Crítica:

Incatalogables

El cine norteamericano, después de trillar y hacer intransitables muchos de los antiguos, busca nuevos caminos. A veces, pocas, los encuentra. Pero donde inesperadamente suele encontrarlos menos gastados es en guionistas y realizadores que huyen de la originalidad y se apoyan en modelos tradicionales genéricos, buscando verlos con otra mentalidad y otros ojos.De este esfuerzo están saliendo a flote películas detrás de las que hay cineastas muy interesantes por lo que tienen de incatalogables: es el caso de francotiradores como Lawrence Kasdam, Walter Hill, Martin Scorsese, Jonathan Demme y aho...

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El cine norteamericano, después de trillar y hacer intransitables muchos de los antiguos, busca nuevos caminos. A veces, pocas, los encuentra. Pero donde inesperadamente suele encontrarlos menos gastados es en guionistas y realizadores que huyen de la originalidad y se apoyan en modelos tradicionales genéricos, buscando verlos con otra mentalidad y otros ojos.De este esfuerzo están saliendo a flote películas detrás de las que hay cineastas muy interesantes por lo que tienen de incatalogables: es el caso de francotiradores como Lawrence Kasdam, Walter Hill, Martin Scorsese, Jonathan Demme y ahora este David Mamet, escritor y director de Las cosas cambian, película que, como algunas de los antes citados, es, o así lo parece al principio, sabida, y sin embargo, a medida que entra por los ojos comienza a no parecerse a ninguna otra. Incatalogable.

Las cosas cambian

Dirección: David Mamet. Guión: Shel Silverstein y D. Marnet. Fotografía: Juan Ruiz Anchía. Estados Unidos, 1988. Intérpretes: Don Arneche, Joe Mantegna. Estreno: cines Palafox y (en versión original subtitulada) Alexandra.

Las cosas cambian es un película en la que se entremezclan muy hábilmente personajes y situaciones de comedia con otras de película policiaca de estilo negro. Nada nuevo hay en esta fórmula, que hemos visto recientemente en After hours y El honor de los Prizzi, para entendernos, y más atrás en muchas parodias en clave cómica de esquemas argumentales tensos y enigmáticos. Nada nuevo, salvo la maña y el ingenio del experto escritor David Mamet y las ganas de saberse la lección del aprendiz de cineasta David Mamet. La película divierte, crea tensiones y las calma con elegancia y facilidad.

Por ahora, en las obras de Mamet predomina el escritor (ya curtido) sobre el realizador (todavía novicio), y su filme (como ocurre con el ingenioso House of games) es más de hombre de cuartilla que de pantalla. Y no es que Las cosas cambian esté mal dirigida, sino que la dirección, aun siendo buena, no pasa de tal y, por consiguiente, no llega a superar a un guión que, éste sí, es mejor que bueno. El cineasta Mamet no hace invisible al guionista Mamet. Pero en todo gran filme ocurre lo contrario: por bueno que sea, el guión se funde con tal fuerza en la imagen que pasa inadvertido. Por contra, cuando el guión se ve es indicio seguro de que algo no funciona en la dirección. Es éste un caso. La brillantez de la escritura estalla dentro de la simple correción de la filmación.

Inseparables

Donde David Mamet alcanza el mayor acierto, además de en su personalísima manera de ordenar y dialogar la historia, es en la elección de los actores: un magnífico reparto en el que los dos protagonistas, Don Ameche y Joe Mantegna, alcanzan, sobre todo el primero, la perfección.Ameche, que en sus tiempos de galán resultaba demasiado atildado, en su vejez -y esto les ocurre a muchos actores de éxito madrugador- le ha estallado dentro una especie de genio ignorado, casi una nueva identidad, que hace de él un intérprete raro, tan incatalogable como su director en esta película.

Cocoon, que le valió un oscar, y su juego, admirablemente trenzado con el de Joe Mantegna, en Las cosas cambian, que le valió dos premios de interpretación en el último festival de Venecia, han situado a Ameche entre los grandes, los verdaderamente grandes del cine actual. Su dúo con Mantegna es antológico, digno de una de esas legendarias parejas -recuérdese cómo se crecían Jack Lemmon y Walter Matthau cuando actuaban juntos- capaces de prohibir al espectador imaginarios por separado.

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