Crítica:

Una ambigüedad desconcertante

Hamlet IV



William Shakespeare. Adaptación de Andrej Wajda. Intérpretes: Teresa Budzisz-Krzyzanowska y la Compañía del Stary Teatr de Polonia. Dirección: Andrzej Wajda. Madrid. Sala Olimpia, 16 de marzo.

Muchas grandes actrices han hecho el personaje de Hamlet. Y otros papeles masculinos: L'Aiglon, Lorenzaccio... Siempre los han hecho mal, incluyendo a Sarah Bernhardt; y la gran actriz polaca Teresa Budzisz-Krzyzanowska (en adelante, Teresa) no tiene por qué ser una excepción. No por su culpa, sino porque este travestido no funciona. Wajda, en esta pin...

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Hamlet IV

William Shakespeare. Adaptación de Andrej Wajda. Intérpretes: Teresa Budzisz-Krzyzanowska y la Compañía del Stary Teatr de Polonia. Dirección: Andrzej Wajda. Madrid. Sala Olimpia, 16 de marzo.

Muchas grandes actrices han hecho el personaje de Hamlet. Y otros papeles masculinos: L'Aiglon, Lorenzaccio... Siempre los han hecho mal, incluyendo a Sarah Bernhardt; y la gran actriz polaca Teresa Budzisz-Krzyzanowska (en adelante, Teresa) no tiene por qué ser una excepción. No por su culpa, sino porque este travestido no funciona. Wajda, en esta pintoresca versión, cree que no importa de qué sexo sea el actor protagonista: "lo imprescindible es que se trate de un cuerpo íntegro que atraviesa situaciones imprescindibles de la vida". No es verdad.En la época que Shakespeare refleja de la Dinamarca podrida, y en aquella en que él mismo escribe de la Inglaterra isabelina, había hombres y mujeres; sus destinos y sus acciones eran distintos, y sus comportamientos en la sociedad, también. Escribió un papel femenino, que era el de Ofelia, sometida y obediente, familiar y enamorada, cuyas contradicciones la llevan a la locura, porque no tiene otros recursos. Es una mujer. Wajda la convierte en lo que hoy se llama una chica completamente tonta, que es como se considera a la muchacha obediente, virginal y tierna: no entonces. Y escribió el personaje de Hamlet como el de un adolescente educado en la esgrima, la rudeza y la aventura, y su contradicción es la de la intelectualidad, la lectura, la afición al teatro. No es, en ningún caso, una mujer. Teresa lo interpreta como una mujer; no cae en el vicio de hombrear, como les pasa a las aprendizas en estos trances. Es mimosa, tocona, con sus muecas y su forma para andar, y su sonrisa y su carcajada son femeninas. La contradicción es molesta y es insoportable. Puede que en Polonia tenga otro juego, porque estas cosas que a veces suceden se aceptan en un plano local; como una broma, como la ilustración de alguna teoría más o menos disparatada, como el juego de una actriz que guiña el ojo a su público. Como lo hacía aquí Ana Mariscal representando a Juan Tenorio más o menos apoyada en las teorías de Marañón, quien desarrollaba la idea de que el hombre mujeriego tenía más de homosexual -o más dosis femenina- que el hombre de una sola mujer, suponiendo que la monogamia era lo natural, cosa que está lejos de ser auténtica. Aquí nos reímos mucho de aquello, se aplaudió a Ana Mariscal por su gracieta y todavía se recuerda todo como una excentricidad. Puede que Teresa represente en Polonia esa gracia. Fuera no la tiene. Ni corresponde.

Texto fidelísimo

Como no corresponde la cuarta versión que hace este grande e ilustre director a una lógica interna del teatro. El juego teórico-escenográfico consiste en que no se desarrolla en el castillo de Elsinor, sino en un interior de teatro: mitad escenario, mitad camerino del actor que inteneta Hamlet, y las escenas se desarrollan en los dos ámbitos, como una sensible pérdida de construcción. La originalidad siempre es un vicio cuando se convierte en originalismo. Wajda se ha preocupado de que el texto, encargado a un poeta polaco, sea fidelísimo -las transgresiones son ligeras, y parecen tener un significado político que aquí no encuentra sus claves- y, al mismo tiempo, ha cambiado sus condiciones externas, de manera que lo que se dice no corresponde a la personalidad de quien lo dice -Teresa- ni al ámbito en que se dice, y la intrusión de personajes vestidos de calle -de ahora- o de un circuito interno de televisión -en algunos camerinos lo hay, o de radio, para que el actor siga el desarrollo de la escena cuando está fuera de ella-, para aproximarlo y distanciarlo.

Aparte de estas cosas, todo está bien, o lo que se puede considerar como bien cuando uno está disminuido o invalidado por su ignorancia. El idioma polaco es una barrera que impide otros juicios, aun cuando se conozca bien la obra, porque ésta sufre las modificaciones dichas, y quizá algunas más, que la hacen borrosa. ¿Por qué al fondo se oye una canción de soldados polacos que canturrea Ofelia, ya la razón perdida, desafinada como su juicio? Claves para otros. Reduzcámonos a lo que se ve y se oye. Unos actores espléndidos capaces de decir cosas tremendas a media voz, sin gritos; caras que revelan la pasión y el misterio, movimientos que parecen espontáneos, sabiduría para manejarse en los dos escenarios de dentro del escenario. Y una iluminación que, a pesar de su tendencia a las tinieblas, deja ver lo necesario y subraya lo que lo merece.

El público apreció debidamente toda esa perfección y ese trabajo, y ovacionó a los actores, sobre todo a Teresa, por la calidad de un arte desarrollado hasta límites muy abiertos.

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