Crítica:JAZZ

Toda una vida

Los años 60 fueron terreno abonado para las iniciativas improvisadas y para la eclosión de novedades tan consistentes como flanes. En esa década el saxofonista Charles Lloyd acertó de pleno con un tema, Forest flower, que sintonizó inmediatamente con una juventud ávida de romper con todo lo conocido. Su popularidad duró justo hasta que se descubrieron nuevos héroes.Después de¡ desencanto, Lloyd intentó reincorporarse a la música, pero sus pensamientos parecían estar en otra cosa. El sello Blue Note intentó apoyar su renacimiento pero ni con la colaboración del pianista francés Michel Pe...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Los años 60 fueron terreno abonado para las iniciativas improvisadas y para la eclosión de novedades tan consistentes como flanes. En esa década el saxofonista Charles Lloyd acertó de pleno con un tema, Forest flower, que sintonizó inmediatamente con una juventud ávida de romper con todo lo conocido. Su popularidad duró justo hasta que se descubrieron nuevos héroes.Después de¡ desencanto, Lloyd intentó reincorporarse a la música, pero sus pensamientos parecían estar en otra cosa. El sello Blue Note intentó apoyar su renacimiento pero ni con la colaboración del pianista francés Michel Petrucciani, ni con la ayuda del cantante Bobby McFerrin, quienes se unieron a él en conciertos y en el disco A night in Copenhaguen, consiguieron alcanzar los resultados apetecidos.

Charles Lloyd Quartet

C. M. U. San Juan Evangelista. Madrid. 28 de octubre.

Regreso a los sesenta

Es ahora, cuando las condiciones sociológicas coinciden en algunos aspectos con las de los 60, que Lloyd, a sus 52 años, puede recuperar el terreno perdido con un estilo que es réplica exacta de su vida irregular y atípica. Este Lloyd renovado, que actuaba por primera vez en Madrid, confirmó que podría figurar como pieza única entre la especie de jazzmen en algún museo dedicado a curiosidades porque parece una especie de bípedo de tres cabezas fácilmente reconocibles: la de Coltrane, de quien asume su misticismo pero no su fuerza, la de Rollins, del que toma su colorido pero no su audacia armónica, y la más pequeña, la suya propia, que sigue albergando las mismas ideas de hace 25 años.

Su saxo tenor suena a veces frágil, casi como un susurro de quejas sin convicción, aunque también por momentos saca a relucir su orgullo de alumno de Coltrane y se eleva con gallardía hasta el techo que le impone su técnica.

El concierto se basó en composiciones propias del saxofonista incluidas en su último disco, Fish out of water. Arrancó con aires de bop reblandecido por el tamiz europeo que ahora parece preferir, y continuó con aires orientales y calipsos. Lloyd tuvo una afortunada intervención con la flauta, instrumento que no volvió a coger hasta el primer bis para interpretar un bonito blues que fue lo mejor de la noche.

El sueco Bobo Stenson demostró ser pianista de técnica sobresaliente que tiene en Bill Evansi y Keith Jarrett sus modelos, lo que viene a significar que fue acompañante atento y solista fluido. Otro sueco, Anders Jormin, hizo buena la fama que tienen los contrabajistas escandinavos con una sonoridad rotunda; como solista pagó la prueba con notable y estuvo imaginativo. El batería noruego Audun Kleive desplegó su técnica heterodoxa consiguiendo crear un clima dinámico de gran viveza.

Con un trío como éste, es difícil que, zozobre cualquier grupo de jazz, aunque el patrón no siempre empuñe el timón con la firmeza necesaria.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En