Tribuna:

Rodillas estiradas

El Joven Ballet de María de Ávila reúne una treintena de jóvenes bailarines entre 12 y 17 años, y tiene las mismas características que aquél primer Ballet Clásico de Zaragoza que Ávila lanzó en septiembre de 1982 y en el que hicieron su debú quienes hoy son estrellas internacionalmente aplaudidas, como Trinidad Sevillano, o están en camino de serlo como Antonio Castilla o Arantxa Argüelles: formación técnica a un nivel de excelencia indiscutible, seriedad en el trabajo de asimilación del repertorio clásico y brillantez individual en varios artistas nacientes.La noche fue un festival de rodilla...

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El Joven Ballet de María de Ávila reúne una treintena de jóvenes bailarines entre 12 y 17 años, y tiene las mismas características que aquél primer Ballet Clásico de Zaragoza que Ávila lanzó en septiembre de 1982 y en el que hicieron su debú quienes hoy son estrellas internacionalmente aplaudidas, como Trinidad Sevillano, o están en camino de serlo como Antonio Castilla o Arantxa Argüelles: formación técnica a un nivel de excelencia indiscutible, seriedad en el trabajo de asimilación del repertorio clásico y brillantez individual en varios artistas nacientes.La noche fue un festival de rodillas estiradas, espaldas fuertes, apertura y buena colocación, virtudes nada frecuentes, incluso entre profesionales curtidos, que lejos de limitar las posibilidades del movimiento -como a veces piensa el profano- son la clave de la libertad de bailar y de la expresión personal posterior.

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El programa, casi enteramente clásico y en puntas (con la excepción de una pieza, Sí tu supieras, sobre Ricardo Strauss, coreografiada por la nieta de María de Ávila, Carla Faci), se desarrolló como una seda, poniendo de relieve tanto el buen nivel del conjunto -sobre todo en el Divertimento de Mozart y la comprometidísima Paquita de Peti-Pa- como los talentos individuales, que abundan, y entre los que, el viernes destacaron Elia Lozano y Amador Castilla (que levantaron entusiasmo en su paso a dos de El corsario), Amaya Iglesias y Federico Bosch en los papeles principales de Paquita y la jovencísima Marta Barahona, la benjamina y mascota de la compañía que deslumbró al personal con su fuerza técnica y su irresistible naturalidad.

Las cuatro solistas del Grand pas de quatre romántico (Elena Lozano, Mirian Cremades, Victoria Hinojosa y Pilar Alegre) como María Jesús Soto en su hada Pan de Azúcar de Cascanueces y Nuria Ulibarri, Isabel Araus, Virginia Larrasquiti y Elías García en sus variaciones respectivas (la lista no es exhaustiva) dieron la medida de lo que este grupo puede llegar a ser, y el entusiasmo del público la de la necesidad de una compañía como ésta.

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