Crítica:CINE

Una noche arrebatada

Dos estudiantes pasan un fin de semana en el campo, oficialmente para preparar un examen de anatomía, pero en realidad para que una pueda citarse con su novio. En vez de éste, aparece una lolita hortera y exuberante que también espera al chico. Rivalidades en el jardín.Esta anécdota mínima y banal se va enriqueciendo poco a poco: los elementos en juego -la casa castillo, el enredo amoroso, la presencia constante de la naturaleza y las hermosas noches americanas- apuntan a una versión económica del Sueño de una noche de verano; y se insinúa una reflexión sobre la capacidad ...

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Dos estudiantes pasan un fin de semana en el campo, oficialmente para preparar un examen de anatomía, pero en realidad para que una pueda citarse con su novio. En vez de éste, aparece una lolita hortera y exuberante que también espera al chico. Rivalidades en el jardín.Esta anécdota mínima y banal se va enriqueciendo poco a poco: los elementos en juego -la casa castillo, el enredo amoroso, la presencia constante de la naturaleza y las hermosas noches americanas- apuntan a una versión económica del Sueño de una noche de verano; y se insinúa una reflexión sobre la capacidad de las imágenes para revelar aquello de lo que no somos conscientes. La idea está claramente enunciada en una secuencia: Anna y Bianca posan ante la Polaroid, y, al contemplar la foto, descubren la presencia de otro ser inquietante e insospechado.

Amores pendientes

Director: Giuseppe Bertolucci. Guión: G. Bertolucci, L. Ravera y M. Rafele. Fotografía: F. Cianchetti. Italia, 1988. Intérpretes: Francesca Prandi, Stella Vordermann y Amanda Sandrelli. Estreno en Madrid: Lumiére.

Difícilmente se puede sintetizar mejor una de las obsesiones del cine de Giusepe Bertolucci, un director para el que no existe mayor placer que filmar mujeres, a ser posible sin hombres y, sobre todo, en la intimidad, pero también mientras juegan, sueñan, duermen, bailan o pican cebollas. La cámara se acerca a ellas con una curiosidad infinita, a la espera de averiguar el secreto de su atracción. Bertolucci, al igual que el protagonista de la película de Iván Zulueta, también quiere filmar el arrebato.

Algunos críticos italianos han dicho que Giuseppe Bertolucci es "el nuevo Rohmer del Apenino", pero, ahora, toda película bien rodada sobre jóvenes con pocas cosas que decir basta para encumbrar a su autor. Amores pendientes, si tiene algo de Rohmer, es lo que decía Gene Hackman en La noche se mueve: "Ver una película de Rohmer es como ver crecer la hierba", aquí sustituida por sentimientos que provocan pequeños cataclismos antes de brotar.

Hay, sin embargo, una duda: ¿acaba ahí porque ya ha contado todo, o porque la RAI, productora, nunca permitiría que viéramos lo de después?

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