Crítica:CINE / 'MAGNOLIAS DE ACERO'

Mucha flor y poco acero

Herbert Ross es un director que sabe hacer bien mezclas de elementos no fáciles de combinar. Se requiere habilidad -incluida esa forma de habilidad que es la trampa-, y este prestidigitador -nada por aquí, nada por allá, y de ambas nadas saca de la bocamanga algo que luego resulta ser también nada- la tiene.Magnolias de acero es un dibujo de tiralíneas de ese algo que luego se disuelve en el vacío que lleva dentro. Se inspira en una comedia superficial, un juego de sentimentalismos de marcas y tonos diversos -que van desde el patetismo al esperpento- que busca la simultaneidad de...

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Herbert Ross es un director que sabe hacer bien mezclas de elementos no fáciles de combinar. Se requiere habilidad -incluida esa forma de habilidad que es la trampa-, y este prestidigitador -nada por aquí, nada por allá, y de ambas nadas saca de la bocamanga algo que luego resulta ser también nada- la tiene.Magnolias de acero es un dibujo de tiralíneas de ese algo que luego se disuelve en el vacío que lleva dentro. Se inspira en una comedia superficial, un juego de sentimentalismos de marcas y tonos diversos -que van desde el patetismo al esperpento- que busca la simultaneidad de la sonrisa con la lágrima furtiva, diluidas ambas en escritura cinematográfica con tinta aguada: una estética de algodones que hace cosquillas al cine considerado como perfumería.

Magnolias de acero

Direción: Herbert Ross. Guión: R. Harling. Fotografía: J. Alanzo. Música: G. Delerue. Intérpretes: Sally Field, Shirley MacLaine, Daryl Hannah, Olympia Dukakis, Sam Shepard, Julia Roberts. Estreno: Avenida, La Vaguada y Vergara.

La trampa de Magnolias de acero consiste en camuflar una mirada tan endeble como la que vertebra esta historia detrás de un brillo de acero, que se queda en baño de purpurina plateada, distribuida en la superficie -es lo único que tiene el filme, superficie- del asunto en dosis calculadas para que el pastel no empalague. Un paisajista como Ross juega aquí a pintor de almas, pero las almas que le salen están muertas de nacimiento.

Película de actrices, tiene un buen reparto no bien coordinado, que se queda en simple acumulación de nombres famosos. Cada actriz va a su aire, y Ross no parece precuparse por ello. Da a cada una su camino y los entrelaza sin lograr para sus comportamientos la reciprocidad que requiere un reparto considerado como lo que debe ser, como unidad. Shirley MacLaine se sostiene en comedida extravagancia. Sally Field repite su habitual oferta de muecas, de la que no sabe salir últimamente. Olimpia Dukakis oculta la vaciedad de su personaje con oficio. Sólo Daryl Hannah y Julia Roberts dan alguna conmoción a la pantalla, pero con personajes muy fáciles.

La tarta de Magnolias de acero está preciosamente coloreada, y sería una película consistente si no quisiera ir más allá de donde puede. Si se hubiera conformado con ser una película de relleno, sería aceptable como tal. Pero busca trascendencias que no alcanza, y se convierte en un bonito y agridulce rosario en familia, cosa más eclesial que estética. De ahí su fracaso -pasó casi inadvertida, que es lo peor que le puede ocurrir a un alarde de brillantez- en el festival de Berlín y en los Oscar.

Porque lo peor del filme no es su dulzonería encubierta por una falsa dureza -en este jardín de acero las flores son de papel y el tronco es de cartón piedra-, sino el pretencioso tono de exquisitez que Ross quiere imprimir al estilo con que cuenta la historia de una muerte intragable, que sobreviene en el cumplimiento de la afirmación de la vida. Para dar gusto a todos -y eso es oportunismo- Ross mata a esa muerte como como metáfora, pues no hay metáfora poderosa que conserve su poder digerido, como Ross lo deja, como una papilla de bebé, apta para el consumo higiénico, sin que la sucia verdad los contamine.

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