Tribuna:

Cossiga, como Moro

El drama que está viviendo Francesco Cossiga, presidente de la República Italiana, enfrentado con parte de su partido, la Democracia Cristiana (DC), recuerda la tragedia de su correligionario Aldo Moro -asesinado hace 14 años por las Brigadas Rojas-, tras un enfrentamiento desde la cárcel de los terroristas con el mismo sector de la DC y con los mismos personajes, empezando por Glullo Andreotti, a quienes Cossiga acusa hoy de querer acabar con él.El jefe del Estado fue atacado ayer por el director del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, no por el hecho de que haya decidido de...

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El drama que está viviendo Francesco Cossiga, presidente de la República Italiana, enfrentado con parte de su partido, la Democracia Cristiana (DC), recuerda la tragedia de su correligionario Aldo Moro -asesinado hace 14 años por las Brigadas Rojas-, tras un enfrentamiento desde la cárcel de los terroristas con el mismo sector de la DC y con los mismos personajes, empezando por Glullo Andreotti, a quienes Cossiga acusa hoy de querer acabar con él.El jefe del Estado fue atacado ayer por el director del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, no por el hecho de que haya decidido desenmascarar ante la opinión pública todos los pecados de la clase política, sino porque, según Scalfari, Cossiga está traicionando su función de garante de la Constitución para convertirse en un líder político más, que, aprovechándose de los privilegios de su cargo, quiere imponer un tipo de política concreta, excomulgando a quienes no le aceptan y bendiciendo a quienes le siguen. Pero Cossiga sigue derecho por su camino, es como si se hubiese propuesto desenmascarar de repente a su viejo partido, la Democracia Cristiana, sintiéndose traicionado y abandonado por ella, como le ocurrió a Moro, tras haber militado en él 40 años y haber participado activamente en docenas de sus gobiernos.

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Y como entonces Moro, con sus cartas llenas de veneno desde la cárcel de las Brigadas Rojas, también hoy Cossiga, desde su cárcel de oro del Quirinal, ataca a sus viejos camaradas de partido con furor iconoclasta, y advierte que cuando acabe su mandato dentro de un año no volverá a militar en las filas democristianas. Y recuerda que para ser un buen político cristiano no es preciso militar en la Democracia Cristiana. Y en su profunda amargura, a quien le ha preguntado a qué otro partido se siente hoy más cercano, Cossiga ha respondido: "Soy tan presuntuoso que no existe ningún otro partido con el que me identifique. Ya no me reconozco totalmente ni en lo que pienso ni en lo que hago, imagínese usted si puedo reconocerme en un partido".

Cossiga está convencido de que hay una parte de la DC, concretamente la que gira alrededor del actual primer ministro, Giulio Andreotti, y de Ciriaco de Mita -la misma a la que Moro acusaba desde su infierno de no haber hecho todo lo posible por salvarle la vida y, por tanto, de haberlo dejado morir-, que quiere que desaparezca lo antes posible de escena porque tiene miedopde que con sus ataques a la corrupción política y sus llamadas a la soberanía popular esté buscando ser reelegido de nuevo en la jefatura del Estado. Lo ha revelado con estas palabras dramáticas: "A mis compañeros de ex partido les he dicho que podría darles una sola garantía de que no ambiciono ser reelegido, el suicidio, pero que no puedo ni pienso darla tanto porrazones morales como porque aún amo la vida".

Como en los tiempos de Moro, cuando se enfrentaron públicamente al llamado partido de la firmeza, la Democracia Cristiana y los comunistas, que alegaban la razón de Estado para no dialogar con las Brigadas Rojas, incluso a costa de dejar morir al líder democristiano, con el llamado partido de la defensa de los derechos humanos (el partido socialista de Bettino Craxi), que quería salvar a Moro incluso si ello exigía que el Estado hubiera llegado a algún compromiso con los terroristas, vuelve a reproducirse hoy una situación semejante con Cossiga. La Democracia Cristiana de hoy deja a Cossiga a su suerte, a su drama personal, a sus crisis de nervios, a su convicción de que Italia necesita una nueva República, mientras que el partido socialista lo defiende públicamente contra viento y marea.

Con toda probabilidad, debajo del fuego existen, hoy como ayer, los mismos intereses políticos, los mismos miedos a un posible acuerdo entre democristianos y ex comunistas, el terror de los socialistas a quedarse fuera de la nueva fiesta que prepara la DC con su proyecto de reforma electoral de carácter mayoritario que podría permitirles seguir gobernando otros 50 años.

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