Tribuna:

'Míster Niet'

Mijail Gorbachov ha anunciado ante el Soviet Supremo el fallecimiento de Andrei Gromiko, su predecesor en la Presidencia del Estado y, sobre todo, el ministro de Asuntos Exteriores de La URSS durante 28 años. Este hombre, que batió todos los récords de duración de una carrera ministerial, asistió a todas la conferencias internacionales desde el final de la Il Guerra Mundial y a todas la cumbres entre el Este y el Oeste, por no hablar de las innumerables sesiones en las Naciones Unidas. En su álbum de recuerdos se pueden encontrar sus fotos en compañía de todos los presidentes norteameri...

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Mijail Gorbachov ha anunciado ante el Soviet Supremo el fallecimiento de Andrei Gromiko, su predecesor en la Presidencia del Estado y, sobre todo, el ministro de Asuntos Exteriores de La URSS durante 28 años. Este hombre, que batió todos los récords de duración de una carrera ministerial, asistió a todas la conferencias internacionales desde el final de la Il Guerra Mundial y a todas la cumbres entre el Este y el Oeste, por no hablar de las innumerables sesiones en las Naciones Unidas. En su álbum de recuerdos se pueden encontrar sus fotos en compañía de todos los presidentes norteamericanos, desde Roosevelt a Reagan, sin mencionar a los incontables ministros de Exteriores occídentales cuya estrella brilló tan poco tiempo que sus nombres no dicen gran cosa ni a los especialistas. Por eso, Andrei Groiniko no recibió los honores de protagonizar la portada de los grandes semanarios norteamericanos o europeos, como si sucarrera fuera demasiado opaca o se rodeara de misterios insondables.Durante el último período de su reinado en Smoleriskaia Plochtchad, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores en Moscú, en el que Leonid Breznev, moribundo, no trabajaba más que una o dos horas diarias, Grorniko era el amo absoluto de la diplomacia soviética. Fue entonces cuando los occidentales le colgaron la etiqueta poco halagadora de Mister Niet (El señor No). Su intransigencia en la mesa de negociaciones resultaba a la vez patética e insoportable. Supo defender la invasión soviética de Afganistán con la esperanza de ganar en el plano diplomático un combate que el Ejército no podía obtener en el campo de batalla. Pocos eran los que en tal momento recordaban que ese hombre de rostro crispado y que no sonreía casi nunca, había comenzado su carrera bajo los auspicios de Nikita Jruschov como protagonista de la distensión.Como embajador en Washington, pasó por americanófilo, totalmente dedicado a un acuerdo planetario entre EE UU y la URS S. Es cierto que Jruschov no dejó de subrayar que los asuntos exteriores eran su competencia reservada y que Grorniko era sólo un técnico de la diplomacia. En un viaje a Londres en 1958, se permitió una ocurrencia muy chocante a los oídos británicos: "Grorniko no es sino un ej . ecutante y si le digo que se quite el pantalón y se siente en un cubo de hielo, lo hará sin vacilar". Algunos creyeron que el ministro, por dignidad, dimitiría al día siguiente. Andrei Grorniko prefirió aguardar. Tras sobrevivir a a Stalin y, sobre todo, a su anterior jefe directo, Molotov, conocido por su mal carácter, se dijo que con un poco de paciencia sobreviviría también a Jruschov. Y sobrevivió, no sólo a este secretario general, sino a los tres siguientes -Breznev, Andropov y Chernenko- y se convirtió con el tiempo en miembro del Politburó y artífice de reyes en el Kremlin.Fue él quien en el mes de marzo de 1985 sostuvo la candidatura de Gorbachov al más alto cargo del Partido, al decir en el Comité Central: "Este hombre tiene la sonrisa en los labios, pero sus dientes son de acero". No había previsto que él llegaría a ser la más ilustre víctima de esos dientes y que Gorbachov acabaría por destituirle de todos sus cargos sin siquiera dejarle un puesto honorífico en el Comité Central.

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Sería ingenuo acusarle de ingratitud. Gromiko, por razón de su longevidad en el poder, se había convertido en el símbolo del antiguo régimen que Gorbachov quería cambiar totalmente. Su concepción de la diplomacia se había vuelto anacrónica. Parece ser que su humorada favorita era: "Hay que ganar las batallas sin hacer la guerra". Pero este lema no pudo inspirar confianza en aquellos que quieren vivir en paz con la URSS sin perder no se sabe qué batallas. Por eso Andrei Gromiko tuvo que retirarse, al no adaptarse a la era de la perestroika.

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