Crítica:

La sombra del amado

Ballet GulbenkianIsolda. Coreografía: Olga Roriz; música: Richard Wagner y Antonio Emiliano; vestuario: Vera Castro y Nuno Carinhas; luces: Orlando Worm. Festival de ltálica, Sevilla, 4 de agosto.

Toda reflexión sobre el amor, si es sincera, debe ser dolorosa. Isolda, arrastrada por el sino y el deseo, saca de sus entrañas el lamento de quien ve irse la última posibilidad en el cuerpo del amado. Las 11 mujeres de púrpura reposan con la nuca pegada al suelo, a su drama, mientras Isolda gira respirando trabajosamente al murmurar algo ininteligible: está desarmada, sabe lo que pasará.Así e...

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Ballet GulbenkianIsolda. Coreografía: Olga Roriz; música: Richard Wagner y Antonio Emiliano; vestuario: Vera Castro y Nuno Carinhas; luces: Orlando Worm. Festival de ltálica, Sevilla, 4 de agosto.

Toda reflexión sobre el amor, si es sincera, debe ser dolorosa. Isolda, arrastrada por el sino y el deseo, saca de sus entrañas el lamento de quien ve irse la última posibilidad en el cuerpo del amado. Las 11 mujeres de púrpura reposan con la nuca pegada al suelo, a su drama, mientras Isolda gira respirando trabajosamente al murmurar algo ininteligible: está desarmada, sabe lo que pasará.Así es el espléndido comienzo concebido por Olga Roriz, que apostó por un tema dificil y trillado. Se arriesgó, bordeó el abismo, como Isolda, y en parte superó el peso de la música wagneriana.

El primer movimiento es un monólogo colectivo donde se unen ansiedad y lamento, abandono y rabia. Isolda se levanta la pesada vestidura como el personaje de Rembrant que entra al baño dejando ver la blancura de una piel culpable y temblorosa.

Es un gesto desesperado que se repite como un signo capital del lenguaje del deseo.

Roriz es vital en su trabaja, se entrega sin pausa a un caos aparente, no reserva nada para después. Abriendo brecha, la coreografa cree profundamente en lo que hace, y eso se nota frase a frase; sus piezas tienen siempre algo de buena locura.

En el segundo cuadro, los hombres repiten los esquemas de desplazamiento de las mujeres, van sobre sus efluvios, oliendo sus vestidos y hurgando. El choque del sonido contemporáneo de Emillano con el Wagner precedente es intencional, pero fallido. En el tercero se remonta. el bache y vuelve la histeria, pimienta inmaterial del banquete visual. ¿Y Tristán? Tristán no importa demasiado. Como siempre en un amor desdichado, una de las partes es sólo el pretexto para sufrir y avanzar en ese camino de perfección solitaria. En el elocuente final, Isolda regresa de su largo viaje a la pasión, pasa de una tiniebla a otra más transparente, sin angustia, donde ya todo está consumado. Como un centinela nocturno, levanta su traje ajado y avanza tras la sombra de un amado que en el fondo ya no desea.

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