Crítica:JAZZ

Una ventana al Oeste

No es la primera vez, ni será la última, que las miserables limitaciones que impone el día laborable deslucen una gran fiesta del jazz. No más de 150 personas en el patio de butacas para recibir a cuatro músicos que, lejos de amilanarse por el frío ambiente previo, echaron mano de la profesionalidad adquirida en largos años de carrera dedicada por entero a la música y caldearon inmediatamente la atmósfera con una afortunada y ecléctica selección de temas representativos como pocos de la escuela que mejor complementa a la neoyorquina: la típica de la costa oeste estadounidense.Mientras Nueva Yo...

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No es la primera vez, ni será la última, que las miserables limitaciones que impone el día laborable deslucen una gran fiesta del jazz. No más de 150 personas en el patio de butacas para recibir a cuatro músicos que, lejos de amilanarse por el frío ambiente previo, echaron mano de la profesionalidad adquirida en largos años de carrera dedicada por entero a la música y caldearon inmediatamente la atmósfera con una afortunada y ecléctica selección de temas representativos como pocos de la escuela que mejor complementa a la neoyorquina: la típica de la costa oeste estadounidense.Mientras Nueva York crece hacia arriba y propicia un jazz agresivo, de belleza convulsa, que parece intentar llegar escalando rápidamente las notas hasta donde el aire es por fin respirable, Los Ángeles se expansiona a lo ancho y favorece el jazz relajado y elegante que tiene siempre a la vista el horizonte, aunque no por ello anda falto de intensidad, como demostraron, uno a uno y en conjunto, los miembros de la ilustre formación californiana.

Los Ángeles All Stars

Herb Gellor (saxo alto), Frank Strazzeri (plano), Reggie Johnson (bajo eléctrico vertical), Lawrence Marable (batería). Aforo: 150 personas. Precio: 1.200 pesetas. Colegio Mayor Utuversitario San Juan Evangelista. Madrid. 21 de marzo.

El saxofonista Herb Geller, dueño de un sonido vehemente y pleno que no desaprovecha ni un gramo de la columna de aire de su instrumento, hizo una auténtica demostración de fiabilidad en los registros agudos, nobleza en los graves y redondez en los medios, sus favoritos. La lógica y el buen gusto presidieron su fraseo, que sirvió en su punto baladas como Rockin' chair o Autumn nocturne, y se mostró ágil en piezas movidas, como Birdland stomp, un atractivo tema basado en las armonías del inmortal Stompin' at the Savoy. Geller parecía el mismo de sus míticas grabaciones de los años cincuenta, que asombraron a propios y extraños y que hoy figuran en la galería de los clásicos. Entonces era solicitado con frecuencia para participar en jam sessions de campanillas, era pieza imprescindible en grandes formaciones, con las de Claude Thornill o Benny Goodman, y hasta colaboró con orquestas clásicas en Hamburgo y Berlín.

Creación continua

El pianista Frank Strazzeri no le fue a la zaga y brilló en algo tan familiar como un Medley, montado sobre temas de Thelonius Monk. En el suyo no hubo asomo de rutina, sino que se palpó el esfuerzo de creación continua y tan instantánea que sus manos cambiaban de posición una fracción de segundo antes de atacar la nota o el acorde en busca de los más sugerentes; dudas de buen músico de jazz que también engrandecieron al propio Monk. Su madurez y perfecto estado de forma han sido finalmenmte reconocidos, y varios sellos, entre ellos el catalán Fresh Sound, le han concedido numerosas oportunidades durante estos últimos años para mostrar su aquilatada visión del pianismo total, que ignora etiquetas y estilos cerrados. A la batería se sentó Lawrence Marable, un nombre de leyenda a quien bastó un instrumento escueto y diáfano, sin tambores hasta el cuello que terminan por atragantar, para encadenar acompañamientos sobrios y llenos de sentido y lucirse en solitario en Blue bossa, donde resumió con sabiduría todo su gran arte. Como cuarto hombre de lujo, el contrabajista Reggie Johnson colaboró con su aplomo al óptimo resultado final.

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