Crítica:FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID

Desangelados

A McCoy Tyner de niño le pareció que eso de estudiar plano era una actividad demasiado pacífica como para liberar rápidamente las energías que le sobraban y prefirió dedicarse al deporte hasta que, con 13 años cumplidos, comprobó que también era posible sudar percutiendo un teclado.Este pasado tan vital explica su casi violenta concepción del jazz, que prometía quedar potenciada por la gran orquesta que presentaba en el Festival de Madrid. Además, por si quedaba alguna duda, el disco Uptown / downtown, grabado en directo a finales de 1988, resultaba magnífica referencia para confirmar l...

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A McCoy Tyner de niño le pareció que eso de estudiar plano era una actividad demasiado pacífica como para liberar rápidamente las energías que le sobraban y prefirió dedicarse al deporte hasta que, con 13 años cumplidos, comprobó que también era posible sudar percutiendo un teclado.Este pasado tan vital explica su casi violenta concepción del jazz, que prometía quedar potenciada por la gran orquesta que presentaba en el Festival de Madrid. Además, por si quedaba alguna duda, el disco Uptown / downtown, grabado en directo a finales de 1988, resultaba magnífica referencia para confirmar las expectativas y para enfrentarse a su concierto con el mayor optimismo.

El Auditorio Nacional, desde luego, no se parece en nada al club Blue Note de Nueva York y los músicos parecieron acusar en exceso estas ostensibles diferencias de escenario. Se les vio desganados y apáticos desde el mismo tema inicial, Uptown, compuesto y arreglado por Tyner con la intención de recrear el sonido de las big bands de Fletcher Henderson y Don Redman, pero no fue sino soso vehículo para que los miembros de la orquesta, apoyados únicamente por la sección rítmica, fueran haciendo sus solos mientras el resto permanecía en sus sillas, como. en la consulta del médico, a la espera de ser llamados para intervenir.

McCoy Tyner Big Band

Auditorio Nacional. Madrid. 7 de noviembre.

Elevaron momentáneamente la temperatura de la sala el trombonista Frank Lacy y el saxofonista Junior Cook, pero no goza ron de ninguna otra oportunidad en todo el concierto para lucir sus evidentes cualidades. Otro tanto le sucedió al saxofonista John Stubblefield, olvidado hasta el tema final, Blues for Basie, en el que hizo el mejor solo de toda la noche.

Principales culpables de la falta de pegada del sonido de la orquesta fueron Aaron Scott, un caprichoso batería que lo acompañó todo igual, con movimientos parsimoniosos que recordaban a los que hacen los músicos que no tocan realmente porque el trabajo duro se lo hace el play back, y Avery Sharpe, contrabajista desconcertante que se escondió cuando realmente hacía falta su impulso y desencuadernó inmisericordemente el contrabajo sin venir a cuento cuando le dejaron solazarse como solista.

Parece claro que McCoy Tyner no ha dado en el clavo con su actual sección rítmica, pero sí acertó plenamente en las dos canciones que interpretó en solitario, una composición propia, You taught my heart to sing, y un clásico de Gershwin con el que suele cerrar sus actuaciones, el delicioso Someone to watch over me.

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