Tribuna:

¿Tiene arreglo la Universidad?

Sus defectos son tan sencillos de diagnosticar como difíciles de erradicar. La Universidad española, en primer lugar, admite a casi todo el mundo que llama a sus puertas, y ese mundo es numerosísimo por dos motivos: el sistema educativo de nuestro país está muy desequilibrado y las generaciones actuales de jóvenes son las más nutridas de la historia.En segundo término, el dinero que se dedica en España a la Universidad, pese a haber aumentado en los últimos años, es inferior a lo que sería necesario y a lo que es de rigor en los paises avanzados.

El primer defecto señalado obedece a que...

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Sus defectos son tan sencillos de diagnosticar como difíciles de erradicar. La Universidad española, en primer lugar, admite a casi todo el mundo que llama a sus puertas, y ese mundo es numerosísimo por dos motivos: el sistema educativo de nuestro país está muy desequilibrado y las generaciones actuales de jóvenes son las más nutridas de la historia.En segundo término, el dinero que se dedica en España a la Universidad, pese a haber aumentado en los últimos años, es inferior a lo que sería necesario y a lo que es de rigor en los paises avanzados.

El primer defecto señalado obedece a que la pirámide educativa no es en España tal pirámide, puesto que la formación profesional (FP) atrae sólo a la mitad de quienes optan por el bachillerato, y, además, casi todos los bachilleres aspiran a entrar en la Universidad, lo que logran en su gran mayoría. Cifras cantan. En el curso 19871988, último para el que da datos nuestro parsimonioso Instituto Nacional de Estadística en su anuario más reciente, había 760.000 alumnos de FP; 1.355.000 en BUI` y COU, y un millón, más o menos, en ' la Un¡versidad. Mucho más conveniente serían esos mismos números trastocados. El mercado de trabajo estaría mejor atendido si las cifras de bachillerato correspondieran a formación profesional, las de FP a Universidad y las de ésta a bachillerato. Habría menos paro, se impulsaría. más la economía nacional, la educación en todos los niveles mejoraría cualitativamente y, en suma, se acrecentaría el bienestar del país. La Universidad en particular saldría ganando si sólo acudieran a ella las tres cuartas partes de quienes lo hacen actualmente.

Todo profesor que dé clases en el primer curso de una facultad o escuela sabe que alrededor de una cuarta parte de sus alumnos, con todas las diferencias que se quiera entre unos centros y otros, no tiene vocación para los estudios universitarios y a veces tampoco capacidad. Van a la Universidad, donde casi nunca acaban consiguiendo un título, porque es lo que se hace, porque cuesta poco y porque no tienen otra opción. Serían, sin embargo, más felices y más útiles a la sociedad haciendo cualquier otra cosa, siempre, claro es, que no fuese quedarse años en el paro.

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La llamada masificación estudiantil se aliviaría y la Universidad se equilibraría pudiendo dedicar a los estudios de posgrado -de donde salen los investigadores y profesores del mañana- una parte mayor de sus esfuerzos, condición ésta imprescindible para hablar de una buena enseñanza superior.

Ahora se habla mucho de las universidades privadas. En el mejor de los casos, sólo atraerán al 1% o 2% de los estudiantes, es decir, muy poco en términos cuantitativos. Además, su viabilidad es dudosa salvo que reciban ayudas públicas, lo que resultaría inaceptable habida cuenta de la penuria de la Universidad estatal.

En efecto, en cuanto a los dineros, la Universidad española está desde tiempo inmemorial bajo mínimos. El desarrollo económico de los años sesenta y el aumento de la natalidad, con generaciones de más de 650.000 nacimientos anuales entre 1960 y 1977 (frente a los menos de 400.000 actuales), hicieron,juntamente con el desequilibrio educativo apuntado, que se dispararan las cifras de universitarios en España, con 1.300.000 en el presente curso, según parece, si se cuentan todas las enseñanzas de nivel superior.

. Para atender a tan abultado número, el dinero de que se dispone en total es del orden de 400.000 millones de pesetas, lo que supone unas 300.000 pesetas por estudiante y año, frente a las 600.000 0 700.000 de la Europa comunitaria avanzada.

La consecuencia inmediata de los dos defectos señalados es que el nivel de formacion universitaria deja mucho que desear, aunque haya grandes diferencias entre unas carreras y otras. Para empezar, la preparación, en general, de los alumnos que acceden a la Universidad es deficiente, y con una cultura y un interés intelectual más bien bajos, muchas veces, ni tansiquiera han aprendido, o les han enseñado, cosas tan elementales y necesarias como la técnica básica del estudio y el afán por la lectura. Si a esto añadimos el escaso oficio de bastantes de sus profesores universitarios, muchas veces improvisados, la falta de rigor y puesta al día de sus explicacio-, nes, el carácter memorístico y a menudo excesivamente teórico de la formación, el resultado será desalentador.

¿Hay solución a los dos males básicos de mucho estudiante y poco dinero? Frenar la entrada en la Universidad resulta hoy imposible, por sus costes políticos y porque resultaría socialmente inaceptable mientras no se ofrezca a los jóvenes una alternativa que sólo puede ser formación profesional o trabajo. Las perspectivas de que aumente el empleo juvenil son bien escasas a plazo corto e incluso mediano; en cambio, la formación profesional se está empezando a reformar, con un presupuesto suficiente para los próximos años, cosa que está muy bien, aunque tal reforma resulte algo tardía, ya que debería haberse hecho en 1983, como paso previo a la ineficaz Ley de Reforma Universitaria (LRU).

España dedica a educación el 4% de su producto nacional, cuando debiera dedicar el 6%, como hacen aquellos a quienes nos queremos parecer. Cierto es que, desde que gobierna el PSOE, tal porcentaje ha pasado del 3% al 4%, lo que permite prever que en 15 o 20 años más podrían alcanzarse los niveles de gasto europeo.

Como, además, hacia el año 2000 comenzarán a llegar a la Universidad las generaciones de los cuatrocientosmil, como hay que ser optimistas y confiar en que la reforma de la FP dé resultado, cabe abrigar, en suma, la esperanza de que el nuevo siglo permitirá una Universidad con un tercio menos de estudiantes y una mitad más de' recursos, con lo cual podría, por fin, empezar a hablarse con fundamento de una enseñanza superior susceptible de alcanzar un buen nivel.

Mientras, para entretener la espera, desde la LRU de 1983, que no contemplaba para nada ni la masificación ni los dineros de la Universidad, es decir, las dos cuestiones fundamentales, se vienen haciendo retoques interminables en aspectos no desdeñables, pero a la postre secundarios. Nunca la enseñanza Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior superior salió tanto en el Boletín Oficial y nunca esa enseñanza varió más en la forma y menos en el fondo.

Cosa ésta que los gobernantes socialistas, como en otras esferas de la vida pública, se niegan a reconocer. ¿Quién se acuerda del gran ministro reformador de 1983 y de que el muy 'ingenuo creyera que con la LRU iba a poner a nuestra Un¡versidad en "niveles de excelenicia", todo ello sin gastarse un :duro de más?

Hoy se sigue hablando de reforma. Esta vez de los planes de estudio -cosa muy necesaria, claro está-, pero una vez más con un alicortado plan económi co de última hora para sufragar sus costes (60.000 millones de pesetas hasta el año 2000). Se habla ,también de corregir la endogamia en el reclutamiento de profesores -extremo éste perjudicial, sin duda-, pero no se abordan los problemas principales del profesorado, a saber, mejor formación -incluida en el extranjero, menos carga docente, más tiempo y medios para investigar, más dedicación al tercer ciclo y mayor remuneración. De todos modos, no van a ser pequeñas las resistencias a una modificación del sistema de selección del profesorado, teniendo en cuenta que ya se han alzado voces que'ven en la pretendida habilitación estatal un ataque a la autonomía universitaria. Tampoco parece fácil corregir el mal reparto de estudiantes entre carreras técnicas y otras, en particular humanidades, mientras no mejore la formación que se recibe en el bachillerato y suba el nivel medio, y con él los conocimientos de matemáticas, de quienes se dirigen a la enseñanza superior, en la que habría que uniformar por arriba los niveles de exigencia de los primeros años de carrera.

No coger el toro por los cuernos tiene el inconveniente grande de los 15 o 20 años que se han perdido en buena parte. Con algo más de realismo y humildad, con haber escuchado voces críticas que no han faltado, la Universidad tendría hoy profesores e investigadores más capaces y formaría mejor a sus estudiantes. Por desgracia, no parece que eso vaya a ser posible hasta el próximo milenio.

El artículo está suscrito por Fernando Galindo, José Antonio Gimbernat, María Gómez de Mendoza, Faustino Lastra, Diego López Garrido, Juan Francisco Martín Seco, Juan José Rodríguez Ugarte, Jaime Sartorius, Juan Manuel Velasco y Luis Velasco.

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