Crítica:

Noche de fuego

Dave Brubeck Quartet y McCoyTyner Quintet



Polideportivo de Mendizorrotza, Vitoria. 17 de julio.

El Festival de Jazz de Vitoria volvió a comenzar por todo lo grande, un doble concierto de altos vuelos en el que verdaderamente se voló alto, muy alto. Esa magia que tiene escondida el polideportivo de Mendizorrotza y que hace su aparición en los instantes más insospechados, impidió que la rutina se apoderase de dos actuaciones previsiblemente rutinarias y las convirtiese en momentos a recordar.Simplemente la estremecedora versión de una mezcla de Stardust con...

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Dave Brubeck Quartet y McCoyTyner Quintet

Polideportivo de Mendizorrotza, Vitoria. 17 de julio.

El Festival de Jazz de Vitoria volvió a comenzar por todo lo grande, un doble concierto de altos vuelos en el que verdaderamente se voló alto, muy alto. Esa magia que tiene escondida el polideportivo de Mendizorrotza y que hace su aparición en los instantes más insospechados, impidió que la rutina se apoderase de dos actuaciones previsiblemente rutinarias y las convirtiese en momentos a recordar.Simplemente la estremecedora versión de una mezcla de Stardust con Body and soul que Freddy Hubbard interpretó al fliscornio -minutos absolutamente antirrutinarios salidos de lo más profundo de un músico que demasiado a menudo se deja mecer por la rutina más vulgar- hubiesen servido para reconciliar a cualquier descarriado con la ortodoxia del jazz contemporáneo sin edad ni filiación.

Dave Brubeck inauguró este XIV Festival con su eterna juventud y su sonrisa de niño revoltoso a punto de hacer alguna travesura. Brubeck ha conseguido que, sin evolucionar ni un ápice, su música no se haya quedado anclada en el tiempo y temas archiconocidos como Blue Rondó alla Turk o Take Five suenen con descarada actualidad.

Hubbard y Tyner son viejos colegas, cómplices de mil aventuras; entre ellos dificilmente puede saltar la sorpresa, pero juntos, cuando quieren, pueden incendiar un escenario. Comenzaron con esos aires caribeflos tan gratos a Tyner. Su piano tumbaba entre recuerdos cubanos mientras Hubbard le sacaba chispas a un par de riffs heredados del mismísimo Gillespie. Era el acercamiento del be bop a Cuba revisitado con provocativa clarividencia y ninguna deuda a pagar. A partir de ahí los originales de los dos líderes se mezclaron con algún estándar y recuerdos para Basie y Coltrane. Tyner tocó con rabia y tremenda pasión, Hubbard con entrega y voluptuosa sensualidad.

Mendizorrotza se encendió y el funky final, el Island Birdie de Tyner, convertido en un alegato irrefutable a la intemporalidad rítmica del jazz, consiguió que una parte del público se desmelenase, cerrando con fuego una noche de altas temperaturas.

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