Editorial:

Confusión y recetas

EL GOBERNADOR del Banco de España ha aprovechado su primera intervención pública para lanzar un mensaje de calma a los mercados financieros, expuestos desde hace semanas a tensiones que incluso han llegado a cuestionar seriamente el mantenimiento de la disciplina de estabilidad que supone el mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo. Han sido, en efecto, turbulencias originadas por la conjunción de diversos factores que en conjunto han tenido una amplitud internacional. Pero no es menos cierto que esa crisis de confianza que revela la volatilidad de las variables financieras se ha man...

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EL GOBERNADOR del Banco de España ha aprovechado su primera intervención pública para lanzar un mensaje de calma a los mercados financieros, expuestos desde hace semanas a tensiones que incluso han llegado a cuestionar seriamente el mantenimiento de la disciplina de estabilidad que supone el mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo. Han sido, en efecto, turbulencias originadas por la conjunción de diversos factores que en conjunto han tenido una amplitud internacional. Pero no es menos cierto que esa crisis de confianza que revela la volatilidad de las variables financieras se ha manifestado con especial virulencia en los mercados españoles.Hay que preguntarse el por qué la economía española ha sido, y sigue siendo, una de las más vulnerables a esas perturbaciones. Sobre esa base será posible comprender esa proliferación de recetas erróneas que ha denunciado el gobernador y que no han contribuido sino a agudizar el impacto adverso sobre la economía española de esas tensiones financieras. Desde principios de este año no han dejado de sucederse los datos negativos sobre la evolución de la economía española. La desaceleración de su ritmo de crecimiento no ha sido el peor de esos exponentes, pero ha explicitado la trascendencia que tiene esa permanente incapacidad para controlar los desequilibrios básicos de nuestra economía. La elaboración del Programa de Convergencia, y su aprobación, coexistió con las primeras consecuencias de unos Presupuestos Generales del Estado para 1992 manifiestamente divergentes. Al escepticismo sobre los ambiciosos propósitos del Gobierno reflejados en ese programa sucedió la ausencia de materialización de aquellos que resultaban más factibles para los administradores y, en todo caso, más estrechamente vinculados al correcto funcionamiento de la economía española: las actuaciones tendentes a reducir las limitaciones en la oferta mediante las denominadas políticas estructurales.

Mientras tanto, el único respaldo de que gozaba la vocación de convergencia era una política monetaria tan rigurosa en sus pretensiones como ineficaz en la corrección de las tensiones inflacionistas. Ello significaba tipos de interés elevados y, en consecuencia, aumento del atractivo para los inversores de los títulos de renta fija denominados en pesetas, lo que justificaba el que la moneda española fuera la más fuerte de Europa. La mera posibilidad de que desapareciera el compromiso de convergencia con las principales economías europeas en términos de inflación, déficit público y, por tanto, en los tipos de interés daría al traste con ese préstamo de credibilidad que habíamos tomado del proyecto de Unión Económica y Monetaria propuesto en Maastricht. No es otra cosa lo que ha ocurrido y, en cierta medida, puede seguir ocurriendo. La ausencia de actuaciones de trascendencia para corregir los desequilibrios económicos en los últimos meses, en especial del déficit público, ha agravado esa inestabilidad financiera y sus consecuencias.

La facilidad con la que han emergido esos recetarios a los que se refirió el gobernador no sólo se ha concretado en la política cambiaría. Junto a confusas y escasamente razonadas propuestas de devaluación de la peseta o la ambigüedad sobre la necesidad de ratificar el Tratado de Maastricht, también hemos contemplado durante las últimas semanas cómo desde ámbitos próximos al Gobierno se producían manifestaciones distintas respecto a la magnitud del ajuste presupuestario, los capítulos de gasto susceptibles de reducción, alteraciones en el tratamiento fiscal de algunos instrumentos financieros, modificaciones en el carácter deducible de algunos conceptos de costes empresariales e incluso sobre la conveniencia de privatizar o no empresas públicas.

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No se ha tratado tanto de la trascendencia al exterior de un debate sobre opciones diferenciadas de política económica, sino, como ha señalado el gobernador, de una desordenada proliferación de recetas erróneas y carentes de perspectiva. Con todo, la ausencia de esta última no es responsabilidad únicamente de los partidarios de esa especie de cocina tradicional, sino también del clima de confusión creado por la insuficiencia de respuestas de política económica en los últimos meses y la propagación de ese clima de inestabilidad a la vida política.

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