LA CAÍDA DEL 'CONDUCATOR'

Revuelta de sangre, explosión de paz

Ni un vidrio resultó roto, ni un insulto en la calle, ni un grito más alto que otro en la revolución que dio a un checoslovaco perseguido como Vaclav Havel el sillón presidencial. Cuando esa Rumanía balcánica se tiñe de luto por la furia de sangre que lleva su revolución, Checoslovaquia cambió sin violencia. Fue el orgasmo de violencia y venganza en Rumanía. Fue el estallar de la alegría en Checoslovaquia. Aparte de la represión policial de la manifestación del 17 de noviembre, detonante de la protesta, que tiñó con más de 200 heridos el otoño de Praga, multitudes pacíficas tiraron aquí del po...

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Ni un vidrio resultó roto, ni un insulto en la calle, ni un grito más alto que otro en la revolución que dio a un checoslovaco perseguido como Vaclav Havel el sillón presidencial. Cuando esa Rumanía balcánica se tiñe de luto por la furia de sangre que lleva su revolución, Checoslovaquia cambió sin violencia. Fue el orgasmo de violencia y venganza en Rumanía. Fue el estallar de la alegría en Checoslovaquia. Aparte de la represión policial de la manifestación del 17 de noviembre, detonante de la protesta, que tiñó con más de 200 heridos el otoño de Praga, multitudes pacíficas tiraron aquí del poder a los duros estalinistas.Día tras día, con determinación, los checoslovacos se alzaban en consignas y pancartas en la plaza de San Wenceslao. Venían desde las provincias a manifestarse a Praga. Salían de aquí a los pueblos para informar mejor. Brindaban por cada avance conseguido en la carrera a la revolución. Fueron 10 días de triunfo con pasión, sin terror.

Los tranquilos centroeuropeos barrieron las calles tras cada manifestación, rezaron con velas por los heridos del día 17, resistieron en la calle, los gritos como única arma, el boicoteo comunista a la democracia. Con el nombramiento de Havel se ha cerrado una revuelta pacífica y alegre, cargada de fuerza, de emoción, de sonrisas. Sus mismos organizadores la llamaron "la revolución de la alegría".

Rumania, sin embargo, ha visto el infierno al hacer estallar la dictadura a fuerza de disparos y muertes. También en 10 días. Pero 10 días de miedo, de fuerza violenta. Tan sangrienta fue la represión del tirano Nicolae Ceaucescu como el proceso que culminó en su ejecución. Un infierno de obuses, carros de combate y sangre. Un infierno de enfrentamientos que desplaza la buena noticia de la caída del dictador por un tremendo espanto que no ha visto aún el final.

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