El preso 3.641 del campo de Manjaca

Ambigua obsesión del coronel Bozidar Popovic con la Convención de Ginebra

Al coronel Bozidar Popovic, del Ejército serbio de Bosnia, jefe del campo de internamiento de Manjaca, le obsesiona la Convención de Ginebra. Ningún sacerdote puede saberse el catecismo como él conoce las reglas humanitarias de Ginebra. En cierto sentido es un prisionero más, el 3.641. "Las personas que se hallan aquí fueron capturadas en zonas de combate, según lo establecido en el artículo 4 de la Convención de Ginebra, números 1, 2, a, b, c. Los tratamos de forma muy humana y correcta, en consonancia con los párrafos 13 y 14 de la Convención de Ginebra. Una de las cuestiones menos afortunad...

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Al coronel Bozidar Popovic, del Ejército serbio de Bosnia, jefe del campo de internamiento de Manjaca, le obsesiona la Convención de Ginebra. Ningún sacerdote puede saberse el catecismo como él conoce las reglas humanitarias de Ginebra. En cierto sentido es un prisionero más, el 3.641. "Las personas que se hallan aquí fueron capturadas en zonas de combate, según lo establecido en el artículo 4 de la Convención de Ginebra, números 1, 2, a, b, c. Los tratamos de forma muy humana y correcta, en consonancia con los párrafos 13 y 14 de la Convención de Ginebra. Una de las cuestiones menos afortunadas es la relativa a higiene y asistencia sanitaria; hemos tratado de cumplir con los artículos 32 y 33 de la Convención de Ginebra, pero el embargo ha tenido sus consecuencias..."

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Fuera de la húmeda oficina del coronel Popovic, a través de la lluvia persistente, sus prisioneros musulmanes parecían hombres del gulag: las manos atrás, los hombros caídos, cabizbajos, los zapatos y calcetines mugrientos, los pantalones manchados de marrón y una expresión desesperada en el rostro; junto a ellos, los guardias armados. Mientras caía la lluvia, tras el alambre de espino y el campo de minas, los 3.640 prisioneros de Manjaca no estaban para apreciar la Convención de Ginebra. "Ayúdeme, ayúdeme", musitó uno de ellos, mientras las lágrimas resbalaban por su rostro sin afeitar.Sin embargo, Popovic es optimista y hombre de disciplina. Lleva bigote, y el pelo gris, cubierto por la gorra militar yugoslava de visera. Desde su oficina proclama que ha estudiado Derecho Internacional. "En lo que se refiere a libertad religiosa", resopla, "según el párrafo 5, secciones 31 a 37, hemos dicho que todo el que quiera practicar su religión puede hacerlo. No hemos tenido ni una sola solicitud en ese sentido, por lo que hemos despedido a los cinco empleados religiosos. Los representantes de las organizaciones humanitarias se los llevaron porque no había petición alguna de sus servicios".

¿Dónde habrían tenido lugar esos servicios? ¿En los dos grandes cobertizos para ganado que sirven como dormitorio de los campesinos prisioneros de Prijedor, Kozarac e Ivansjka? ¿O el imam habría llamado a la oración junto al alambre de espino del campo de minas, bajo las torres de vigilancia? Tendría que haber gritado lo mismo que el coronel para hacerse oír por encima del ladrido de los perros alsacianos. ¿0 bajo el tejado del cobertizo de hierro donde se guarda la paja?

96% de musulmanes

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La hierba que rodea las letrinas pestilentes -los presos están cavando a marchas forzadas otras nuevas entre los cobertizos del ganado- no habrían sido un lugar adecuado para la religión. Tampoco la desnuda y fría dependencia médica de suelo de baldosa. Sin duda, los musulmanes internados en Manjaca, que suponen el 96% de los presos, han optado por renunciar a toda expresión pública del islam.

Al entrar en los cobertizos te miran con ojos suplicantes. Te arrodillas junto a ellos para hablar, y un guardia se aproxima en cuestión de segundos. Las palabras caen como mordiscos a menos que el guarda esté distraído. "La policía vino a mi casa, y me llevaron así". Aquí, el preso, de ojos azules y pelo castaño, con bolsas de color azul bajo sus ojos, cruza las muñecas. "Mi mujer, mis hijos, ¿dónde están?". ¿En qué trabajaba usted?, le pregunté. "Era camionero; este amigo era pintor, y este hombre mecánico", dice señalando a una figura alta y pellejuda que mira con temor hacia arriba. "Todos ellos han sido traídos de sus hogares. Adiós al hogar; el hogar se acabó. Yo estuve en [el campo de] Omarska. Muy mal. En Omarska mataron a cientos. Con barras de hierro, les golpearon con barras de hierro. Aquí no se mata". Al volver el guardia, el ex camionero baja la vista. Todavía con la cabeza hacia abajo dice: "¿Qué esperanza hay de marchar?".

Bueno, claro, estaba la Conferencia de Londres. La presión internacional. Acuerdos entre los señores Milosevic y Karadic. Preocupación humanitaria. Los prisioneros escuchan estas noticias desde otro universo. Han ganado 20 kilos en las. últimas tres semanas, muchos de ellos engordados desde que fueran mostradas al mundo las primeras imágenes grabadas. En el cobertizo de la paja, azotado por la lluvia, unos ancianos se inclinan sobre mesas de madera; se afanan en comer el pan y sorber la sopa. Algunos tratan de meterse un mendrugo más en los bolsillos. Hay un joven, de pie junto al perol de sopa, para impedir que algún Oliver Twist intente comer hasta hartarse. Como todos los campos, Manjaca tiene sus leales. Y, sin duda, sus delatores también.

Más allá, tres prisioneros están serrando leños. El más alto de ellos no quiere hablar conmigo hasta que su compañero se marcha a coger un tronco. Lo sigue con el ceño fruncido, y luego me mira para ver si he comprendido. "No hay soldados aquí", dice en un inglés dislocado. "Todos civiles. ¿Lo sabe? Todos civiles. No hay arma. No hay soldado". Y, por supuesto, dice la verdad, tanto como el coronel Popovic miente. Éstos no son prisioneros militares, no los hay. El Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC) ha tomado declaración a cada uno de los 3.640 prisioneros de Manjaca para llegar a la conclusión de que sólo cuatro de ellos eran militares. Los restantes 3.636 eran campesinos traídos desde sus casas en el curso de la limpieza étnica en tomo a Kozara. Un asustado prisionero tras otro te dicen justamente esto. "Soy de Prijedor. Casa perdida. Mujer perdida. Los soldados dicen que iba a Alemania (por seguridad) y vengo aquí".

No por mucho tiempo si está en la mano del coronel Popovic. Ningún prisionero de Manjaca sobrevivirá al invierno, pero él comandante del campo se jacta de no necesitar preparativos para tal eventualidad, pues es seguro que los musulmanes bosnios de Alia Izetbegovich se avendrán a un intercambio de prisioneros antes del invierno. El coronel Popovic quiere liberar a los internos de Manjaca, y mandarlos al otro lado del frente, con "su propia gente", y -aunque no lo dice así- llevar a término un poco más de limpieza étnica. Los prisioneros lo saben. "Quiero irme a casa; a mi casa, aquí, en Bosnia", dice un anciano que espera su turno para comer. "Esto es todo lo que tengo", dice mostrando sus ropas sin lavar. "Quiero mi casa. ¿Dónde está mi mujer?".

Comida y cartas

"Mis prisioneros han recibido 250 paquetes de comida y escriben a sus familias y reciben cartas entre dos y cuatro veces al mes", dice el coronel. No encontré a ningún prisionero que tuviera ese tipo de comunicación. Pero las estadísticas del coronel Popovic siguen: seis muertes "por causas naturales" resultaron haberse producido en un brote de disentería, y un hombre de 32 años sucumbió a un envenenamiento por salmonela, ocho visitas del ICRC y una de un nutricionista. Popovic nos presenta a un médico atemorizado -es un prisionero- en cuya consulta hay dos cajas de medicinas de la ayuda internacional.

De nuevo, el comandante se pone a citar la Convención de Ginebra, parte segunda (artículos 35, 36 y 37). Sonríe. "Quisiera que todos los prisioneros estuvieran en hoteles, pero, por desgracia, no tengo hotel ni para mí ni para mis soldados". La sonrisa se esfuma, y de su voz sale una nota extraña. Grita: "Mi gran debilidad es que soy un humanista. No permito represalias. Sí, en cada familia a veces hay que darle una bofetada a un niño. Como hombre y como oficial, respeto únicamente el orden, el trabajo y la disciplina. Mientras yo sea el comandante, ninguno podrá escaparse nunca. Le puedo decir que ninguno lo intentará".

La propaganda de Popovic era cruda, y sus afirmaciones más importantes, claramente falsas. Aun así, en un sentido infantil, él mismo quería creer en lo que decía, quería convencernos para poder convencerse él. Quería convencerse. a sí mismo de que sería bienvenido en los hogares destruidos de sus prisioneros. Quería ser querido. Incluso había calculado por lo bajo el número de internos de su campo, ya que el preso número 3.641 era el coronel Popovie.

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