Crítica:DANZA

Los brillos de antaño

Con el cambio de nombre en 1988 (antes se llamó, y desde su fundación, London Festival Ballet) en la compañía británica comenzó una mala época que todavía dura, y de aquel ejemplar rigor de antaño poco queda. La agrupación tiene dentro gente joven y brava, pero algo pasa que en la hora cero, sobre la escena, no funciona como la precisa maquinaria de relojería que debe ser.Empezaron con Nuestros valses, una de las mejores cosas hechas por Vicente Nebrada (Caracas, 1932), llena de buen gusto y que no fue bailada con demasiada poesía que digamos. Es una obra de un neoclasicismo amable y du...

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Con el cambio de nombre en 1988 (antes se llamó, y desde su fundación, London Festival Ballet) en la compañía británica comenzó una mala época que todavía dura, y de aquel ejemplar rigor de antaño poco queda. La agrupación tiene dentro gente joven y brava, pero algo pasa que en la hora cero, sobre la escena, no funciona como la precisa maquinaria de relojería que debe ser.Empezaron con Nuestros valses, una de las mejores cosas hechas por Vicente Nebrada (Caracas, 1932), llena de buen gusto y que no fue bailada con demasiada poesía que digamos. Es una obra de un neoclasicismo amable y dulzón que resulta ideal para abrir cartel, donde los chicos hacen poco más que el papel de grúas con mallas y todo el trabajo virtuoso de ejecución está en las mujeres, notándose que al crearlo Nebrada sólo contaba con cantera femenina en quien confiar.

English National Ballet

Nuestros valses: Vicente Nebrada-Teresa Carreño; Swansong:Christopher Bruce-Philip Chambon; Études: Harald Lander-Carl Czerny (en arreglos de Knudage Riisager). Veranos de la Villa. Cuartel del Conde Duque. Madrid. 16 de julio.

Siguió un error grave de programación, pues el trío de Bruce, Swansong, que tiene sus valores, no sirve para un espacio abierto y de por sí ingrato. Es un trabajo hermoso y honesto sobre la tortura creado para el cuerpo menudo del belga Kunt Onzia, cuya ausencia se nota muchísimo.

Por fin, Études (1948) otra vez en Madrid, una pieza de gusto balletómano que tiene nobles antecedentes en la tradición balletística, entre otros, Conservatoire (1849), de August Bournanville, en cuyo segundo acto hay una clase de danza que fue rescatada del olvido en 1941 por el propio Harald Lander, y es lo que le inspiró. Casualidad o no, un siglo exacto separa ambas creaciones danesas. El otro caso es la segunda escena del segundo acto de L'Etoile (ópera de París, 1897), creado por Joseph Hansen para la estrella de Reus, Rosita Mauri, y titulada 'El examen de danza en la ópera'.

La clase de ballet puede ser (y, de hecho, lo es) un acto artístico cotidiano. Las nuevas generaciones actuales poco entienden de este rigor cuasilitúrgico, que es la clave de todos los éxitos posibles sobre la escena y que ya aparece expresado con claridad en los libros de Carlos Blasis allá por el 1820, cuando estableció para siempre la estructura de la lección, con ejercicios de barra primero y en el centro del salón después. Convertir esa sucesión de pautas calisténicas en coreografía, en arte, ha sido el hallazgo de Lander, que ha llevado tal pretexto argumental a cotas no igualadas.

Errores de bulto

Pero Études necesita una tropa de choque muy valiente y entrenada, donde hasta la retaguardia (el cuerpo de baile) no se queda atrás en exigencias. Esta vez fue bailada con errores de bulto, sin coordinación y ausencias de control musical que se fueron acrecentando a medida que el ballet se desarrollaba en dificultad. Todo empezó bien, y la parte de la barra prometía, pero al final sólo salió airoso José Carreño, que con su elegancia y corrección cumplió su cometido con porte verdaderamente clásico.Puede pensarse que el ballet académico no está ya para estos trotes. Esta versión, que fue la que el propio Lander revisó en 1952 para la ópera de París, es la que aumentó los riesgos formales y las constantes pruebas de fuego a solistas y corifeos; pero los artistas, menos religiosos y más iconoclastas, toman las de Villadiego.

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