Editorial:

Viajes y problemas

EL VIAJE iniciado por el secretario de Estado norteamericano, James Baker, a Oriente Próximo, apenas una semana después de que concluyera el anterior, indica que Washington cree posible presionar con éxito a los protagonistas del conflicto para que por Fin se reúnan y empiecen a negociar. El eje de la cuestión israelo-palestina sigue estando en el intercambio de tierra por paz, única fórmula viable para dar una solución justa al problema. Pero ahora el tema gira más en torno a la forma que al fondo.La idea de que la negociación se enmarque en una conferencia regional parece ganar terren...

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EL VIAJE iniciado por el secretario de Estado norteamericano, James Baker, a Oriente Próximo, apenas una semana después de que concluyera el anterior, indica que Washington cree posible presionar con éxito a los protagonistas del conflicto para que por Fin se reúnan y empiecen a negociar. El eje de la cuestión israelo-palestina sigue estando en el intercambio de tierra por paz, única fórmula viable para dar una solución justa al problema. Pero ahora el tema gira más en torno a la forma que al fondo.La idea de que la negociación se enmarque en una conferencia regional parece ganar terreno. Ello permitiría a los israelíes tratar separadamente con los Estados árabes involucrados y con los palestinos. Hace una semana, Egipto la admitió con reservas y Sirla sólo opuso moderadas objeciones. En el presente viaje, Baker volverá a Jerusalén, a El Cairo y a Damasco para seguir "explorando las posibilidades" y las planteará por primera vez en Riad y en Ammán.

La fórmula -más restringida que la de una conferencia internacional auspiciada por la ONU, que, con la oposición de Israel, se propiciaba hasta hace poco- tiene dos ventajas y un inconveniente: es positivo que cuente con la aprobación de Tel Aviv, que es quien la propuso; al limitar, además, el número de participantes, se reducen las posibilidades de confusión y globalización, que, se asegura, tan perjudiciales han sido en el pasado para la resolución de complejas cuestiones políticas. Debe consignarse como negativa la propuesta exclusión de la ONU, que conlleva la ausencia de delegaciones preárabes (como Francia o China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad) o, cuando menos, supuestamente imparciales, como es la CE.

La Comunidad ha perdido influencia y capacidad de maniobra en Oriente Próximo desde que estalló la crisis del Golfo. Baker estuvo ayer en Luxemburgo con sus homólogos comunitarios, en una concesión más de fachada que de fondo a quienes, aun habiéndose equivocado, no dejan de ser los más firmes aliados de Washington. Queda por ver qué forma tendrá en el futuro la "asociación de la CE al proceso de paz", tal y como la solicitaron al presidente Bush hace unos días el presidente del Consejo de Ministros, el luxemburgués -Santer, y el de la Comisión, Jacques Delors.

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La idea de conferencia regional barajada por Baker y el primer ministro israelí, Isaac Shamir, requiere el padrinazgo conjunto de EE UU y de la URSS. Ello hace, a su vez, imprescindible el restablecimiento de las relaciones entre Moscú y Tel Aviv, interrumpidas desde la guerra de los Seis Días, de 1967. Shamir y el primer ministro soviético, Pav1ov, se reunieron anteayer en Londres. Es previsible que el intercambio de embajadores no se'haga esperar.

Sin embargo, como es usual, uno de los obstáculos mayores a esta nueva posibilidad de paz es la actitud del propio Gobierno israelí. No es nueva su táctica de proponer soluciones que, en cuanto son aceptadas por sus adversarios, contrarresta con acciones que las invalidan. La última treta discurrida por Shamir y los halcones que se encuentran a su derecha en el Gobierno es la de la política de asentamientos. Desde la última visita de Baker a Jerusalén, hace siete días, el jefe del Gobierno de Israel apoyó públicamente en dos ocasiones la política de asentamientos de su ministro Sharon, algo criticado por el secretario de Estado norteamericano y, naturalmente, por los árabes y palestinos. Es lamentable que entorpezca así un proceso en el que la decidida actitud del Gobierno de EE UU ha hecho concebir esperanzas ciertas para tratar de encarar la solución de uno de los problemas más complejos de las relaciones entre Oriente y Occidente.

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