Tribuna:

Los chinos

Cuando algunas personas elevan sus llantos por los jóvenes chinos asesinados no puedo dejar de sentir un cierto malestar: me parece que están así rnatamorfoseando una gran satisfacción histórica que sienten. Señalan el gran suceso trágico como la demostración de dos de sus verdades: una, que e comunismo existe; la otra, que es intrínsecarnente asesino. Y cuando incitan a otros a que lloren con ellos, o les reprochan lo que creen su abstención, les están incitando a una actitud política fingiendo que echan de menos su actitud humana. El anticomunismo moría al mismo tiempo que el comunismo y pri...

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Cuando algunas personas elevan sus llantos por los jóvenes chinos asesinados no puedo dejar de sentir un cierto malestar: me parece que están así rnatamorfoseando una gran satisfacción histórica que sienten. Señalan el gran suceso trágico como la demostración de dos de sus verdades: una, que e comunismo existe; la otra, que es intrínsecarnente asesino. Y cuando incitan a otros a que lloren con ellos, o les reprochan lo que creen su abstención, les están incitando a una actitud política fingiendo que echan de menos su actitud humana. El anticomunismo moría al mismo tiempo que el comunismo y privaba con ello de razón de existir a unas mentalidades que necesitan los clarines del combate ara justi icarse y para eliminar sus enemigos como puedan moralmente, flisicamente-: racias a Pekín, resucitan; y resucitan, también, sus motivos.La lenta caída del dinosaurio comunista y la conversión de sus dirigentes hacia unos sistemas de poder no necesariamente asesinos no había encontrado suficiente sustitución para esta actitud. Las revoluciones se han trasladado ahora el Tercer Mundo -las hemos exportado, al mismo tiempo que la que fue nuestra pobreza-, pero este contrarrevolucionarísmo no es de recibo. El Tercer Mundo está prestigiado por su hambre y por su historia, y por la actuación continua de la caridad. Las últimas guerras coloniales -Indochina, Argelia, Vietnam...no prendieron con suficiente fuerza anticomunista en la opinión pública, aunque se atribuyesen al comunismo. En un momento dado, Reagan consiguió bastante con la cruzada contra el terrorismo, palabra ala que él dio el significado exclusivo de los árabes y otros integristas islámicos matando, secuestrando, por. el mundo. Ese movímiento se detuvo -aunque, últimamente, la cuestión de Salman Rushdie y sus Versos satánicos ha permitido una breve reanudación; pero hasta Jomi i ha muerto ya- y, sobre todo, e invirtió. Algunos errores cometidos por Israel en cuestión de vidas humanas y una recon versión de la OLP alteraron la cuestión. omo otros errores, también, en cuestiones de asesinatos en mérica Central, y en el Cono Sur, no permite conver tir- en cruzada la causa contra sus revolucionarios. Sobre todo, es cada vez más dificil tra tarla como comunismo, o ex pansión del comunismo, o ma nipulaciones de Moscú; no se pueden negar las razones genui nas de esas revoluciones. Siempre queda Fidel Castro, pero es

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Los chinos

Viene de la página anteriorpoca cosa para convertirlo en causa universal; y, sobre todo, aparecía ya como un comunismo único, con China evolucionando y la URS S abriéndose.

El año pasado presenció una caída sin precedentes de revoluciones: el final de la guerra Irak-Irán, la evacuación cubana de Angola, los acuerdos sobre Camboya, la retracción de los saharauis. Toda esta satisfacción objetiva histórica debía ser bastante para Occidente. Ninguna de las caídas revolucionarias podía haberse producido sin la reconversión de Moscú -la de Pekín se había producido años antes- y entre todas significaban algo bastante claro: se había ganado la guerra fría. Algo más importante que la de Reagan: la que comenzó en 1917 con los 14 puntos de Wilson frente a los manifiestos de Lenin, la del cordón sanitario y los cuerpos expedicionarios de Europa contra la revolución rusa. Aun la de más atrás: la que definía el Manifiesto de entre los comunistas y lo que Marx y Engels llamaban en él la Santa Alianza. Siglo y medio de guerra contrarrevolucionaria perfectamente ganada. Por la armas muchas veces, pero también por el esfuerzo de desnaturalización del comunismo. Los movimientos internos de Rusia y la URSS, luego los de China, dejaron ver cómo el comunismo teórico no podía subsistir; como sus innovadores y creadores caían asesinados por los llama dos ortodoxos -ortodoxo es siempre aquel que conserva el poder, es decir, la pistola-, ycómo, luego, lo científico se reconvertía en utópico, el internacionalismo en luchas entre nacionalismos comunistas, el proletariado en Tercer Mundo. Y los intelectuales abandonaban rápidamente el barco que se hundía sin esperanzas. El país -el pueblo- más políticamente realista del mundo, que es España, fue el primero en el que el comunismo se desintegró.

¿Qué hacer, entonces, sin el anticoniunismo, y sin un enemigo sustitutorio? Clemenceau decía que es mas fácil empezar una guerra que terminarla. ¿Cómo terminar la guerra fría? ¿Cómo contener las revoluciones del Tercer Mundo sin una causa justificada? ¿Cómo se enfrenta uno a sus enemigos interiores, a sus sindicatos o a sus parados o a sus huelguistas, a sus periodistas o a sus disidentes, si no puede esgrimir el anticomunismo? Una situación embarazosa.

Pekín ha venido a resolverla: el comunismo existe, mata a los jóvenes que piden libertad y democracia; lo hace, incluso, con el tópico terrible del tiro en la nilca. Puede volver a existir, por tanto, el anticomunismo y la comodidad mental que supone. Puede incluso regresarse a las paradojas de la gran época de la caza de brujas: el que no protesta explícitamente es sospechoso de aprobar implícitamente. Ahora ya hasta da vergüenza protestar de lo que es abominable: parece que se siguen consignas del poder, que se le teme, que quiere uno anotarse en la lista blanca. Han conseguido otra vez que lo obvio dé pudor expresarlo.

Es sospechoso, incluso, creer que se trata de un incidente en el camino, de un coletazodel dragón caído; de un pavor final de los ortodoxos, y que el comunismo chino terminó hace muchos años aunque mantenga su nomenclatura. Es sospechoso creer que, de todas formas, el comunismo ha terminado; que quizá cueste sangre y horror todavía, pero que ha terminado. Es mucho más sospechoso creer -sobre todo, decir- que el comunismo ha representado un papel histórico en la liberación de algunos pueblos, y que la condición de asesino es más aplicable a cualquier poder que a una ideología; y que hubo comunistas, como hubo nazis, falangistas, fascistas, que no fueron nunca asesinos, sino creyentes de unas ideologías, y hasta aterrados por los crímenes que se cometían en su nombre, y hasta víctimas de sus propios asesinos. Pero, qué remedio queda, hay que decirlo.

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