Tribuna:

Como apoyar las reformas económicas en el Este europeo

La política de reformas económicas en los países de la Europa del Este despierta más señales de alarma que de confianza acerca del futuro camino. Recordemos que hay dos condiciones ineludibles para la eficaz reinserción de estos países en el comercio europeo y mundial: el ajuste monetario y la transformación del sistema económico. El ajuste monetario es inexorable porque hay demasiada inflación, frecuentemente reprimida, lo cual distorsiona gravemente la asignación de recursos. La transformación del sistema económico es inexorable porque sólo bajío un régimen de propiedad privada y en un marco...

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La política de reformas económicas en los países de la Europa del Este despierta más señales de alarma que de confianza acerca del futuro camino. Recordemos que hay dos condiciones ineludibles para la eficaz reinserción de estos países en el comercio europeo y mundial: el ajuste monetario y la transformación del sistema económico. El ajuste monetario es inexorable porque hay demasiada inflación, frecuentemente reprimida, lo cual distorsiona gravemente la asignación de recursos. La transformación del sistema económico es inexorable porque sólo bajío un régimen de propiedad privada y en un marco de competencia y libertades empresariales puede producirse un crecimiento autosostenido de las economías y acercarlas a los niveles de productividad que registran los países occidentales.Pues bien, incluso en países como Polonia, Hungría y Checoslovaquia, que más pasos concretos han dado, con énfasis en las políticas macroeconómicas antinflacionistas, persisten las ambigüedades, concretamente a nivel microeconómico, en el que ha de llevarse a cabo la reforma del sistema, y continúa activa la resistencia al cambio por parte de poderosos grupos de interés.

En estas circunstancias, los países occidentales parecen estar llamados a prestar ayudas con el fin de que las reformas económicas prosperen y sean llevadas hasta sus últimas consecuencias. La atención habitualmente se centra en la prestación de ayudas financieras. Aparte de ayudas en casos de emergencia, que nadie cuestiona, los partidarios de transferencias financieras han evocado el famoso Plan Marshall de 1948, con el que EE UU contribuyó a la reconstrucción económica de la mayor parte de Europa occidental, como modelo para el Este continental.

Difícil asimilación

Considero que la analogía con el Plan Marshall no viene al caso. Aparte de que el impacto de aquel plan tiende a ser exagerado, la situación actual en los países del Este europeo es muy distinta. Hay enormes "problemas de absorción", es decir, de poder hacer un buen uso de las ayudas financieras que se perciban: pues faltan proyectos concretos de inversión en infraestructuras, la Administración pública no funciona adecuadamente, la política económica de los Gobiernos está acorralada por tentaciones populistas, escasean los empresarios con capacidad de tomar iniciativas, asumir riesgos y afrontar retos. A este respecto, la situación en la Europa, occidental de la posguerra era mucho más favorable. Al no ser ello así en los países orientales, al faltar allí los factores productivos complementarios a la afluencia de capitales, las ayudas financieras no constituirán una verdadera ayuda. Por el contrario, se harían en buena medida a fondo perdido y podrían incluso ser contraproductivas en el sentido de alimentar en aquellos países la falsa esperanza de que la transformación económica no es tan perentoria y podría hacerse más lentamente y de forma menos dura para la población. En vez de una revitalización económica y autosostenida, en bien de todas las capas sociales y regiones, presenciaríamos una atonía prolongada.Habría una alternativa, bajo el lema de aid by trade. Se trata de aceptar, por parte de la CE (y de la OCDE), una responsabilidad de apoyar desde el exterior las reformas económicas del Este europeo, pero poniendo el énfasis en la apertura de nuestros mercados para las exportaciones de aquellos países. El objetivo sería estabilizar, si no aumentar, la producción y el empleo en el sector exportador; reducir la penuria de divisas convertibles; mejorar así la capacidad financiera de importación, y reducir el peso de la deuda externa. Los efectos positivos serían más rápidos y visibles que los efectos de prestaciones financieras, lo cual es bueno para que la población siga apoyando el cambio económico y político, a pesar del inevitablemente elevado coste de ajuste que muchos tienen que asumir.

Ni que decir tiene que la clave para la reinserción de estos países en el comercio mundial está en sus propias manos; sin libertad de precios y de inversión, y sin tipos de cambio realistas, no se generará una especialización en la producción de acuerdo con las ventajas comparativas. Pero es igualmente cierto que la mejor especialización serviría de poco, si no se puede transformar en potencial de exportación, debido a barreras arancelarias y no arancelarias en el exterior.

La CE ya ha dado un paso en esta dirección, al firmar con todos los países del Este europeo (excepto Albania) acuerdos comerciales y de cooperación económica. En comparación con la situación anterior a estos acuerdos, el acceso al Mercado Común es ahora más fácil para exportadores polacos, checoslovacos, húngaros, rusos y de otras partes. Pero con respecto al objetivo de una integración plena e indiscriminada, los acuerdos no son del todo satisfactorios, por dos razones: una es que la CE sigue manteniendo dispositivos proteccionistas en sectores en los cuales los países del Este europeo tienen ventajas comparativas; éste es el caso de los productos agrícolas, textiles, siderúrgicos, carbón.

Daños graves

Por supuesto que la CE se daña a sí misma. Pero además le causa serios problemas a los países del Este en vía de reforma que ven neutralizada su capacidad exportadora.La otra razón para considerar insatisfactorios los acuerdos comerciales es que la CE se ha reservado el derecho de reintroducir medidas proteccionistas en caso de que las importaciones de los países del Este aumenten demasiado deprisa y causen "daños graves" para la producción y el empleo en la Comunidad. También esta política tiene tradición. El peligro ahora es que al amparo de la llamada "dimensión social" del mercado único, la CE recurra con ligereza a medidas de salvaguardia contra la importación de productos intensivos en mano de obra. Para los países del Este europeo persisten, por consiguiente, riesgos incalculables en inversiones destinadas a reducir costes y ampliar la capacidad de exportación; puede que, por este motivo, las inversiones correspondientes no se realicen.

Por consiguiente, el apoyo de la CE a las reformas del Este debe incluir la apertura total de los mercados, aplicando el "principio de la nación más favorecida" (al que ya tienen derecho Polonia, Checoslovaquia y Hungría, siendo miembros del GATT). El proteccionismo agrario y el proteccionismo textil son vestigios de tiempos en los que muchos creían que sólo así podrían lograrse importantes objetivos de la política regional, social y laboral. La experiencia ha, demostrado lo equivocada que es esta postura. Hay mejores instrumentos para hacer eficazmente políticas económicas puntuales. El proteccionismo comercial es criticable porque distorsiona la asignación de recursos y obstruye el cambio de las estructuras productivas, reduciendo de este modo el dinamismo de la economía en general.

Por tanto, ya en interés propio, debiera la CE revisar su política comercial frente a los países reformadores del Este europeo (de paso haría una importante contribución a que la Ronda Uruguay del GATT salga del atolladero en que se encuentra, entre otros motivos, debido a la, postura. intransigente de la CE con su política agraria común). Sería bueno que la Comunidad anunciara cuanto antes un calendario oficial para la liberalización del comercio exterior en las áreas pendientes, que se comprometiera a hacer el menor uso posible de medidas de salvaguardia y que dotara los nuevos acuerdos de libre comercio de una larga duración. Esto crea seguridad para la inversión en ambas partes. Los países reformadores podrían beneficiarse del mercado único europeo, sin ser socios formales de la CE.

Ahora bien, las expectativa de Polonia, Checoslovaquia y Hungría van más allá del logro de mejores acuerdos comerciales Aspiran a poder convertirse en miembros de pleno derecho de la CE. Es cierto que la CE se presta a ampliaciones (ya ha habido tres), pero también es cierto que la Comunidad tiene que estar en condiciones de asimilar cada una de ellas. Esto de momento no es el caso con respecto a los países del Este: allí, los niveles de desarrollo y de productividad son mucho más bajos, existen serios problemas de inflación, el endeudamiento externo es considerable las reformas microeconómicas, concretamente la privatización de las empresas, apenas han comenzado. Es evidente la diferencia de aquellos países con digamos, Austria, Noruega y Suecia, que también llaman a la puerta de la Comunidad, con una economía sólida y estable como aval.

Mercado único

Me temo que los países del Este continental no podrían asumir todo el derecho comunitario, el llamado acquis communautaire que es una condición inexorable para asegurar el buen funcionamiento del Mercado Común y de las instituciones comunitarias La tentación por obtener un trato especial, con todos los derechos de la adhesión pero menos obligaciones, sería irresistible. Pasarían muchos años hasta que el mercado único fuera realidad la unión monetaria europea también se retrasaría o iría a diversas velocidades (lo cual no deja de tener sus problemas). Además, la CE se vería presionada por ampliar los fondos estructurales o reorientarlos desde los países meridionales (incluida España) hacia los orientales. Y las presiones proteccionistas frente a países terceros podrían intensificarse, dadas las grandes necesidades de reajuste estructural en los países reformadores.Al objetivo de estos países por una mayor Integración económica con la CE se puede responder con una alternativa: la asociación. Ella les brinda importantes oportunidades. Aparte de la liberalización plena del comercio exterior de productos, se liberalizaría también el comercio de servicios, la circulación de las personas y los movimientos de capitales, se intensificaría la cooperación científica y tecnológica, y se mejoraría la colaboración en materia de políticas ecológicas. Al mismo tiempo, los países del Este no tendrían las obligaciones que un país miembro ha de respetar. Concretamente, no perderían su autonomía en la política económica (incluida la monetaria y fiscal), no tendrían que subordinar su derecho nacional al comunitario y no tendrían que suscribir proyectos de la CE tan ambiciosos como el de crear la llamada unión política europea. Claro está que cada uno de los países reformadores puede tratar de aplicar en sus propias economías cuantos mecanismos comunitarios considere oportunos para avanzar en el camino hacia la economía social de mercado. Pero de los tratados de asociación que se firmen no puede deducirse un derecho irrefutable a la adhesión posterior.

Juergen B. Donges es catedrático de la Universidad de Colonia y asesor del Instituto de Estudios Económicos.

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