Crítica:ÓPERA

Rossini cambia de mar

Una delirante sorpresa: en pleno bicentenario de su nacimiento, sin previo aviso, el espíritu de Rossini se dio una vuelta por San Sebastián. Un cambio de mar, al fin y al cabo, del Adriático de su Pésaro natal al Cantábrico. Cuando Rossini, en 1813, tras el estreno de La italiana en Argel, en Venecia, se vio sorprendido ante el rotundo éxito de una obra que él consideraba "su pasatiempo", exclamó: "Ahora estoy tranquilo. Los venecianos están más locos que yo". A buen seguro que ahora pensaría que los donostiarras están más locos que los venecianos, con la semana de homenajes que le han...

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Una delirante sorpresa: en pleno bicentenario de su nacimiento, sin previo aviso, el espíritu de Rossini se dio una vuelta por San Sebastián. Un cambio de mar, al fin y al cabo, del Adriático de su Pésaro natal al Cantábrico. Cuando Rossini, en 1813, tras el estreno de La italiana en Argel, en Venecia, se vio sorprendido ante el rotundo éxito de una obra que él consideraba "su pasatiempo", exclamó: "Ahora estoy tranquilo. Los venecianos están más locos que yo". A buen seguro que ahora pensaría que los donostiarras están más locos que los venecianos, con la semana de homenajes que le han preparado, incluyendo ópera, conciertos, trenes musicales, menús de creación por los grandes chefs o las sociedades gastronómicas...

La italiana en Argel

De Rossini. Con Duupui, Blake, Alaimo, Antonlozzi. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director musical: Bruno Campanella. Director escénico: Pier Luigi Pizzi. Teatro Victoria Eugenla, San Sebastián, 17 de agosto.

Fricciones entre los músicos

Bruno Campanella dirigió a la Sinfónica de Euskadi en uno de los mejores rossinis que yo he escuchado en España: transparente en la diferenciación tímbrica, ligero y vivísimo en la métrica, modélico en la capacidad de concertación con los cantantes. Al parecer, el fortísimo ritmo de ensayos había producido fricciones con los músicos. En un moraento de tensión el director les dijo que eran una orquesta de "conservatorio de cuarta", a lo que un instrumentista respondió que el de "conservatorio de cuarta" era el director. Ya estaba creado el cisma: Campanella que se va, los cantantes y Pizzi que se solidarizan. Nada de esto se palpó en la première. Al contrario: todo funcionó a las mil maravillas.Pizzi ilustró la escena con sus elegantes contrastes plásticos, moviendo a los personajes con una comicidad mesurada. Blake exhibió una vez más su prodigiosa técnica vocal, unida a una musicalidad y un dominio estilístico prácticamente sin parangón en el momento actual. Dupui, especialista en papeles trágicos rossimanos, aportó a Isabella su hermosísima voz y un tono cálido que resaltaba el lado humano del personaje. Alaimo, sobre todo en la segunda parte, se convirtió con su expresividad y mordiente en el motor de la acción, acentuando unos contrastes por el reto del elenco que eran mucho más que los propios de una forma de canto y ayudaba a comprender una visión del mundo. Antoniozzi llenaba de matices, de comicidad e intención a Tadeo. Echeverría, Mentxaca, Catarci, el coro Easo, se integraban a la perfección en un concepto interpretativo fluido e inspirado.

Fue una noche feliz. Lo más sorprendente es que esta conjunción soñada -voces, orquesta, escena- ocurra en un teatro sin medio técnicos, dentro de un festival con escaso presupueto y tratándose de la única ópera que hacen al año. Un motivo más para la reflexión y el asombro.

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