El malestar

El cine de Estados Unidos vuelve a ser esponja que absorbe su entorno y reacciona a bote pronto ante las mutaciones que experimenta la sociedad de donde procede, sometida a una honda crisis, porque antes que una recesión económica, es un vaciamiento de identidad colectiva: derrumbe de jerarquías de valores, pérdida de poder de captura de los modelos de convivencia y de las formas de llenar los vacíos del ocio, que es el lugar del cine en estos embrollos. Los ensueños reaganianos de Rocky y comparsas, son celuloide mojado. ¿Qué les sustituye? La sensación es que nada. O lo que Franci...

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El cine de Estados Unidos vuelve a ser esponja que absorbe su entorno y reacciona a bote pronto ante las mutaciones que experimenta la sociedad de donde procede, sometida a una honda crisis, porque antes que una recesión económica, es un vaciamiento de identidad colectiva: derrumbe de jerarquías de valores, pérdida de poder de captura de los modelos de convivencia y de las formas de llenar los vacíos del ocio, que es el lugar del cine en estos embrollos. Los ensueños reaganianos de Rocky y comparsas, son celuloide mojado. ¿Qué les sustituye? La sensación es que nada. O lo que Francisco Ayala, enamorado de Estados Unidos, proclamó ante lo que allí ocurre: perplejidad. Una perplejidad de la que el cine es vehículo.

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El olfato para captar inmediatamente las modificaciones del subsuelo social e idear una respuesta a estas modificaciones, es una de las constantes históricas del cine estadounidense, lo que le hace superior al de cualquier otro país. Las respuestas del cine estadounidense a su entorno han sido -si se descarta el underground neoyorquino de los años 50 y 60 y filmes salvajes aislados- por lo general de las llamadas constructivas. Y ahí es donde aparece lo específico del cine de algunos nombres de esta oleada de cineastas malhumorados, entre los que se encuentra Van Sant: no ofrecen positividad en su respuesta y resultado de ello es que, ahora mismo, en el corazón de la sociedad del bienestar, un puñado de cineastas acuden al malestar como signo distintivo de esa sociedad. La paradoja es singular. Y apasionante.

Nacido en Louisville en 1952, Gus van Sant, además de Drugstore Cowboy y ahora Idaho, realizó en 1985 Mala calle, un título emblema -como lo fue el de Scorsese: Malas calles- de esta poesía del malestar en cuanto oscura seña de identidad del mito del bienestar. Así cuenta el cineasta su película: "Casi todo ocurre en Portland. En Portland, los ricos viven en las colinas y los pobres en el valle. Subir desde el valle a las colinas es un viaje peligroso". ¿Algo que añadir?

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