Crítica:

El nido del asesino

El cine independiente -cuando lo es, pues muchas veces juega a parecerlo sin serlo- de Estados Unidos, suele aportar algunas buenas sorpresas cada año. De él provienen casi todas las audacias, formales o de contenido, que de tarde en tarde afloran, no se sabe bien por medio de qué iniciativas ni cauces de financiación, en el conservador cine norteamericano de hoy, donde no se invierte un dólar en todo lo que huela a riesgo.En El niño que gritó puta, -auténtica película independiente, llena de riesgos, realizada con cuatro cuartos, mucho talento y muchísima sinceridad- hay varias revelac...

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El cine independiente -cuando lo es, pues muchas veces juega a parecerlo sin serlo- de Estados Unidos, suele aportar algunas buenas sorpresas cada año. De él provienen casi todas las audacias, formales o de contenido, que de tarde en tarde afloran, no se sabe bien por medio de qué iniciativas ni cauces de financiación, en el conservador cine norteamericano de hoy, donde no se invierte un dólar en todo lo que huela a riesgo.En El niño que gritó puta, -auténtica película independiente, llena de riesgos, realizada con cuatro cuartos, mucho talento y muchísima sinceridad- hay varias revelaciones: el director, un joven argentino llamado Juan José Campanella, afincado en Nueva York y cineasta inteligente, de fuste; la más que notable actriz protagonista, Karen Young, desconocida hasta ahora fuera de los repartos del teatro de Eiroadway; la escritora Catherine May Levin, que le echa coraje a un guión que tiene componentes suicidas, pues extrae su ficción de un doloroso fondo autobiográfico; y, finalmente, el actor antagonista, Harley Cross, un niño de 12 años cuando comenzó este trabajo, en el que pone de manifiesto que es un intérprete con soltura de profesional, que poco tiene que aprender de los más expertos actores de un país como el suyo, que cuenta con muchos de los mejores del mundo. Es difícil ver y tener que creer, pues es innegable, que a tan corta edad puedan dominarse tan afinados registros como los suyos.

El niño que gritó puta

Dirección: Juan José Campanella.Guión: Catherine May Levin. Fotografía: D. Shulman. Música: W. Blackstone.EE. UU, 1991. Intérpretes: Harley Cross, Karen Young. Cine Renoir.

La crisálida

Se superponen en esta dura y bella película materias dramáticas y psicológicas tan frágiles, que no se entiende bien como sostienen -con firmeza y en el borde de una caída que nunca llega- a una historia que se aventura sin mirar hacia atrás en un terreno muy espinoso y extremadamente dificultoso, que conjuga sin concesiones, con austeridad y sin adornos de ningún tipo, la delicadeza y la atrocidad.Es el relato del tiempo donde dormita en su nido una negra crisálida: la infancia en que se cuece la futura personalidad de uno de esos brutales asesinos sin causa aparente que cíclicamente afloran, apoderándose de los titulares escandalizados y desconcertados de los periódicos de Estados Unidos y, por contagio, de todo el mundo: la estirpe que abarca desde el lejano Charles Manson al muchacho hoy conocido en todas partes como Carnicero de Milwaukee. Uno de los rasgos más inquietantes de la vida en Estados Unidos es así abordado por su lado menos conocido, casi inédito: sus raíces cotidianas, en las que gente pacífica y de orden, que nunca mató ni matará una mosca, reconoce -con malestar- rasgos de sus propias raíces.

Es por ello una obra que representa a personajes y situaciones extremas, que el cine ha abordado siempre con pudor y de manera elíptica, sin atreverse a coger el toro por los cuernos. Siendo una película formalmente convencional, no de ruptura vanguardista, está no obstante fuera de norma, pues supone una manera de mirar con ojos sinceros a cosas innombrables; con ojos abiertos a sucesos por los que el cine ha pasado muchas veces, pero siempre echándoles tierra encima y no aireando las tripas de su vidrioso -porque es reconocible e incluso cercano- fondo común: la normalidad social de donde procede la más insoportable anormalidad humana, que así deja de serlo.

La película no es fácil de digerir, crea incomodidad. Pero se gana la atención del espectador, ya que conmueve la cruel -pero narrada con ternura- colisión del niño con la madre. Hay veces que la pantalla echa chispas dentro de esta colisión. La anécdota podría haber conducido a un melodrama, pero la singularidad del guión, la dirección y la interpretación, desvían a la película hacia terrenos no convenidos ni fáciles de domesticar encasillándolos en un género. La amenaza de melodrama desaparece y su lugar lo ocupa esa intensa sensación de verdad que todo documento de a en la retina cuando es convertido, con valentía -es decir, con talento y sin fingimiento- en ficción.

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