Editorial:

Suciedad

EL PROBLEMA que plantea a las sociedades modernas la eliminación de los desechos y basuras que producen -sólo los residuos urbanos superan cada año en España los 11 millones de toneladas- se manifiesta en toda su crudeza en determinadas circunstancias. Cada vez que tiene lugar una huelga en los servicios de limpieza, como la que desde hace días afecta a los edificios públicos y el transporte suburbano en Madrid, se ponen en evidencia los insoportables efectos de esa amenaza latente de la civilización del plástico y del envase que es la suciedad. Basta con que durante unos días dejen de recoger...

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EL PROBLEMA que plantea a las sociedades modernas la eliminación de los desechos y basuras que producen -sólo los residuos urbanos superan cada año en España los 11 millones de toneladas- se manifiesta en toda su crudeza en determinadas circunstancias. Cada vez que tiene lugar una huelga en los servicios de limpieza, como la que desde hace días afecta a los edificios públicos y el transporte suburbano en Madrid, se ponen en evidencia los insoportables efectos de esa amenaza latente de la civilización del plástico y del envase que es la suciedad. Basta con que durante unos días dejen de recogerse los desechos del consumo diario para que el deterioro en la calidad de vida alcance niveles insufribles e incluso peligrosos para la higiene y la salud públicas.Ver instalaciones públicas como el aeropuerto de Barajas convertidas en un muladar constituye una lamentable imagen de los efectos menos deseables del problema. Pero la suciedad es un riesgo permanente, que se deja ver cada día en calles sembradas de papeles, en vagones del metro pintarrajeados hasta el techo, en papeleras y ceniceros públicos destrozados y en campos llenos de desperdicios no orgánicos. De ahí que sea también permanente la responsabilidad que incumbe a los poderes públicos y a los ciudadanos para evitar que esta amenaza se materialice de forma tal que haga insufrible la vida colectiva.

Lo primero que se echa de ver en estas situaciones conflictivas, por demás frecuentes, es la falta de reconocimiento de la utilidad social que tiene el trabajo de la limpieza. Ello explica que siga siendo laboral y salarialmemte tan poco valorada y que cada mejora en su nivel retributivo o en sus condiciones de trabajo deba arrancarse a golpe de huelga, con los perjuicios consiguientes para el conjunto de los ciudadanos. Es difícil no ver en esa escasa valoración social la causa última que propicia la alta conflictividad laboral existente en este sector, sean cuales sean los motivos concretos que desencadenan cada conflicto en particular.

Pero esa escasa valoración del trabajo de limpieza, absolutamente incoherente con su alto grado de utilidad social, también se deja sentir en la conducta individual de muchos ciudadanos: la suciedad de parques y jardines, de transportes públicos y de salas de espectáculos es una muestra, entre otras cosas, de que la urbanidad y la limpieza siguen sin ser valores apreciados en el marco de la vida colectiva. Y aquí no cabe hacer distinción entre generaciones jóvenes y maduras: unas y otras, en mayor o menor grado, son responsables de que los desperdicios -papeles y cartones, cajetillas vacías de tabaco, plásticos y botes de cerveza o de refrescos- sean bien visibles tanto en zonas urbanas como rústicas.

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Claro que esta escasa valoración social del trabajo de limpieza -barrenderos, limpiadores en general-, que se manifiesta también en la poca sensibilidad de muchos ciudadanos por la higiene pública, no desmerece de la que muestran las administraciones en sus políticas medioambientales, de lucha contra los vertidos industriales y la polución, e incluso de salud pública. El déficit cultural de muchos ciudadanos en este terreno es parejo al de muchos responsables y administradores públicos. En una era en que los términos consumidor y persona son poco menos que intercambiables, eliminar los residuos no sólo se ha convertido en una realidad rutinaria e insoslayable de la vida diaria. También constituye un objetivo político e industrial de primer orden.

Es probable que la solución, a largo plazo, esté en optar por una forma de vida que supere la actual sociedad del desecho. Pero mientras tanto no estará de más que los poderes públicos y los ciudadanos se comporten de modo que las basuras y los productos desechables vayan directamente al vertedero o a la planta incineradora.

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