EN LA MUERTE DE TADEUSZ KANTOR

El niño de 'la clase muerta'

Berlín, 20 de mayo de 1988. En la Akademie der Künste se estrena el último espectáculo de Tadeusz Kantor que lleva por titulo Jamás volveré aquí. La fantasmagórica parroquia que irrumpe en el escenario me es harto familiar: los padres de Kantor, el rabino, el tío cura (Wielopole, con su sinagoga y su iglesia), los militares, los payasos gemelos, los muertos, sus dobles -los maniquíes de Bruno Schulz-, el chulo y la puta, el violín mecánico, la cámara fotográfica-ametralladadora que te devuelve, te escupe el propio rostro, tout craché, foto-recordatorio, pasaporte-estampita para e...

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Berlín, 20 de mayo de 1988. En la Akademie der Künste se estrena el último espectáculo de Tadeusz Kantor que lleva por titulo Jamás volveré aquí. La fantasmagórica parroquia que irrumpe en el escenario me es harto familiar: los padres de Kantor, el rabino, el tío cura (Wielopole, con su sinagoga y su iglesia), los militares, los payasos gemelos, los muertos, sus dobles -los maniquíes de Bruno Schulz-, el chulo y la puta, el violín mecánico, la cámara fotográfica-ametralladadora que te devuelve, te escupe el propio rostro, tout craché, foto-recordatorio, pasaporte-estampita para el otro barrio... La clase muerta, la familia muerta, la Polonia muerta, exterminada en Auschwitz y en Katyn; la Polonia heroica de Pilsudski, momificada en el castillo de Wawel; la Polonia europea, parte de esa Europa secuestrada de que habla Milan Kundera; la Polonia de Schulz -asesinado por un miembros de las SS de un tiro en la nuca-, de Witkiewicz, el suicida, de Gombrewicz, el exiliado; aquella Polonia perdida en el recuerdo, tan cercana a Praga y a Viena... El negro, el gris ceniza, la madera, el hierro -los instrumentos de tortura-, los harapos, el papier mâché y aquella música -el vals François (La clase muerta), la Marcha de la Infantería gris o el Scherzo en Si menor, de Chopin (Wielopole, Wielopole)- que, de pronto, sube o baja el volumen, como en una montafia rusa, y que te acuna, cuando no te hiela el alma.Y en medio de aquel mal sueño, de aquella fantasmagórica parroquia, está él, Tadeusz Kantor; un Kantor desafiante que arrastra, cogido del brazo, un ataúd, su propio ataúd. Al final del espectáculo, Kantor lee un fragmento de El retorno de Ulises, de Stanislav Wyspianski: "Nada tengo detrás de mí, nada delante de mí. Nadie regresa vivo al país de su infancia. Mi patria está en mi corazón, y hoy la llevo en mi deseo". (...) "Allí, a lo lejos, está Ítaca, mi patria; allí acaba mi vida".

Wielopole, Wielopole fue el primer espectáculo de Tadeusz Kantor que vimos en España (Teatro María Guerrero de Madrid, 2 de octubre de 1981). Un crítico madrileño lo calificaba de "megalomaníaco" y, refiriéndose a Kantor, escribía: "(...) este hombre de escena, sesentón e iluminado,. hace de Dios, más que de director o autor del tinglado. Pase por esta vez".

Tadeusz Kantor no ha hecho jamás de Dios en un escenario, ya sea en un rincón, ya sea mezclado con la fantasmagórica parroquia. Está ahí para amonestar al actor que sobreactúa, para romper la ilusión; su presencia en el escenario es ilegal y por eso le agrada, por lo que tiene de ilegalidad y de provocación. Kantor es un artista radical que ha tenido el coraje, que ha corrido el riesgo -riesgo auténtico, ése sí- de convertir su biografia en espectáculo, de hacer de ella, de su persona, su propia creación. Tadeusz Kantor no hace de Dios en el escenario, no hace de nada: se autocrucifica cada noche. Ecce Homo.

Eterno regresar

"Nadie regresa jamás al país de su infancia". Todo el teatro de Tadeusz Kantor es un eterno regresar. ¿Nostalgia? En cualquier caso no se trata de riostalgia de ningún paraíso perdido. A la pregunta de Theodor Adorno: "¿Es todavía posible el arte después de Auschwitz?", Kantor responde que sí, pero a condición de que este arte abandone la ilusión de poder existir como antes. A condición de que sea un arte póstumo, catastrófico y residual; de que colabore con la muerte y el olvido para superar esa muerte y también ese olvido.

Eso y no otra cosa es lo que ha venido haciendo Tadeusz Kantor desde que en el año 1955 fundó el Teatr Cricot 2 en la ciudad de Cracovia. Y lo ha hecho en medio de una soledad absoluta, con una radicalidad ejemplar. Al principio, a la sombra del fantasma de Witkiewicz, apoyándose más en sus obras que en su teoría de la forma pura; luego, en franca camaradería, rijosa, obscena camaradería con Schulz y su Tratado sobre los maniquíes, hasta quedarse solo en el escenario, rodeado de sus propios fantasmas.

Sin escuela

El teatro, el arte de Tadeusz Kantor, termina con él. No deja escuela ni discípulos; imitadores, la tira. Hoy, en Cracovia, se reúne la compañía del Cricot 2 para decidir qué se hace con el nuevo espectáculo de Kantor, Hoy es mi cumpleaños, prácticamente ya listo y que debía estrenarse en el Théâtre Garonne de Toulouse (Francia) el próximo 11 de enero. ¿Qué decisión tomarán María, la viuda de Kantor, los gemelos Janicki, la condesa Krasicka, Stanislav Rychlicki -el único actor profesional de la compañía- y su esposa Mira? ¿Se atreverán a estrenar sin él? Son capaces: a los polacos les encantan los homenajes y, además, si Walesa sale elegido, como todo parece indicar, ¿por qué los maniquíes no van a lograr tomar el poder?

Para cuantos vimos La clase muerta en el teatro Poliorama de Barcelona -La Rambla se llenó aquella noche de lágrimas-, el Teatr Cricot 2 quedará ya siempre para siempre como el teatro de la emoción. Una emoción cruel, obscena, sarcástica. Un teatro de barracón de feria, como Kantor quería que se le considerase, sencillamente genial e irrepetible.

Tadeusz Kantor, el niño de la clase muerta que sabía leer, como Bruno Schulz, el vuelo de los pájaros, muerto de sus cerca de 20 cafés y de sus más de dos cajetillas diarias de rubio americano, ha regresado definitivamente a Ítaca. El niño descalzo con su libro en la mano, sentado en el banco de madera de la clase muerta, una cruz, también de madera, en el asiento del vecino, se funde definitivamente con su doble de bronce, que Kantor colocó sobre la tumba de su madre, María Kantor, en el cementerio de Cracovia, mientras en Wielopole, el país de la infancia -"mi patria es mi infancia", decía- se escucha el tañido de la campana de la iglesia y el gorigori en las ruinas de la vieja, ya inexistente sinagoga.

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