85 religiosos católicos norteamericanos
La Iglesia católica norteamericana tenía a finales de 1989 un total de 85 religiosos, de los cuales 39 eran sacerdotes y 46 monjas, realizando labor misionera y social en Nicaragua, según manifestó ayer a EL PAÍS el sacerdote Joe Nangeo, portavoz de la Conferencia de Superiores Católicos en Estados Unidos. Los religiosos y religiosas están distribuidos en todas las diócesis del país desde hace más de 30 años.
No sólo la Iglesia católica y otras confesiones cristianas, desde episcopalianos a mormones, mantienen asistentes sociales en Nicaragua.
Además, hay una serie de organiz...
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La Iglesia católica norteamericana tenía a finales de 1989 un total de 85 religiosos, de los cuales 39 eran sacerdotes y 46 monjas, realizando labor misionera y social en Nicaragua, según manifestó ayer a EL PAÍS el sacerdote Joe Nangeo, portavoz de la Conferencia de Superiores Católicos en Estados Unidos. Los religiosos y religiosas están distribuidos en todas las diócesis del país desde hace más de 30 años.
No sólo la Iglesia católica y otras confesiones cristianas, desde episcopalianos a mormones, mantienen asistentes sociales en Nicaragua.
Además, hay una serie de organizaciones privadas que periódicamente envían gente a la república centroamericana por motivos varios, desde la ayuda en misiones asistenciales de todo tipo hasta el intento de mentalización de la opinión pública norteamericana sobre la situación provocada por la guerrilla en aquel país.
Una de estas organizaciones es Testigos para la Paz, una entidad no gubernamental financiada por donaciones privadas, que ha enviado más de 4.000 norteamericanos a Nicaragua desde 1983. Su coordinadora en Managua, Sharon Hostetler, manifestó a este periódico telefónicamente que su labor consiste en intentar cambiar la política del Gobierno de los Estados Unidos con relación a Nicaragua a través de la presión que las personas que participan en sus programas puedan ejercer cerca de sus respectivos representantes en el Congreso de Washington y en las comunidades donde residen después de haber vivido la realidad del país y de haber comprobado los estragos de la guerra.