Crítica:24º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN

El triunfo de la extravagancia

Parece que la media de asistentes por concierto en la pasada edición del Festival de Jazz de San Sebastián apenas sobrepasó las 1.000 personas. El objetivo de la nueva organización es que el aficionado vuelva al jazz a través de cuatro días de programación ecléctica, en la línea de algunos certámenes prestigiosos como Montreaux o La Haya. El primer día del festival donostiarra superó la media del año pasado, pero no se llenaron los recintos, alcanzándose media entrada y un triunfador fuera de pronóstico: The Lounge Lizards, el grupo del extravagante John Lurie.Abrió el festival en la pl...

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Parece que la media de asistentes por concierto en la pasada edición del Festival de Jazz de San Sebastián apenas sobrepasó las 1.000 personas. El objetivo de la nueva organización es que el aficionado vuelva al jazz a través de cuatro días de programación ecléctica, en la línea de algunos certámenes prestigiosos como Montreaux o La Haya. El primer día del festival donostiarra superó la media del año pasado, pero no se llenaron los recintos, alcanzándose media entrada y un triunfador fuera de pronóstico: The Lounge Lizards, el grupo del extravagante John Lurie.Abrió el festival en la plaza de la Trinidad el pianista Ramsey Lewis, que hacía su presentación en España. Composiciones a lo George Benson, interpretación basada en acordes -"en mi música hay un 70% de improvisación-, dijo después del concierto, una poderosa mano izquierda y los consabidos guiños a la audiencia a través del inevitable Concierto de Aranjuez y el Armandos rumba, de Chick Corea. Rarnsey Lewis siempre ha elaborado una música próxima al público, pero en San Sebastián se acercó demasiado. A continuación, John Lurie celebró el décimo aniversario de su grupo The Lounge Lizards con la mejor actuación de la jornada inaugural. Actor -París, Texas-, compositor de la música de nueve películas -la última, Stranger than paradise-, Lurie es mejor compositor que saxofonista. Mezcla con energía fraseos típicos del be-bop con rupturas del free-jazz, y a veces evoca con cierta dignidad el espíritu de Mingus. Todo esto aderezado con los toques minimal de su hermano Evan al piano. También hizo tangos y temas a lo Kurt Weil, un popurrí fruto de una mente calenturienta como la de John Lurie. Estuvo acompañado por un magnífico septeto que logró dar sentido al aparente caos y en el que destacaron el batería Calvin Weston y el percusionista E. J. Rodríguez.

Intelectual

Tras la música intelectual -conceptual, según algunos- de John Lurie, otro saxofonista norteamericano inauguró el festival en el velódromo de Anoeta y convirtió la comercialidad de Rainsey Lewis en un juego de niños. Kenny G recorrió el polideportivo tocando el saxo mezclado entre el público y demostrando que su música está pensada para pasar un rato agradable, mientras vende millones de discos de su último trabajo, Silhouette. En su grupo destacó Bruce Carter, un preciso batería, verdadero rompebásculas de peso cercano a los 200 kilos.

Y, paradojas de la vida, el batería fue el punto flaco de la banda de Robert Cray, guitarrista norteamericano que cerró la velada. Cray lleva un año de gira ininterrumpida por todo el mundo y su experiencia se aprecia en la conjunción de su grupo y en el cansancio. "Tengo ganas de regresar a California, hacerme la comida y tocar mi guitarra española, declaró a EL PAÍS antes de la actuación y después de comentar su magnífica cena en Arzak. Robert Cray es un excelente cantante y buen guitarrista, que mantiene influencias de sus maestros Sam Cooke y Albert Collins. Voz profunda, de tesitura amplia e improvisaciones entrecortadas de guitarra forman la esencia de su música. Puro blues continuador de la tradición norteamericana a la que Cray aporta la posibilidad de la sorpresa en cada interpretación. En San Sebastián esta sorpresa apenas se produjo y se limitó a cumplir su papel.

A las dos de la madrugada finalizaba su actuación y la primera jornada del festival. Una hora más tarde, el eterno Lou Bennet comenzaba su último pase en el bar Altxerri, mientras a pocos metros, en el Be-Bop, actuaba el cuarteto del guitarrista Dan Rochils, ofreciendo un ejemplo de jazz cotidiano, alejado de los grandes escenarios y verdadero impulsor de la afición de cualquier ciudad.

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