Crítica:POP

El precio del éxito

Lo consiguió. Julio Iglesias llenó el estadio Santiago Bernabéu, y la mayoría de los 70.000 espectadores que habían pagado desde 7.000 a 1.200 pesetas salió encantada del recital, bajo una ligera lluvia y tarareando el bamboleo. Fueron algo más de dos horas de canciones, acogidas con gritos de "¡Julio, Julio!" por un público predispuesto al halago, en el que el sexo femenino era mayoría y las edades oscilaban entre los 10 y los 80 años.A sus 46 años, el cantante madrileño vive su época dorada en España. Su último disco, Raíces, ha vendido un millón de ejemplares en cinco meses, c...

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Lo consiguió. Julio Iglesias llenó el estadio Santiago Bernabéu, y la mayoría de los 70.000 espectadores que habían pagado desde 7.000 a 1.200 pesetas salió encantada del recital, bajo una ligera lluvia y tarareando el bamboleo. Fueron algo más de dos horas de canciones, acogidas con gritos de "¡Julio, Julio!" por un público predispuesto al halago, en el que el sexo femenino era mayoría y las edades oscilaban entre los 10 y los 80 años.A sus 46 años, el cantante madrileño vive su época dorada en España. Su último disco, Raíces, ha vendido un millón de ejemplares en cinco meses, confirmando el éxito de sus planteamientos y de la mercadotecnia sobre la música. La evolución del trabajo de Julio Iglesias y su equipo se plantea en términos económicos, no de compromiso artístico. Las canciones se convierten en un mero soporte para sondear los deseos del público, ofreciéndolas hábilmente condimentadas para que la asimilación se realice sin problemas. En Madrid, todos estaban dispuestos a consumir cualquier cosa que tuviera melodía, siempre y cuando el maître se llamase Julio Iglesias.

Julio Iglesias

Estadio Santiago Bernabéu. Madrid, 21 de septiembre.

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Este conservadurismo artístico, unido a la funcionalidad de sus canciones, equivalente a la de un hilo musical agradable, convierte a Julio Iglesias en un verdadero estándar, despreocupado por la música como impulso creativo, y desde que arrancó con el Me va, me va, el éxito fue arrollador.

El cantante basó su recital en el popurrí. Estas mezclas de breves fragmentos de temas conocidos- La chica de Ipanema, Desafinado, Brasil, Bamboleo, Caballo viejo, La paloma, etcétera- se esbozaron en un planteamiento carente de nudo y desenlace. Arregladas con un ritmo uniforme, la habanera, la salsa y la bossa nova pierden su esencia original, y en otras canciones clásicas -Ne me quitte pas, Que cest triste Venise, La vie en rose- desaparece la carga dramática de las interpretaciones originales de Brel, Aznavour y la Piaf.

Esta eliminación de ritmos esenciales y del sentido dramático de canciones eternas, altera y transporta su sentido popular, haciéndolo asequible a otros públicos que no hacen ascos a un planteamiento musical absolutamente lineal, con unos arreglos convencionales y una interpretación carente de matices.

Julio Iglesias se mostró seguro en el escenario, dentro de su estatismo. Estuvo bien de voz, con algunos desfases rítmicos respecto a su convencional orquesta, formada por seis músicos y tres vocalistas. El sonido fue excelente en las entradas más caras, mientras el público de graderíos protestó ante la imposibilidad de distinguir una canción de otra.

Cuando había transcurrido hora y media de recital llegaron las repeticiones, consecuencia de la escasez de su repertorio. Canciones como Me va, me va y Bamboleo sonaron tres veces, las mismas que el cantante besó el suelo del escenario en señal de agradecimiento. La fórmula músico-comercial confirmó su eficacia, y la sencillez de sus planteamientos tan clara como el agua: incolora, inodora e insípida. Era la consagración de Julio Iglesias. El triunfo del sucedáneo frente a lo original fue el precio del éxito.

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