Tribuna:

Enemigos

Con los cambios del Este y el colapso de los sistemas comunistas los occidentales hemos perdido súbitamente al Enemigo y nos hemos quedado huérfano del Otro, cosa que ha llenado de perplejidad y desasosiego a mucha gente. Hay personas, las más débiles, que no pueden soportar ese vacío en las hostilidades porque no saben discernir cuál es su propia identidad si no están alineados contra algo; son como el acomplejado adolescente que sólo se siente hombre cuando le parte las narices a otro niño. Quiero decir que en el aire flotan nubarrones de odio tribal a la búsqueda de nuevo destinatario, y qu...

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Con los cambios del Este y el colapso de los sistemas comunistas los occidentales hemos perdido súbitamente al Enemigo y nos hemos quedado huérfano del Otro, cosa que ha llenado de perplejidad y desasosiego a mucha gente. Hay personas, las más débiles, que no pueden soportar ese vacío en las hostilidades porque no saben discernir cuál es su propia identidad si no están alineados contra algo; son como el acomplejado adolescente que sólo se siente hombre cuando le parte las narices a otro niño. Quiero decir que en el aire flotan nubarrones de odio tribal a la búsqueda de nuevo destinatario, y que más de un machito occidental está ahora puesto en jarras, en el patio, buscando retadoramente un contrincante.Y ello es que, en medio de este corrimiento de tierras y de emociones que vivimos, el mundo árabe empieza a acumular torpezas y brutalidades una tras otra, como si ansiara ocupar la huella aún caliente del Malvado Enemigo. Hablo, como no, de Salman Rushdle, y de Bazoft, el periodista recientemente ejecutado, o de esa nueva ley iraquí que permite al varón asesinar impunemente a su madre, su hija, su tía o su hermana en caso de adulterio. Indignante barbarie, desde luego.

Ante tales desmanes, veo crecer a mi alrededor el viejo desprecio racista hacia los moros, y el miedo a la media luna, y la violencia. El mundo árabe, culto, refinado y antiguo, posee sus bestias fundamentalistas, del mismo modo que los occidentales tenemos nuestros vociferantes ultras. Y sería tristísimo que en estos momentos de distensión y cambio se fomentara la creación de un nuevo abismo, que las brutalidades árabes avivaran las nuestras, y viceversa, y que unos y otros prefiriéramos alinearnos con nuestros reaccionarios frente al Otro en vez de comprender que ésta no es una lucha entre moros y cristianos, sino entre progresistas de una u otra cultura y sus fanáticos. Sería tristísimo, en fin, que triunfaran las bestias.

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