película basura, una petulante estupidez, pero Ford la ennoblece. Aparece el rostro de este intérprete y se devora la basura incluso con hambre.

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