Crítica:CINE /

La América callada

Paul Leduc es un cineasta mexicano que, pese a tener detrás de Latino Bar, su última película, 20 años de carrera y algunas otras obras de gran fuerza y hondura, como México insurgente y Frida, es insuficientemente conocido en España. No es el suyo un caso aislado: la práctica totalidad (y hay muchos muy importantes) de los cineastas latinoamericanos, desde el cubano Tomás Gutiérrez Alea hasta el argentino Alfredo Aristarain, son conocidos aquí casi tan sólo por unos cuantos iniciados, y casi siempre de refilón, casualmente, o de carambola: a través de algún hueco que les ...

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Paul Leduc es un cineasta mexicano que, pese a tener detrás de Latino Bar, su última película, 20 años de carrera y algunas otras obras de gran fuerza y hondura, como México insurgente y Frida, es insuficientemente conocido en España. No es el suyo un caso aislado: la práctica totalidad (y hay muchos muy importantes) de los cineastas latinoamericanos, desde el cubano Tomás Gutiérrez Alea hasta el argentino Alfredo Aristarain, son conocidos aquí casi tan sólo por unos cuantos iniciados, y casi siempre de refilón, casualmente, o de carambola: a través de algún hueco que les dedica de tarde en tarde la televisión o de alguna grieta en la programación de las salas, copadas -salvo rarísimas excepciones- por las distribuidoras de Hollywood, que así impiden el acceso a nuestras pantallas de una parte de la identidad cultural española, esa que hoy nos llega de la América callada que Leduc: quiere representar en ésta su última y admirable película.No es Latino Bar una película fácil de ver, pues no está concebida como un relato líneal en el sentido convencional de la palabra. Narra ciertamente una amarga y bella historia de amor y de muerte, pero lo hace mediante recursos de extrema austeridad y nunca predigeridos.

Latino Bar

Dirección: Paul Leduc. Guión: José Blanco y Paul Leduc. Fotografía: José María Civit. Coproducción: Venezuela, Cuba y España. Intérpretes: Dolores Pedro, Roberto Sosa, Antonieta Colón, Nirma Prieto, Cecilia Bellorin, Juana Bacallao, Emesto Gómez Cruz. Estreno en Madrid: cine Renoir (Cuatro Caminos).

De ahí procede su acusada originalidad, que no es nunca rebuscada ni resulta pretenciosa en un solo instante. La película está concebida con mucho sentido del riesgo: una delicada, frágil combinación entre sensibilidad hacia lo experimental y mentalidad capacitada para ir contra la corriente. Y ambas cosas fundidas en una mirada libre, dura, cruel, apasionada, enamorada de lo que mira y nos hace mirar.

Renuncias

Elige siempre Leduc las líneas de mayor resistencia; renuncia a digresiones y a adornos; jalona los sucesos con multitud de signos visuales mágicos inexplícitos; renuncia a las facilidades explicativas del diálogo, y busca, y encuentra, una sorprendente elocuencia en la mudez de los personajes, que de esta manera, más que narrar, representan; más que actuar, ofician un poema sagra do, trágico, urdido sin palabras tan sólo con ¡conos que se suceden en forma de ritmos, de música pura. No es que Latino Bar tenga dentro música. Es que es en sí misma música: música visualizada, danzada, gesticulada, representada de manera litúrgica, lo que da lugar a un poema vigoroso y de altísima pureza, nunca dicho sino ejercido ante la cámara, que es también parte de esa música, de ese poema al que asiste.No hay en Latino Bar concesiones de ningún tipo al consumo adocenado de cine. De ahí la resistencia que le ofrecerán los espectadores que sólo buscan en una pantalla un tiempo divertido y adjetivo, sin sustancia. Pero es ésta una película que requiere -sobre todo al principio, hasta que uno se acostumbra a la singularidad de su lenguaje- esfuerzo en el espectador.

De ese esfuerzo -que pocos por desgracia están acostumbrados a hacer hoy en España- se puede extraer diversión y sustancia, pero a condición de que el espectador acepte y participe en el desafío estilístico que Paul Leduc en su búsqueda de esa su América silenciosa, en la que penetrase hace a sí mismo. Difícilmente escapará por ello Latino Bar, al menos en España, del cerco de las minorías. Pero el hecho de que exista en nuestras carteleras esta película como excepción es algo que merece la pena traer a primer término y remarcarlo.

¿Por qué no hay más huecos en nuestras pantallas para estas aventuras del lenguaje cinematográfico, indispensables para que el cine no sestee y se estanque? ¿Por qué se nos priva de la imagen de una América que nos devuelve ecos remotos, y sin embargo vivos, de nuestra identidad perdida?

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