Crítica:CINE

Pactar con Madrid

Viejo corredor de fondo, Josep M. Forn es uno de los pocos profesionales en activo que conoció una Barcelona en la que existía algo parecido a una industria cinematográfica. Como se estilaba entonces, a finales de los cuarenta, comenzó una trayectoria desde abajo, hasta subir poco a poco los peldaños de una profesión en la que con frecuencia aparece relacionado con el suyo el nombre de Ignacio F. Iquino. Así debutó como director (Yo maté, 1955), y así siguió una carrera en la cual se topó repetidas veces con la censura, que desvirtuó varios de sus trabajos (el más elocuente, ...

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Viejo corredor de fondo, Josep M. Forn es uno de los pocos profesionales en activo que conoció una Barcelona en la que existía algo parecido a una industria cinematográfica. Como se estilaba entonces, a finales de los cuarenta, comenzó una trayectoria desde abajo, hasta subir poco a poco los peldaños de una profesión en la que con frecuencia aparece relacionado con el suyo el nombre de Ignacio F. Iquino. Así debutó como director (Yo maté, 1955), y así siguió una carrera en la cual se topó repetidas veces con la censura, que desvirtuó varios de sus trabajos (el más elocuente, M'enterro en eIs fonaments / La respuesta, producido en 1969 y sólo estrenado en su versión definitiva catalana en 1985, todo un récord negativo).Al tiempo, inscribió su nombre como autor de un filme que se conserva como el intento más ambicioso de construir un cine catalán de análisis social: La piel quemada (1967). Valgan estos datos para situar la trayectoria desde su película Companys, proceso a Cataluña (1978-79) y a pesar de algunos cortos posteriores. Forn ha sido director general de cine de la Generalitat entre 1986 y 1989 y a él le deben varios cineastas catalanes actuales el haber debutado en la realización, a partir sobre todo de su productora, Teide Films.

¿Lo sabe el ministro?

Dirección: Josep María Forn. Guión: Anna Llauradó y Jaume Subirana, sobre una idea de Enric Llovet y Diego Santillán. Fotografía: Xavier Cami. Música: Joan Vives. Producción: Ricard Figueras para Aura Films, España, 1991. Intérpretes: Rosa Maria Sardá, Juanjo Puigcorbé, Ana Obregón, Muntsa Alcañiz, Juan Luis Galiardo, José Sazatornil. Estreno en Madrid: cine Azul.

El regreso de Forn

Así pues, Forn regresa ahora a la dirección de un largometraje comercial después de 11 años de alejamiento. Y lo hace con una comedia que se diría la versión actualizada de la berlanguiana serie del marqués de Leguineche. La fórmula se resiente aquí de un guión que hace gala, como mayor argumento, de un considerable oportunismo. Consiste en meter en un mismo saco todo lo que potencialmente hace reír en las comedias españolas al uso -referencias sexuales y supuestas diferencias tópicas entre catalanes y andaluces-, más los tradicionales enredos, desencuentros y dobles sentidos que son la salsa misma de la comedia, así como una crítica al poder político que, por desgracia, se queda en lo más epidérmico.El resultado, sin alcanzar nunca un nivel superior a la discreción, apunta no obstante algunos logros. Profesional experimentado, Forri conoce los trucos de su oficio, y así se rodea de un grupo solvente de actores que, empezando por Puigcorbé y terminarido por Sardá, sabe imprimir a sus personajes la gracia suficiente como para salvarlos de la quema a que los condena el guión. Sobre todo la Sardá, comediante genial, saca del suyo -tal vez el más construido en una película totalmente dominada por la coralidad-, una cosmopolita autoexillada en Francia, perennemente dominada por un irrefrenable impulso patoso, un resultado no por esperado menos brillante.

Pero, al fin y al cabo, tal vez la manera de ver este más que discreto filme no es otra que la que menciona uno de sus propios personajes: como "un pacto" con Madrid. Porque la película, subvencionada por el Ministerio de Cultura y por la Generalitat, no parece ser más que una nueva entrada en el oficio de un cineasta que, como Forn, parecía reservarse, desde 1979 y el célebre proyecto de los 1.200 millones de UCD, para la realización de su ansiada versión del Tirant lo Blanc en la que lleva trabajando largos años. Así, el filme se diría el artefacto descaradamente comercial de un cineasta que confía en un proyecto de mayor enjundia y que busca el respaldo de la taquilla para recuperar su crédito. Sobre todo, frente a una Administración que sólo parece interesada en subvencionar proyectos avalados por productoras comercialmente solventes.

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